La aventura de colegiarse en el año del señor de 1837 (II) La huella de la toga

Publicado el domingo, 22 septiembre 2019

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

La semana pasada me permití dar a conocer un curioso aspecto de las dificultades, requisitos y atributos por los que debían pasar los candidatos a sentar plaza en el Colegio de Madrid en el siglo XVIII y en particular sobre el árbol genealógico que se debía aportar, según ordenaba el Estatuto XVII de los de 1737. En definitiva, constituía un expediente de limpieza de sangre, por el que debía pasar con éxito el postulante, cuando aún faltaba algún lustro que otro para que existiera el Registro civil, Correos y la firma electrónica. Así que nuestros antepasados en la abogacía, no tenían otro remedio que recurrir a los medios disponibles en aquella época y armarse de paciencia.

José Manuel Pradas Poveda

José Manuel Pradas Poveda, Abogado.

No bastaba pues con la mera afirmación de ser hijo legítimo, cristiano viejo sin mácula y que nuestros padres no hubieran ejercido oficio vil como agricultor o prestamista, sino que todo lo afirmado debía ser sometido a prueba.

Se exigía pues en el Estatuto XVIII, que esas circunstancias se acreditasen de forma rigurosa y fehaciente, a cuyo efecto se disponía:

“Todas las calidades referidas en el Estatuto antecedente, las ha de justificar el pretendiente con doce testigos mayores de toda excepción, para que entre ellos haya algunos de conocimiento también de los abuelos paternos y maternos, con las Fés de Bautismo de ellos, las de sus padres y la suya, que son siete, todas legalizadas de tres Escribanos o Notarios, o a lo memos de dos si no hubiese copia”

Además se disponía que dos colegiados, designados secretamente por el Decano y que previamente jurarían por escrito que harían su tarea bien y fielmente, examinasen a los testigos con un hábil interrogatorio sobre cinco cuestiones.

Preguntarían a los testigos si conocen al pretendiente, padres y abuelos, su naturaleza y vecindad.

En segundo lugar, si el pretendiente es hijo legitimo, así como si lo son sus padres, tal y como se ha expuesto en su árbol genealógico y los motivos por los que lo saben.

En las demás cuestiones ya entran en honduras sobre su ascendencia de Cristianos viejos y que estén limpios de toda mala raza de Moros y Judíos y que no hayan sido penitenciados por el Santo Oficio y la idoneidad o no de los empleos tenidos, que no sean viles, mecánicos o menos decentes y que puedan oponerse al lustre de la profesión.

Así que recopilada toda la información de Fés de Bautismo, Memoria de la naturaleza del pretendiente y el nombramiento de los dos Informantes, se entregaba el dossier al más antiguo, para que hicieran sus averiguaciones secretas e interrogaran a los testigos. Si toda la música que escuchan los Informantes no suena bien, previenen los Estatutos que se intente persuadir al pretendiente de su intención de colegiarse “por los medios más prudenciales” y si el candidato persevera en su intención, se dará cuenta al Consejo de Castilla para que en una especie de recurso de apelación, “dé la providencia conveniente”.

Fíjese el lector en la gymkana que debe hacer el pobre pretendiente para colegiarse en aquellos tiempos. Pero mi olfato me dice que no era todo tan tremebundo y que, al menos en los últimos años de vigencia de los estatutos de 1737, es decir antes de 1838, el grado de rigor en el cumplimiento de los interrogatorios era bastante laxo. Por mis manos han pasado expedientes de admisión de figuras de la talla de Fermín Caballero, Salustiano de Olózaga o Juan Bravo Murillo, solo por citar a tres y algo me lleva a pensar que si no trampa, si que el nombramiento de los dos Colegiados Informantes estaba, por así decirlo poco menos que “teledirigido” y eran personas, compañeros o amigos, próximas al candidato a colegiado, lo cual conllevaría seguramente un trato menos riguroso, por emplear una expresión suave. Pero como no tengo pruebas, simplemente ahí lo dejo, en la esperanza que ningún descendiente de ellos me lleve a los tribunales por libelo o atentado al honor familiar. A fin de cuentas han pasado más de doscientos años.

Algo más de dos mil abogados, se vieron obligados a pasar por estos trámites que en principio desanimarían a los menos optimistas. Piénsese ya solo en las distancias y los caminos de la época –no digamos ya si algún documento debía viajar desde las colonias americanas- la tarea parece hercúlea.

Prada - el CensorMe he propuesto hablar en cada artículo de algún colegiado, rescatarlo por así decirlo de cierto olvido – aunque más de uno por su importancia, no necesitará de mi modesta intervención- así que en este no será uno sino dos, cuyos nombres suelen ir emparejados, dado que fueron los fundadores de “El Censor” allá por 1781, hasta su cierre definitivo en 1787. Me refiero al gallego Luis Marcelino Pereyra y Castrigo, colegiado en 1776 con el número 1905. Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Santiago –extraño ejemplo de jurista que sabe de números- y que ejerció diversos cargos públicos en Valladolid, Vizcaya y Madrid, hasta su muerte en el Madrid afrancesado de José I. El segundo es el granadino Luis María García del Cañuelo y Heredia, colegiado en 1772 con el número 1762.

Ambos, hoy casi olvidados como he dicho, crearon “El Censor” obra cumbre del periodismo defensor de la Ilustración y en donde muchos estudiosos ven la mano del rey Carlos III que acudía al rescate siempre que la publicación tenía problemas –que paradoja- precisamente con la censura que, en aquellos tiempos, no se andaba con chiquitas. García del Cañuelo es sin duda el más exaltado y combativo de los dos respecto a los males que aquejaban a España, mientras que Pereyra en sus discursos, versaba más sobre materias económicas y la reforma agraria, en la que era un experto. Pero sobre todo, aquellos que han estudiado a fondo El Censor, consideran que detrás de sus firmas se encontraban en realidad las plumas de los más grandes Ilustrados de aquellos años, Jovellanos, Meléndez Valdés y Samaniego e incluso se ha especulado con la importancia de El Censor como inspiración en la creación de determinados grabados de la serie los Caprichos de Goya, Y siempre, planeando sobre todos, la sombra del que vino a ser llamado “el Político” o “el mejor alcalde de Madrid”.

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