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La soberbia en la Justicia y la moderna función de RENFE

MADRID, 17 de ENERO de 2013
 

¿En qué medida se puede ser justo o aproximadamente justo, cuando menos desde la Ley, siendo soberbio? A mi juicio, la soberbia siempre ciega y, consecuentemente, cercena la base de la justicia y el sentido y fundamento del Derecho que no ha de ser otro, sino la recta razón. La soberbia es la sinrazón subjetiva arbitrariamente elevada a la enésima potencia, por así decir. Esto es: la injusticia, sin más. Un jurista, siquiera sea mediano, nunca debe ni puede ser soberbio pues, entonces, sería radicalmente injusto y se convertiría, más que en un jurista, en un ser deleznable y hasta despreciable. Peor aún, carecería de la posibilidad de conocer y distinguir lo que es justo de lo que es injusto, con todo lo que ello comporta. Quizá pudiera ser un soberbio pintor de “brocha gorda”. Nunca jamás un jurista.

El soberbio no duda. Siempre se cree en posesión de la verdad inmotivada. Nadie le puede hacer dudar. El jurista, por el contrario, siempre debe utilizar la duda, que no la suspicacia, como un elemento esencial, diría yo, metódico, que impregne su actividad, fuese la que fuese (como abogado, como juez, como docente, como investigador del Derecho, como fiscal, etc.). Debe tener siempre en cuenta la duda acerca de la utilidad y del carácter problemático de sus conocimientos (Radbruch). Sobre el particular resulta, desde luego, reconfortante, la serena lectura, ahora ya en edad avanzada, de lo que siendo un despistado estudiante de la licenciatura hube de estudiar, en las obras de Gustav Radbruch y la vigencia de sus afirmaciones jurídico-filosóficas.

La indeclinable “mala conciencia”, valga el galicismo, del jurista, nos viene ofrecida como una secuencia real y no meramente dialéctica.

Conviene decir que en las cercanías de la justicia y en sus aproximaciones, todos debemos practicar, y de qué forma, el ejercicio de lo que es la antitesis de la soberbia, esto es, la humildad, que no es más que el eje diamantino de todas las virtudes morales.

La humildad y la modestia suelen ir unidas, o quizá mejor, debieran ir unidas y, por eso, la persona humilde huye del fasto y del aparato exterior que se propicia y se utiliza, con desmesura, tanto en las relaciones sociales, para distanciarse un tanto despectivamente de lo demás y, por supuesto, no digamos en el mundo de la justicia, sobre todo si es a costa de fondos públicos utilizados en beneficio propio, en viajes a los sitios mas inverosímiles. En cierto sentido, puede afirmarse que, sin practicar ni ejercer la humildad y la modestia, no se puede hablar de persona justa, en ninguna de sus acepciones.

Sólo siendo consciente de todo esto último, nos podemos acercar a unas conclusiones que puedan ser tenidas, más o menos, como justas y derivadas de lo que no debiera ser más que el logos de lo razonable, como con reiteración expusiera, amplia y extensamente, con verdadera finura, el Profesor Recaséns.

Mucho más claro y absolutamente necesario esto en un régimen democrático. La altivez, la arrogancia y la ceguera que conlleva la soberbia, es más propio de situaciones políticas autoritarias, cuando no despóticas y dictatoriales, que de la sencillez, modestia, humildad y llaneza que debe presidir en todo momento, la aplicación e interpretación del Derecho en un Estado democrático y social de Derecho.

Los soberbios, en su desmedida y vanidosa inseguridad, desde la perspectiva meramente psiquiátrica, sufren, desde luego, los más variopintos trastornos de la personalidad. La verdad, no muy graves, por lo general, pero si lo suficiente para que se encuentren dentro de una auténtica psicopatía. “Sufrir y hacer sufrir” es, en feliz expresión de Kurt Schneider, el compendio, quizá difuso, de una mente psicopática, porque el soberbio está muy pendiente de los demás y, por eso, siempre aparenta ser mucho más de lo que pueda ser y, a veces, hasta consigue que se le crea. Esto último no le va a librar, de que se le califique como un trastorno histriónico de la personalidad en el CIE B 10 (Clasificación Internacional de las Enfermedades), y también se recoja en el DSM-IV (Clasificación de la Asociación de Psiquiatras Americana) distinguiendo, muy sutilmente, entre los trastornos de la personalidad histriónicos y los trastornos narcisistas, y de esto ultimo ya me ocupé hace un par de años en los medios de comunicación que ahora no son del caso.

Así las cosas, muy mal se puede ser un buen jurista, ni siquiera mediano, si no es consciente de sus limitaciones, en suma, incluso, de la inutilidad de su saber, porque la soberbia le ciega. El soberbio cree a ciegas, como casi siempre, que con la Ley él no debe establecer relación de dependencia ni de subordinación, ni de sometimiento, pues se lo impide su egolatría, su extremada vanidad, y su ceguera.

Soberbia, pues, y justicia, se presentan, por tanto, como algo antinómico, como expresión de una dramática paradoja. El soberbio es, por naturaleza, radicalmente injusto debido a su caótica, aunque calculada, autoexaltación por mantener un necio y, a veces, hasta cursi, ridículo y prepotente discurso. Así, claro es, no se puede hacer justicia de ninguna forma.

Siempre buscará una situación de favorable desigualdad. Realmente odia la igualdad: “Vd. no sabe con quien está hablando”, dice el iracundo soberbio.

“Contra soberbia humildad”, recuerda siempre el cristianismo.
Pero, ahora resulta que RENFE va a ser quien expida con sus billetes el certificado de excelencia o de autoridad moral, de tal manera que los billetes de la clase “turista” serán, según se dice en Iberoamérica, para los “pendejos” y los billetes de la clase “preferente” o “primera” para las grandes personalidades. Por supuesto que la diferencia de precio, o mejor, el billete entero, lo pagamos los ciudadanos españoles, asaeteados por los impuestos y demás tasas. Todo ello, descaradamente, con la que está cayendo. Pero, qué vergüenza, siquiera sea ajena. Mientras tanto, la Hacienda publica, los interventores y, en última instancia, el Tribunal de Cuentas, dormitando en brazos de una amable y dulce Fiscalía.

Manuel Cobo del Rosal, Catedrático de Derecho Penal y Abogado.

 


 





 


 

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