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El Olimpismo, hoy: ¿Un Cuento de Hadas?
MADRID, 10 de SEPTIEMBRE de 2013 - LAWYERPRESS

Por Eva Cañizares, abogada

Eva Cañizares, abogadaNo pudo ser. En el primer asalto, un empate con Estambul ha dejado fuera de combate a nuestra candidatura por dos votos de diferencia (48-46). Tras esta tercera derrota consecutiva, la aspiración olímpica de Madrid se desmorona, las opciones de acoger unos Juegos Olímpicos se alejan más que nunca. Aunque por el momento no se quiere cerrar la puerta a una posible cuarta candidatura (2024), desde el COE están pesimistas –y la opinión pública parece que también- y algo reacios a una nueva carrera olímpica. Se rumorea, además, que para 2024 hay un Lobby europeo a favor de París, Berlín, e, incluso, Roma.
Con este panorama, se complican mucho las opciones de Madrid como sede de unos JJ.OO. en próximas ediciones y, siendo así, el problema se incrementa al jugar en contra la dilación en el tiempo, pues para el momento en el que se pudiera volver a optar (2028, 2032, etc), vería como uno de sus principales activos, ese 80% de las infraestructuras ya construidas, estarían obsoletas por el transcurso del tiempo. ¿Y ahora qué hacemos con estas infraestructuras? ¿Hay un plan B, existe un plan estratégico de reutilización y aprovechamiento de las mismas?
Es imprescindible haber dotado en su momento a cada una de las instalaciones de un plan estratégico que “garantizase” la viabilidad económica de las mismas, de tal modo que el coste de mantenimiento y de amortización sea soportado a través de los ingresos que cada una genere. Si ese plan B no existe, es urgente que los responsables se pongan manos a la obra porque, de lo contrario, será un coste tremendo para las arcas públicas en plena crisis.
Muy lejos queda ya el inicio del Olimpismo Moderno, concebido en 1896 por el Barón de Coubertin, a cuya iniciativa se aprobó el restablecimiento de los JJ.OO. y la creación del Comité Olímpico Internacional (COI), bajo ese lema tan manido -y últimamente tan poco veraz- de “lo importante no es ganar sino participar”. Desde entonces, los JJ.OO han sufrido grandes transformaciones, y no sólo porque se han convertido en la cita deportiva más relevante del planeta sino, además, porque, se han politizado y comercializado hasta extremos insospechados gracias, sobre todo, a la globalización de las comunicaciones: todo un planeta contemplando en tiempo real este acontecimiento.
La importancia social y mediática de los JJ.OO. es evidente. Con estas premisas ¿quién podría estar en contra de la celebración de un evento que de forma tan evidente promociona la armonía y el entendimiento entre todos los países a través del deporte? Sin embargo, no todo es un cuento de hadas.

Conflictos entre ordenamientos

Uno de los principales problemas que subyace tras el fenómeno Olímpico es que, dada su dimensión internacional y su regulación propia, ocasiona múltiples conflictos en relación a la aplicación de los ordenamientos de los distintos Estados que, en ocasiones, entran en contradicción con las emanadas por el COI y las Federaciones Deportivas Internacionales.
Es bochornoso el espectáculo que se produce en ocasiones al vulnerar, la normativa internacional del COI, algunos de los derechos fundamentales consagrados en los ordenamientos jurídicos de las democracias más avanzadas (presunción de inocencia, derecho a la libertad y seguridad, respeto a la vida personal y familiar…), que, en el caso de España, si se ventilaran en la jurisdicción ordinaria, no resistirían el más mínimo envite. Sin embargo, es tal la fuerza de este “club privado” que, sencillamente, si quieres aspirar a organizar unos JJ.OO. has de “tragar” y cumplir con sus normas; estas son las reglas del juego y si no estás de acuerdo no puedes participar del mismo.

Esta especie de monopolio deportivo internacional ha propiciado, en los últimos años, muchas situaciones de corrupción. El COI, que es una organización privada en la que no existe elección democrática alguna para ser miembro, no escapa a esta lacra que parece asolar a cualquier organismo que se precie, y son numerosas las denuncias interpuestas a propósito de “maletines” para la compra de los votos de algunos de sus miembros por parte de Estados aspirantes a ser sede de JJ.OO, de Federaciones Internacionales que pretenden que sus disciplinas deportivas se consideren prácticas olímpicas, etc.
Pero no solo la corrupción de algunos adultera el famoso espíritu olímpico y los valores asociados a la práctica deportiva. Cada vez son más numerosos, o más relevantes, los casos de apuestas ilegales, dopaje, abusos sexuales, abusos físicos por una mal entendida disciplina deportiva (recordemos las niñas de gimnasia artística y rítmica y los tremendos esfuerzos y sacrificios que se les exige), porque en muchos casos ya no vale solo participar, hay que ganar a toda costa, incluso llegando al extremo de utilizar sustancias artificiales prohibidas para mejorar el rendimiento, aunque ello menoscabe la salud del deportista.
En relación a la lucha contra el dopaje, se obliga a los Estados miembros de la comunidad deportiva internacional a garantizar la eficacia del Código Mundial Antidopaje. Esto ha propiciado que en España se haya promulgado una nueva Ley Antidopaje cuyo diseño es más cercano a los planteamientos de la Agencia Mundial Antidopaje (creada por el COI) que la anterior, destacando por su peculiar interpretación del principio de presunción de inocencia, encontrándonos ante un nuevo modelo disciplinario realmente estricto en el que prima la responsabilidad objetiva: si hay sustancias dopantes en el organismo de un deportista se presupone su culpabilidad, y es el deportista el que ha de demostrar su inocencia.

En definitiva, esto que escribo no es un canto contra los JJ.OO., sino la visión menos idílica y más realista, desde un punto de vista que nada tiene que ver con el deporte y sí con la normativa que hay que acatar para participar en el juego del olimpismo.

En cualquier caso, por encima de todas estas irregularidades e ilegalidades está el verdadero protagonista de los JJ.OO., el deportista, que, por lo general, compite con la ilusión y el esfuerzo basado en esos valores que desde siempre se han asociado al deporte (solidaridad, tolerancia, respeto, superación, fraternidad, nobleza, etc), sacrificio que, como digo, en muchas ocasiones se ve tristemente ensombrecido por esas prácticas ilegales realizadas por aquellos que manejan los hilos de algo que nunca debió entenderse como negocio.
 


 
 

 

 


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