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El pardo cielo de la independencia judicial: Corporativismo y política, II

MADRID, 03 de MARZO de 2015
 

 

No es ni un camino de rosas, ni de fatuidad para los jueces la existencia y uso de esa indispensable y necesaria proclamada independencia. Si no existiera o fuese maculada o simplemente negada, como ya he visto en mi dilatada vida profesional, no podría afirmarse que España fuera, como enseñara machaconamente Tierno Galván, una sociedad avanzada, ni tampoco, me permito concluir por mi parte, un Estado social y democrático de Derecho.

En esta breve reflexión debo hacer siquiera referencia a dos gravísimos peligros o enemigos que siempre suelen estar rondando la tan anhelada independencia judicial. A mi juicio, con perdón, se me presentan dos de una inconmensurable magnitud que la hacen desaparecer. Uno, el llamado corporativismo judicial. Este es uno de los muy graves males, ya tópico, de la justicia española que, como he puesto de manifiesto en algunas ocasiones, carece por lo general de “capacidad de auto regeneración”. De suerte que el primer enemigo y mas potente de su independencia, son los propios jueces, seguido muy de cerca del segundo que no es otro sino la política y los políticos, que, en su afán de ser impunes y apoderarse de todo, se esfuerzan, con denuedo, por captar para sus ideas o pretensiones incluso personales, a la justicia no respetándola, desde luego, y escarneciéndola en cuanto pueden, y pueden mucho. Pues realmente sus ofertas son tentadoras debido a su poder, y cuando la justicia quiere pensarlo se encuentra ya metida en la más abyecta corrupción, cubierta por el manto más repugnante de la prevaricación cuando no del cohecho. Las promesas o dádivas circulan por doquier y revisten la forma más variada y que van desde el burdo maletín, hasta la velada o abierta promesa de promoción profesional. Cuando era muy joven, un viejo fiscal del Tribunal Supremo, ya fallecido, me hizo en tono confidencial, debido al afecto y simpatía que siempre me dispensó y me dijo: Manuel no luches contra molinos de viento, pues de la ponencia a la presidencia. Concreción de ellos lo he vivido, en la realidad, muy de cerca. La elegantia iuris criminalis scientia que me agrada emplear me impide entrar en algún escabroso suceso y proceso que ha mancillado la justicia española, no hace mucho, de forma escandalosa y que nunca debiera repetirse por el bien de ésta y la seguridad de la ciudadanía española así como, naturalmente, de la virtualidad  de la independencia judicial. Una justicia que no sea totalmente independiente no debe llamarse justicia sino la arbitrariedad hecha sistema como recordaba Pacheco en su magistral Prólogo al Código penal de 1848.

La justicia no independiente nunca es ni puede ser iustitia fundamentum regnorum como se recoge, esculpida en piedra, en la hermosa ciudad de Viena. No. Donde no hay independencia, no hay justicia. No puede haberla. Es su radical negación. El pardo cielo de la independencia se oscurece, con tan densos nubarrones, que se convierte en una amarga y atormentada negrura. Vivir sin justicia es una de las cosas mas tristes que le puede suceder al ser humano.

Como se ha dicho por el pensamiento clásico, allí donde entra la política por las puertas de la justicia, ésta se tira de cabeza por las ventanas. Para que esa desfenestración no se produzca, o sea mínima, debe hacerse frente con valentía, y esta, no se estudia en la Facultad de Derecho, ni en el Centro de estudios judiciales, ni tampoco se hace mención siquiera en los programas de ingreso en la judicatura y fiscalía. Espero que en los muy caros, por cierto, masters, que se anuncian para la abogacía, los colegios de abogados sepan introducirla. Porque para ser un buen jurista, en su variada prospección, hay que emplear esa delicada y difícil cualidad que, actualmente, se encuentra tan perdida en una sociedad, como la nuestra, tan ayuna de valores morales, movida por bajas pasiones, como son el miedo y la codicia más sucia.  

Manuel Cobo del Rosal

Abogado y Catedrático de Derecho Penal. 


 

 

 
 
 
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