El misterio de los plomos del Sacromonte – Pedro de Castro y Quiñones

Publicado el martes, 11 febrero 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

En el devenir de la historia de la Civilización las falsificaciones y mistificaciones son abundantísimas. No habrá año en que no leamos que tal o cual ensayo científico, en ocasiones realizado por “primeros espadas” en la especialidad que sea, han resultado ser un fiasco monumental y que o bien los datos no estaban contrastados debidamente, o se han adulterado a conciencia los resultados para la mayor gloria del investigador de turno hasta que un buen día se descubre el pastel y la vergüenza y el oprobio caen sobre la reputación del hasta entonces prohombre de la ciencia.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas, abogado.

En otras ocasiones es la arqueología, la antropología, la paleontología las que están sometidas a tergiversaciones, mentiras más o menos burdas falsificaciones, que si me apuran, son menos trascendentes para el ciudadano medio pues la verdad es que nos importa relativamente poco que en la isla de Flores encuentren en una cueva restos de una especie de hobbits o como en una falsificación muy famosa, de la que no recuerdo muchos detalles, unos sesudos científicos  juntaron hábilmente unos huesos de paloma con otros de lagarto y durante décadas hicieron pasar ese ensamblaje por un dinosaurio hasta aquel entonces totalmente desconocido.

Pero hay otras falsificaciones que, desgraciadamente, si han tenido otra trascendencia para la historia y que bienintencionadas o no –yo creo mas bien que no- han causado a la postre miles o millones de muertos y desgracias. No me refiero a disparates que una especie de “iluminados” nos quieren hacer creer que si Cervantes y Shakespeare eran la misma persona y que además era natural de Jijona, con el nombre de Joan Miquel Servent o que Erasmo de Roterdam era hijo de Colón y a la postre antepasado directo del político Artur Mas. O si Teresa de Cepeda no era de Ávila o Hernán Cortés no había nacido en Medellín. Más de uno pensará que esto no viene mucho a cuento y posiblemente tenga razón, pero es para mí  un honor poder compartir con los lectores mi afición a ver los videos que edita el Institut Nova Historia donde algunos seudohistoriadores (debidamente subvencionados) cuentan las atrocidades que la pérfida Castilla ha hecho sobre la desdichada Cataluña. Que pena que haya tanta gente, tanto esfuerzo, tanto dinero en explicar lo poco que nos separa, antes que lo mucho que nos une a todos nosotros.

Hoy me he propuesto hablar de una de las grandes falsificaciones de la historia que en su momento arrojó ríos de tinta y por los años en que nos movemos, de sangre. Se trata nada menos de los llamados Libros plúmbeos del Sacromonte, que aparecieron en el entonces llamado Monte Valparaíso de Granada, junto con reliquias de Santos, cenizas y una imagen de la Virgen entre los años 1595 y 1599. Los plomos eran unas planchas que llevaban grabado una especie de galimatías en latín y árabe y donde se narraban una serie de historias que, por abreviar, venían a determinar la existencia de una especie de armonía entre las religiones cristiana y mahometana y que en aquella época llegó a convertirse en una especie de quinto Evangelio para muchos, que había sido revelado directamente por la Virgen en árabe para su difusión en España. Hasta que fueron declarados falsos y heréticos en 1682, aunque paradójicamente si se reputaron como auténticas las reliquias del patrono de la ciudad de Granada, san Cecilio, mártir al parecer de origen árabe y que acompañó, nada menos que al Apóstol Santiago en su viaje a España, fundando la diócesis de Granada.

Estos hallazgos coincidieron en el tiempo, con la rebelión de los moriscos en las Alpujarras, sucedida pocos años antes y según las conclusiones a las que han llegado los historiadores fue obra de prominentes moriscos que intentaban sincretizar la cultura islámica con la fe cristiana. De toda esta historia, que hoy día es simplemente curiosa, me interesa un aspecto que quiero destacar, una de las afirmaciones de los libros y por el que la que la monarquía hispánica hizo correr ríos de tinta y desgraciadamente también de sangre.

En los libros plúmbeos se defendía la tesis de la inmaculada concepción de la Virgen y para qué queremos más, automáticamente hubo figuras importantes que se subieron al carro de este dogma, por lo que defendieron contra viento y marea la autenticidad del descubrimiento. Uno de ellos, si no el más importante, fue nuestro protagonista de hoy, Pedro de Castro y Quiñones.

Nace en Roa, hijo de un gobernador del Perú, estudia Derecho en Salamanca donde se ordena sacerdote y comienza su tarea como jurista, es el colegiado número 329 del ICAM y también como clérigo al servicio de la monarquía, siendo nombrado Oidor de la Chancillería de Valladolid y posteriormente Presidente de la de Granada y más tarde regresa como Presidente de la de Valladolid.

Tras treinta años en las tareas jurídicas, es nombrado Arzobispo de Granada en 1589 y bajo su dirección pastoral, aparecen los libros, convirtiéndose en obcecado defensor de su autenticidad, hasta el punto de empeñar su fortuna personal para poder edificar la actual abadía del Sacromonte, nuevo nombre que se da al Monte de Valparaíso y donde fue enterrado..

Es nombrado más tarde Arzobispo de Sevilla y utiliza los Libros del Sacromonte en la defensa de la tesis de la Inmaculada Concepción contra los llamados maculistas que eran aquellos que defendían que la Virgen María al ser concebida por sus padres no estaba libre del pecado original de Adán y Eva.

Esto que para muchos será una discusión bizantina como sobre el sexo de los ángeles, contribuyó a que España luchara y defendiera de una forma que a muchos nos parecerá hoy día hasta ridícula, por el Dogma con mayúsculas de la Inmaculada Concepción de la Virgen durante siglos, nada menos que desde el Concilio de Toledo reinando Wamba, pasando por Jaime I o los Austrias, hasta 1854  en que el papa Pio IX lo ratificó..

Cuanto esfuerzo y sangre debió verterse, pero estamos hablando del siglo XVI. Tanto era el empecinamiento de España que la Inmaculada Concepción es patrona de España y de nuestra infantería desde que se produjo el llamado “milagro de Empel”. Cinco mil españoles del Tercio Viejo de Zamora, cercados en un pequeño montículo tras ser abiertos los canales, desfallecidos de hambre y frío son conminados a la rendición. El Maestre de Campo, Arias de Bobadilla responde “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. Ya desesperados, “alguien encontró” una tabla flamenca representando a la Inmaculada Concepción. Esa noche entre el 7 y 8 de diciembre de 1585, un viento helado congeló el río Mosa. Los españoles marchando por sorpresa sobre el hielo atacaron y derrotaron a la flota holandesa de cien barcos que les sitiaba tomándolos por asalto.

Diez años después en un convento, se funda el Colegio de Abogados de Madrid, que también adopta por patrona a la Inmaculada Concepción, esta vez sin que conste ninguna aparición misteriosa la víspera, pues nuestros antepasados en la profesión lo tenían bien claro.

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