No
es
ni
un
camino
de
rosas,
ni
de
fatuidad
para
los
jueces
la
existencia
y
uso
de
esa
indispensable
y
necesaria
proclamada
independencia.
Si
no
existiera
o
fuese
maculada
o
simplemente
negada,
como
ya
he
visto
en
mi
dilatada
vida
profesional,
no
podría
afirmarse
que
España
fuera,
como
enseñara
machaconamente
Tierno
Galván,
una
sociedad
avanzada,
ni
tampoco,
me
permito
concluir
por
mi
parte,
un
Estado
social
y
democrático
de
Derecho.
En
esta
breve
reflexión
debo
hacer
siquiera
referencia
a
dos
gravísimos
peligros
o
enemigos
que
siempre
suelen
estar
rondando
la
tan
anhelada
independencia
judicial.
A mi
juicio,
con
perdón,
se
me
presentan
dos
de
una
inconmensurable
magnitud
que
la
hacen
desaparecer.
Uno,
el
llamado
corporativismo
judicial.
Este
es
uno
de
los
muy
graves
males,
ya
tópico,
de
la
justicia
española
que,
como
he
puesto
de
manifiesto
en
algunas
ocasiones,
carece
por
lo
general
de
“capacidad
de
auto
regeneración”.
De
suerte
que
el
primer
enemigo
y
mas
potente
de
su
independencia,
son
los
propios
jueces,
seguido
muy
de
cerca
del
segundo
que
no
es
otro
sino
la
política
y
los
políticos,
que,
en
su
afán
de
ser
impunes
y
apoderarse
de
todo,
se
esfuerzan,
con
denuedo,
por
captar
para
sus
ideas
o
pretensiones
incluso
personales,
a la
justicia
no
respetándola,
desde
luego,
y
escarneciéndola
en
cuanto
pueden,
y
pueden
mucho.
Pues
realmente
sus
ofertas
son
tentadoras
debido
a su
poder,
y
cuando
la
justicia
quiere
pensarlo
se
encuentra
ya
metida
en
la
más
abyecta
corrupción,
cubierta
por
el
manto
más
repugnante
de
la
prevaricación
cuando
no
del
cohecho.
Las
promesas
o
dádivas
circulan
por
doquier
y
revisten
la
forma
más
variada
y
que
van
desde
el
burdo
maletín,
hasta
la
velada
o
abierta
promesa
de
promoción
profesional.
Cuando
era
muy
joven,
un
viejo
fiscal
del
Tribunal
Supremo,
ya
fallecido,
me
hizo
en
tono
confidencial,
debido
al
afecto
y
simpatía
que
siempre
me
dispensó
y me
dijo:
Manuel
no
luches
contra
molinos
de
viento,
pues
de
la
ponencia
a la
presidencia.
Concreción
de
ellos
lo
he
vivido,
en
la
realidad,
muy
de
cerca.
La
elegantia
iuris
criminalis
scientia
que
me
agrada
emplear
me
impide
entrar
en
algún
escabroso
suceso
y
proceso
que
ha
mancillado
la
justicia
española,
no
hace
mucho,
de
forma
escandalosa
y
que
nunca
debiera
repetirse
por
el
bien
de
ésta
y la
seguridad
de
la
ciudadanía
española
así
como,
naturalmente,
de
la
virtualidad
de
la
independencia
judicial.
Una
justicia
que
no
sea
totalmente
independiente
no
debe
llamarse
justicia
sino
la
arbitrariedad
hecha
sistema
como
recordaba
Pacheco
en
su
magistral
Prólogo
al
Código
penal
de
1848.
La
justicia
no
independiente
nunca
es
ni
puede
ser
iustitia
fundamentum
regnorum
como
se
recoge,
esculpida
en
piedra,
en
la
hermosa
ciudad
de
Viena.
No.
Donde
no
hay
independencia,
no
hay
justicia.
No
puede
haberla.
Es
su
radical
negación.
El
pardo
cielo
de
la
independencia
se
oscurece,
con
tan
densos
nubarrones,
que
se
convierte
en
una
amarga
y
atormentada
negrura.
Vivir
sin
justicia
es
una
de
las
cosas
mas
tristes
que
le
puede
suceder
al
ser
humano.
Como
se
ha
dicho
por
el
pensamiento
clásico,
allí
donde
entra
la
política
por
las
puertas
de
la
justicia,
ésta
se
tira
de
cabeza
por
las
ventanas.
Para
que
esa
desfenestración
no
se
produzca,
o
sea
mínima,
debe
hacerse
frente
con
valentía,
y
esta,
no
se
estudia
en
la
Facultad
de
Derecho,
ni
en
el
Centro
de
estudios
judiciales,
ni
tampoco
se
hace
mención
siquiera
en
los
programas
de
ingreso
en
la
judicatura
y
fiscalía.
Espero
que
en
los
muy
caros,
por
cierto,
masters,
que
se
anuncian
para
la
abogacía,
los
colegios
de
abogados
sepan
introducirla.
Porque
para
ser
un
buen
jurista,
en
su
variada
prospección,
hay
que
emplear
esa
delicada
y
difícil
cualidad
que,
actualmente,
se
encuentra
tan
perdida
en
una
sociedad,
como
la
nuestra,
tan
ayuna
de
valores
morales,
movida
por
bajas
pasiones,
como
son
el
miedo
y la
codicia
más
sucia.
Manuel
Cobo
del
Rosal
Abogado
y
Catedrático
de
Derecho
Penal.
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