Otro retado a duelo, pero con peor fortuna – Manuel Corchado y Juarbe

Publicado el martes, 19 noviembre 2019

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

En la historia de las grandes naciones, me refiero a las europeas, con el devenir de la Edad moderna, se vivía en un constante batallar, donde los periodos de paz eran prácticamente inexistentes. Paradójicamente eso no implicaba unos severos perjuicios para la población civil, porque se usaban ejércitos mercenarios, las armas existentes tenían unos efectos limitados, se pretendían ocupar territorios para los Soberanos (no interesaba por tanto arrasar) además que las campañas estaban a merced de la climatología y sometidas indirectamente a ciertos códigos y normas de conducta, que eran razonablemente respetados por los contendientes. Esto cambia en las guerras que surgen a partir de la Revolución francesa, donde nace el concepto de la “nación en armas”, la primera guerra mundial con el uso de ametralladoras y gas mostaza y la segunda con bombardeos masivos, capaces de destruir una ciudad en un solo día con todos sus habitantes dentro.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas, abogado.

Hay otro tipo guerra, que es la de la opinión, en ocasiones tan importante sino más que la “real”. En ella España, muchas veces vencedora en los campos de batalla, salió derrotada por la llamada “leyenda negra” en todas sus variantes. Solo algunos historiadores, españoles o no, han puesto en valor algunos de los méritos de la colonización española, por encima de la inglesa, francesa, portuguesa u holandesa.

La religión, la lengua y el mestizaje se colocan como los grandes parangones de la colonización española, de manera que sobresalen Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, Fray Junípero Serra, las Leyes de Indias y esas ansias amatorias de los conquistadores, frente a la política de exterminio que practicaron otras naciones europeas. Aún así, como he dicho, España ha sido derrotada en ese frente. Y pocos ponen en valor algo de lo que llevamos a nuestra América; tres cosas que otros no hicieron. La imprenta, las Universidades y los Colegios de Abogados.

¿A todas partes de la América española? No. Al menos en un caso no fue así y eso es lo que nos va a servir de hilo conductor para llegar a nuestro personaje de hoy, Manuel Corchado y Juarbe.

Nació Corchado en 1840 en Arenales Altos, cerca de la ciudad portorriqueña de Isabela, de familia acomodada y fue enviado por sus padres a Barcelona –no olvidemos la influencia catalana en la isla, desde los tiempos de Carlos III- a la temprana edad de quince años para terminar sus estudios secundarios y licenciarse después en Derecho en su Universidad.

Funda el 1866 La Revista de las Antillas, “periódico de interés económico-político-sociales de las Islas de Cuba y Puerto-Rico”, defendiendo la abolición de la esclavitud –se abolió en 1880- los problemas sociales que afectaban a las islas y la que era su gran obsesión que al final desvelaré. Tras la Revolución Gloriosa de 1868, es elegido diputado por el distrito de Puerto Rico defendiendo las tesis republicanas, apoyando la nueva Constitución y denunciando el uso de la pena de muerte.

Manuel Corchado y Juarbe

Poco antes de la restauración de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII, se colegia en Madrid, procedente de Barcelona, asignándole el número 6227, si bien poco después regresa a su isla para intentar en las filas del Partido Reformista, ser elegido diputado al Congreso en Madrid. Consigue el acta, pero acusado de fraude electoral, desgasta salud y dinero en defenderse en los Juzgados de la Corte. En el colmo de la mala suerte, es retado a duelo y fallece a consecuencia de un disparo de bala. Tenía cuarenta y cuatro años. Antes de morir le dijo a su esposa: «Diles en mi nombre, que he procurado cumplir con la misión que me impuse de sacrificar mi vida por mi patria”. Pero no era Corchado independentista al estilo de Martí, sino bien al contrario, era defensor de una España que se extendiera a ambos lados del Atlántico. Enterrado en Madrid, desde 1935 se creó en Puerto Rico una comisión que debía velar por traer sus restos a la isla, demorando en conseguirlo más de cincuenta años hasta 1993, fecha en que sus restos son enterrados en su pueblo natal.

No destacó Corchado –o yo no he sabido encontrarlo- como jurista o abogado, pero sí como eficaz articulista y conferenciante, notable poeta y por sus libros, una biografía de su admirado Abraham Lincoln, la “Oda a Campeche” o la “Historia de Ultratumba” entre otros.

Y ha llegado el momento procesal oportuno de descubrir el gran afán de Corchado, que no llegó a ver cumplido y lo que ha servido de hilo para traerlo a la huella de la toga. Su gran afán no era otro que se crease una Universidad en Puerto Rico y que los residentes de la isla no tuvieran que ir a estudiar a Cuba o a la Península. Enlazando con el principio del artículo –y voy terminando- sorprende que la Corona española estableciese la primera imprenta de América en Méjico en 1539, mientras que en lo que hoy son los Estados Unidos, la primera imprenta se creó justo cien años después en 1639, cuando ya se había fundado la segunda en Lima en 1583. Las razones de esta precocidad editorial española se deben, al parecer,  a dos motivos básicos. Por un lado, mientras que las colonias inglesas tenían una finalidad meramente económica, la monarquía hispánica se había propuesto además una labor evangelizadora y era necesario proveer a los monasterios de libros de culto, a los templos de obras de culto y a los sacerdotes de obras de catequesis en español y en lenguas indígenas. Además, debían proveer libros a las Universidades.

Este último motivo es el que me ha traído a Corchado; España crea en sus colonias de América y Filipinas, la friolera de veinticinco universidades, a imagen y semejanza de Salamanca y Alcalá, siendo la primera la de Santo Tomás de Aquino en 1538 en Méjico y la segunda en Lima en 1551. Harvard se funda en 1636, cuando ya existían doce universidades en la América española, desde Méjico hasta Chile. Portugal, por tomar otro ejemplo, crea la primera en Brasil en 1808.

La leyenda negra española lo será si lo es, aunque yo por supuesto  no lo comparta, pero en imprentas y universidades esa leyenda parece más blanca que el borreguito de Norit. Y eso aunque el pobre Corchado tuviera más razón que un santo y fuera necesaria una Universidad en Puerto Rico que no llegó a ver.

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