Parecía que
no
llegaría
nunca
este
momento,
pero
aquí
estamos.
Parecía
que
la
tan
traída
y
llevada
lentitud
de
la
justicia
y
los
miles
de
circunstancias
–unas
reales
y
otras
imaginarias-
que
existen,
impedirían
que
cayeran
en
las
redes
de
la
justicia
personas
que
antes
ocupaban
los
más
altos
cargos
o
gozaban
de
las
mayores
prebendas.
Pero
ha
llegado
el
momento
en
que
son
tantas
las
imputaciones,
los
asuntos,
los
juicios
y
las
detenciones
por
temas
de
corrupción
que
casi
corremos
el
riesgo
de
que
ya
no
sean
noticia
por
lo
frecuentes.
Triste
pero
cierto.
Pero
nunca
es
tarde
si
la
dicha
es
buena,
como
dice
el
refrán
y,
parafraseando
un
chistecillo
que
corre
por
las
redes
sociales,
habrá
que
ver
dónde
ha
caído
el
imputado
de
hoy.
Pero la cosa
no
es
para
broma,
aunque
nunca
sobre
un
poco
de
sentido
del
humor
como
medicina
para
evitar
que
la
amargura
se
nos
vuelva
una
enfermedad
crónica.
Y
hay
que
cuidar
la
salud,
por
supuesto.
Pero
también
convendría
pararnos
a
reflexionar
quién
o
quiénes
están
detrás
de
todo
un
trabajo
que
ya
ha
empezado
a
dar
sus
frutos,
y
cómo
lo
hacen,
a
costa,
incluso,
de
gran
parte
de
su
tiempo
de
ocio
y de
su
vida
personal.
Ahora,
que
todo
el
mundo
parece
apuntarse
a
una
guerra
abierta
contra
la
corrupción,
bueno
es
saber
quién
estaba
desde
hace
tiempo
trabajando
en
las
trincheras.
Y
sin
tregua.
No creo que a
nadie
con
dos
dedos
de
frente
se
le
escape
que
todos
estos
asuntos
no
han
aparecido
de
la
noche
a la
mañana.
Que
no
surgieron
de
la
varita
mágica
de
ningún
mago
ni
de
la
bola
de
cristal
de
ninguna
pitonisa.
Es
una
pena,
pero
semejantes
artilugios
no
entran
en
nuestras
herramientas
de
trabajo.
Y
las
cosas
sólo
se
sacan
adelante
con
eso,
con
trabajo,
ni
más
ni
menos.
Más,
cuanto
más
complejo
sea
el
asunto.
Fiscales,
Jueces
y
Fuerzas
y
Cuerpos
de
Seguridad
llevan
mucho
tiempo
tras
de
cada
uno
de
los
asuntos
cuando,
de
pronto,
nos
despertamos
con
la
noticia
de
que
se
ha
levantado
una
trama
de
corrupción,
con
un
importante
número
de
detenidos.
Una
preparación
de
meses
de
trabajo
para
lograr
llevar
a
buen
puerto
el
resultado
de
sus
investigaciones,
para
no
cometer
ningún
fallo
que
pueda
llevar
al
traste
la
investigación,
ni
proceder
de
un
modo
incorrecto
que
pueda
conllevar
la
nulidad
de
una
prueba
en
un
eventual
juicio.
Un
trabajo
laborioso
y
entregado
que
sólo
vemos
cuando
nos
azotan
con
él
los
titulares
de
los
informativos.
Para llegar a
resultados
como
los
que
estamos
viendo
han
sido
necesarias
muchas
horas,
muchos
esfuerzos,
y
justo
es
reconocerlo.
Y
explicarlo.
O
intentarlo
al
menos.
Desde que se
recibe
la
noticia
de
una
posible
trama
de
corrupción
a
través
de
una
denuncia,
generalmente
ante
la
Policía
o en
Fiscalía,
o
también
en
los
Juzgados,
hasta
su
cristalización
en
la
detención
de
los
implicados,
media
un
período
de
labor
callada
y de
enorme
dedicación.
Los
fiscales
de
la
Fiscalía
Anticorrupción,
tanto
en
su
sede
central
como
en
sus
diferentes
delegaciones
territoriales,
simultanean
varios
asuntos
de
enorme
entidad
en
diferentes
fases
de
investigación
hasta
que,
como
la
fruta
en
los
árboles,
acabe
madurando
y
esté
lista
para
la
recolección.
En
primer
lugar,
una
fase
de
estudio
de
la
documentación
y
los
indicios
aportados.
Después,
la
comprobación
fehaciente
de
que
dichos
indicios
son
algo
más
que
meras
sospechas
a
través
de
las
entradas
y
registros
que
sean
necesarias,
de
las
escuchas
telefónicas,
del
seguimiento
a
pie
de
campo.
De
nuevo,
más
documentación
a
estudiar,
y,
en
completa
coordinación,
los
fiscales
encargados
del
asunto
imparten
las
órdenes
a
las
correspondientes
unidades
especializadas
de
las
fuerzas
y
cuerpos
de
seguridad.
Mientras,
el
estudio
jurídico
de
los
hechos,
su
posible
incardinación
en
uno
u
otro
delito,
quién
resulta
directamente
implicado
y
quién
no,
y en
qué
concepto.
Y
por
supuesto,
en
cada
caso,
la
solicitud
motivada
al
juez
que
ha
de
autorizar
esas
escuchas,
esas
entradas
y
registros
o
cualquier
otra
diligencia
en
que
se
puedan
ver
comprometidos
derechos
fundamentales.
Y el
estudio
y
resolución
por
éste,
por
descontado.
Y, cuando
todo
está
atado
y
bien
atado,
queda
decidir
el
momento
en
que
se
avanza
un
paso
más
y se
da
el
paso
para
que
salte
a la
luz
el
asunto.
El
momento
de
redadas
y
detenciones
no
es
fruto
del
capricho
ni
de
la
casualidad,
sino
de
un
complejo
estudio
de
cuál
será
el
tiempo
más
adecuado,
para
que
nada
se
malbarate.
Cuidando,
mientras
tanto,
de
que
ninguno
de
los
implicados
pueda
sospechar
y
hacer
desparecer
algo
que
vaya
a
resultar
esencial
como
prueba,
o
que
puedan
huir
haciendo
imposible
su
aprehensión.
Una
labor
de
coordinación
que
hay
que
calcular
al
milímetro
en
cada
uno
de
sus
eslabones,
y
que
en
muchos
casos
abarca
muy
diferentes
puntos
del
territorio.
Y
hecha,
como
todos
sabemos,
con
los
medios
materiales
y
personales
con
los
que
se
cuenta,
que
no
son
precisamente
para
tirar
cohetes.
Así que, la
próxima
vez
que
veamos
en
la
televisión
la
noticia
de
una
redada,
o de
una
cascada
de
detenciones,
parémonos
a
pensar
en
todo
el
tiempo
y el
esfuerzo
que
lleva.
No
es
magia…
Aunque
pueda
parecerlo,
si
tenemos
en
cuenta
esa
escasez
de
medios
de
la
que
hablaba
antes.
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