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15 de JULIO de 2015

El turno de oficio visto desde otro lado

LAWYERPRESS

Por Susana Gisbert Grifo, Fiscal

 

Susana Gisbert Grifo, FiscalYo no pertenezco al turno de oficio, ni nunca he pertenecido a él. Ni siquiera soy abogada, aunque sí licenciada en Derecho, por supuesto. Quizás por ello muchos piensen qué narices hago metiéndome en este berenjenal, que ya dice el refrán esos de “zapatero, a tus zapatos”. Y tal vez tengan razón, no digo yo que no, y decidan no seguir leyendo. Y son, desde luego, libres de ello. Pero para los que sigan adelante, denme una oportunidad. Y pensemos por un momento que esos zapatos del zapatero del refrán no son otra cosa que la Justicia, y eso es cosa de todos. Y los zapatos no son solo algo propio del zapatero, sino también del vendedor, del representante, del dueño de la tienda, del fabricante y, sobre todo, del dueño de esos pies donde deben encajar a la medida. Sin rozaduras ni llagas. Y esa es tarea de todos.

Por eso me he decidido, al hilo de la celebración en estos días del Día de la Justicia Gratuita, a hablar desde mi perspectiva, que no es otra que la de una simple fiscal que se pone la toga para atender a ese servicio público de la mejor manera posible. ¿Les suena? Seguro. Porque eso, y no otra cosa, es lo que hacen cada día los abogados del turno de oficio, atender a un servicio público. Así que ya ven, remamos en el mismo barco, aunque a veces, unos estemos en proa otros en popa, unos en babor y otros a estribor. Como debe de ser.

En mi trabajo diario, tengo la suerte de coincidir con mucha frecuencia con letrados de oficio. Oigo sus cuitas, veo sus desvelos, y asisto a sus actuaciones. Les veo correr, como pollo sin cabeza, porque aún arrastran una detenido que asistieron en comisaría en la guardia de anteayer y hoy tienen un juicio en sala. Y a veces, incluso soy partícipe de la pugna por llevarnos a rastras al letrado a nuestro juzgado o a nuestro juicio, que siempre es mejor que el del juzgado de al lado, faltaría más. Y les veo mirar el móvil con cara de angustia, y disculparse una y mil veces por interrumpir un interrogatorio porque mientras están en la declaración de una víctima en la guardia, otra les espera en otro partido judicial.

También los veo cargados de los papeles, formularios e impresos con que las burocracia les obliga a realizar su trabajo, casi suplicando porque el asistido eche una firmita para que él o ella pueda cobrar, que por más que les guste su trabajo tienen que vivir de él. Aunque quienes se encargan de gestionar las cosas parezcan en ocasiones no comprender este pequeño inconveniente, y piensen que se pueden retrasar varios meses en pagarles. Porque, como todos sabemos, los letrados tienen un depósito oculto que les permite vivir sin comer durante meses, así que por eso debe ser que tanto da cuándo cobren. Algo así como el agua que almacenan los camellos en su joroba, porque de otra manera no se entiende.

Pero no todo va a ser echarles flores, no se hagan ilusiones, que de todo hay en la viña del Señor. Y he de reconocer honradamente que he visto actuaciones sublimes de abogados de oficio, pero también las he visto chapuceras. Como ocurre en todos los oficios, ni más ni menos. Pero, en su caso, tiende injustamente a generalizarse y a creerse que si alguien lo hizo mal se debe a que es de oficio, y no de pago. Y de ahí a decir que solo los ricos tienen derecho a que se haga justicia solo hay un paso. Y eso sí que no.

Sé que es difícil, mucho más de lo que a veces pueda creerse. Porque veo letrados que tratan de defender lo indefendible, porque su cliente nunca se puso en contacto con ellos y ni siquiera saben por dónde van los tiros. Y ponen al mal tiempo buena cara y, toga en ristre, hacen lo que pueden con la mayor dignidad posible. Y créanme que, aunque no lo parezca, lo sabemos. Y lo valoramos.

Por eso, porque conozco el trabajo que supone y el esfuerzo que hacen, me indigno tanto cuando veo otras cosas. Sobre todo, cuando veo que el mismo letrado actúa de manera diferente según su cliente sea de oficio o de pago. O que un preso preventivo se queja de que su letrado no ha ido ni una sola vez a visitarle. Que no son muchos, pero haberlos haylos. Y el daño que hacen a todos los demás, además de a su propio cliente y a la justicia, es enorme. Pero ya dije que no todo iban a ser flores.

Y lo bien cierto es que quienes, como es mi caso, trabajamos en una jurisdicción especializada, con un turno también especializado, nos alegramos sobremanera cuando quienes atienden a víctima e imputado –o investigado o como se quiera llamar- son letrados de oficio “de los de siempre”. No porque nos lo vayan a poner fácil, desde luego que no, ni porque sepamos a ciencia cierta que no van a usar de las ocho horas que tiene para comparecer el abogado, sino porque tenemos la seguridad de que su cliente va a ser bien atendido. Y que, gane quien gane, será la justicia la que saldrá ganando.

Pero permítanme acabar estas líneas con una pequeña exhortación a todos aquellos que tienen la generosidad, o la vocación, de pertenecer al turno de oficio. Sigan demostrándonos día a día que su labor es algo más que un recurso temporal para ganarse la vida, por más que ayude, y no permitan nunca que les minusvaloren por no ser en ese preciso momento “abogados de pago”.

Porque el suyo es un servicio público, y de ellos depende que sea una realidad el derecho de todos los ciudadanos al libre acceso a la justicia.

Y visto así, a ver si alguien se atreve a repetirme eso de “zapatero, a tus zapatos”.

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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