Me atrevería a señalar que
todos los que somos contemporáneos de la
Transición Española hemos vivido las cuatro
mejores décadas de la Historia reciente en
España.
Obviamente, cada uno es
contemporáneo de su tiempo y no pretendo con
esta reflexión hacer comparaciones subjetivas
vividas. Lo que para un español de la I o II
República pudiera resultar como el período más
brillante para sus respectivos intereses, igual
podría significar para otro ciudadano que
hubiera transitado durante el periodo del
Régimen del General Francisco Franco.
En mi caso, tengo que ubicar
este escrito desde mi espacio-tiempo y ese no es
otro que el de un español, hijo de la
Transición, que me ha visto casi nacer, crecer y
soplar las mismas velas que aniversarios tiene
aquélla.
Pues bien, ¿qué puedo decir,
que podría destacar a modo casi de resumen vital
de estas cuatro décadas vividas en mi país,
llamado España? Responderé a esta cuestión
resumiendo mi respuesta en un doble hito
fundamental: Progreso y consolidación del estado
del bienestar.
Efectivamente, es evidente el
progreso económico y social habido en España
durante las últimas décadas: En Sanidad, con una
protección y cobertura casi universal, en
educación, con unas tasas de alfabetización y
escolarización de las más altas a nivel mundial,
con una economía plenamente integrada en los
mercados internacionales, con un importante
crecimiento y creación de empresas, exportación
de bienes y servicios, etc.
Afirmando lo anterior, no
puedo dejar pasar la parte más negativa de lo
que, a mi juicio, conforma el polo opuesto a ese
progreso vivido y disfrutado en España durante
este periodo que vengo comentando: La
corrupción, la maldita y detestada podredumbre
que significa la Corrupción política en mi
querido y próspero país llamado España.
Así es, por desgracia o más
bien, por la desvergüenza de estos políticos
corruptos, no dejan de aparecer nuevos casos de
corrupción año tras año, mes tras mes, semana
tras semana. Como muestra de ello, reparen en
los siguientes datos:
Los casos de corrupción
política en España se reflejan, en 2014, en unas
1700 causas, más de 500 imputados y sólo 20 en
prisión. En 2013, según el Consejo General del
Poder Judicial, en España había 1661 casos de
corrupción.
Si aún quieren bucear más por
este barrizal de estafas y corruptelas habidas
en nuestro país en los últimos años, en este
enlace pueden seguir contabilizando casos sobre
el particular:
http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Casos_de_corrupción_política_en_España
A cualquier ciudadano
honrado, la mayoría de los españoles, todos
estos escándalos políticos, que no son otra cosa
que delitos tipificados por nuestro código penal
y demás leyes civiles y administrativas, le
produce un gran rechazo hacia sus representantes
políticos en los que depositaron su confianza.
Para los que además somos
juristas y nos dedicamos a esta noble profesión,
consistente en poner al servicio de los
encausados su Derecho de Defensa, aún nos
sorprende más cómo es posible que todos estos
políticos corruptos tengan tan poco respeto por
la Legalidad, en definitiva por el Estado de
Derecho, al cual, como servidores públicos que
son, deberían de respetar, con más contundencia
si cabe.
En la parte del debe, de las
cosas que son claramente mejorables de las
vividas durante esta etapa iniciada tras la
Transición Política en España, cabría también
señalar el sistema endeble (por no decir,
inexistente) de la División de Poderes que debe
regir toda Democracia que se precie realmente a
serlo, sin riesgo a fracasar.
Relacionándolo con los
crecientes casos de corrupción a los que hemos
asistido y seguimos asistiendo, un sistema
democrático asentado en una división real de
poderes debería servir como dique de contención
frente a cualquiera de estos abusos cometidos
por parte de los presuntos corruptos. El
problema radica en que en España no existe esa
división real de poderes. Si nos fijamos en la
Justicia, por ejemplo, desde que se decidió en
nuestro país asestar una “puñalada” a
Monstesquieu, con la Ley Orgánica del Poder
Judicial de 1985, premeditadamente, se
establecía un sistema de nombramiento de los
Jueces por parte del poder Ejecutivo y del
Legislativo, mermando (casi anulando) la
necesaria libertad e independencia de la
Justicia.
El resultado de este sistema,
con unos poderes del Estado que van contaminando
a los otros, se traduce en una marea de casos de
corrupción que, lejos de cesar, pasan por encima
de nuestro Estado de Derecho como un tsunami sin
control arrasando todo aquello que ven a su
paso.
El penúltimo caso grave de
corrupción política (decir el último sería
cometer una clara imprudencia con poco éxito de
acertar) es el que se ha narrado por propia boca
del presunto protagonista corrupto (se ha
llegado a un punto en que la desvergüenza de
estos personajes es tal, que ya no les importa
ni auto inculparse en estos sucios asuntos de
estafas y corruptelas), el otrora “Molt
Honorable”, Presidente de la Generalidad de
Cataluña, el Sr. Jordi Pujol.
El Señor Jordi Pujol (en este
artículo, seguiré tratándole de Señor, aunque
repárese en que ser un Señor, según la propia
definición de la Real Academia Española, en su
2ª acepción es: “Noble, decoroso y propio de
señor”; Y en su 4ª acepción, se dice: “Persona
respetable que ya no es joven”. Tenemos claro
que el señor Pujol, ya no es joven, pero no
queda ya tan claro que sea “respetable”) se hizo
eco, hace unos años, del tristemente famoso
“Espanya ens roba”, voceado con ímpetu desde las
filas nacionalistas de Cataluña.
Hoy, tras la Transición
Española, casi cuarenta años después de nacer
nuestra ya no tan joven Democracia, lo que más
dolor me ha causado de lo vivido hasta la fecha
no ha sido ni es el ver a tantos políticos
corruptos parapetados por el aparente sistema
democrático que les ampara, ni siquiera me duele
tener que escuchar tantas injurias y calumnias
vertidas contra nuestro país, como ese impropio
e inmaduro: “España nos roba”, voceado por unos
cuantos nacionalistas de salón, lo que más dolor
me ha causado y me causa es comprobar y sentir
como fuimos capaces de construir un estado del
bienestar, con el esfuerzo y trabajo de varias
generaciones de españoles y como unos pocos (o
no tan pocos) políticos corruptos, han
dilapidado y siguen dilapidando los muchos
logros conseguidos por todos los españoles.
España nunca ha robado ni
robará a nadie, España es un país generoso que
pese al empeño de unos cuantos por quererla
dinamitar, siempre está dispuesta a ofrecer otra
nueva oportunidad.
Aunque, sí es cierto que, en
esta última oportunidad que está ofreciendo
España, está llorando. España llora. |