Cuando
España
se
constituyó
como
un
Estado
social
y de
Derecho
no
se
estaba
proclamando
tan
solo
una
retórica
meramente
estética,
si
no
al
algo
sustancial
y
muy
profundo.
Lo
anterior
se
encuentra
en
perfecta
consonancia
con
el
bello,
pero
escueto
Prólogo
colocado
en
el
frontispicio
de
la
Constitución
española
de
1978.
En
él
configuró
mi
siempre
buen
amigo
y
colega
profesor
Enrique
Tierno
Galván
con
la
fuerza
que
imprimía
a su
pluma,
y no
iba
hacer
menos
cuando
lo
redactó
personalmente
asumiendo
el
encargo
que
le
hicieron
los
partidos
democráticos
a la
sazón
miembros
del
Congreso
de
los
Diputados.
He
leído
casi
todo
lo
que
escribió
tan
añorado
colega
al
que
todavía
estoy
esperando
se
le
dedique
un
justo
y
merecido
homenaje,
como
suele
ser
de
rigor
en
la
Universidad
española.
Leí,
y
confieso,
no
sin
entusiasmo
sobre
todo
por
la
época
dictatorial
en
que
se
publicaron.
Lo
hice
y
pude
observar
aun
siendo
muy
joven,
que
el
profesor
Tierno
Galván,
como
reza
el
viejo
dicho
castellano
“no
daba
puntada
sin
hilo”.
A
veces
de
forma
muy
clara,
tan
clara
que
parecía
barroca
pero
siempre
enfatizando
aquellos
vocablos
en
los
que
creía
fervientemente
y
deseaba
que
el
lector,
en
cierto
modo,
desentrañara
de
la
magia
de
sus
palabras
su
liberal
y
democrático
contenido
de
sentido.
Enrique
Tierno
escribía
por
solicitud
consensuada
el
breve
pero
bello,
como
ya
he
dicho,
Preámbulo
de
nuestra
Constitución.
La
verdad
es
que
nadie
mejor
que
él
lo
habría
hecho.
Puso
de
frente
y
claramente
la
expresión
clave
que
siempre
anheló,
como
era
la
idea
de
convertir
a
España
en
una
sociedad
avanzada.
Eso
en
la
pluma
de
Tierno
no
era
una
frase
hecha
o
estéticamente
hueca,
sino
cargada
de
un
serio
contenido
de
sentido
siempre
orientado
hacia
la
virtualidad
total
de
la
democracia
y de
la
libertad
personal
que,
en
cierto
modo,
van
a
impregnar
el
articulado
de
nuestra
Constitución,
mal
que
ahora
les
pese
a
zafios
cesionistas
que,
perversamente,
actúan
como
si
dicho
texto
legal
no
existiera,
a
pesar
que
en
su
día
fue
votado
por
ellos
mismos.
Sociedad
avanzada
significa
también
la
necesaria
existencia
de
que
uno
de
los
poderes
del
Estado,
como
es
el
poder
judicial,
sea
a la
hora
de
la
verdad
exquisita
y
escrupulosamente
independiente
y
por
descontado
responsable,
esto
último
como
exigencia
del
mismo
nivel
que
la
independencia
judicial.
Un
paso
más
de
nuestra
actual
reflexión
sería
ahora
también
tratar
sobre
la
hostilidad
y
abierta
enemistad
que
se
produce
entorno
al
supremo
valor
de
la
independencia
judicial.
Téngase
en
cuenta
que,
únicamente,
puede
ser
una
justicia
justa
cuando
es
producto
de
órganos
jurisdiccionales
absolutamente
independientes.
(sigue…)
Manuel
Cobo
del
Rosal
Abogado
y
Catedrático
de
Derecho
Penal.
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