Yo no pertenezco al turno de oficio, ni nunca he pertenecido a él. Ni siquiera
soy abogada, aunque sí licenciada en Derecho, por supuesto. Quizás por ello
muchos piensen qué narices hago metiéndome en este berenjenal, que ya dice el
refrán esos de “zapatero, a tus zapatos”. Y tal vez tengan razón, no digo yo que
no, y decidan no seguir leyendo. Y son, desde luego, libres de ello. Pero para
los que sigan adelante, denme una oportunidad. Y pensemos por un momento que
esos zapatos del zapatero del refrán no son otra cosa que la Justicia, y eso es
cosa de todos. Y los zapatos no son solo algo propio del zapatero, sino también
del vendedor, del representante, del dueño de la tienda, del fabricante y, sobre
todo, del dueño de esos pies donde deben encajar a la medida. Sin rozaduras ni
llagas. Y esa es tarea de todos.
Por eso me he decidido, al hilo de la celebración en estos días del Día de la
Justicia Gratuita, a hablar desde mi perspectiva, que no es otra que la de una
simple fiscal que se pone la toga para atender a ese servicio público de la
mejor manera posible. ¿Les suena? Seguro. Porque eso, y no otra cosa, es lo que
hacen cada día los abogados del turno de oficio, atender a un servicio público.
Así que ya ven, remamos en el mismo barco, aunque a veces, unos estemos en proa
otros en popa, unos en babor y otros a estribor. Como debe de ser.
En mi trabajo diario, tengo la suerte de coincidir con mucha frecuencia con
letrados de oficio. Oigo sus cuitas, veo sus desvelos, y asisto a sus
actuaciones. Les veo correr, como pollo sin cabeza, porque aún arrastran una
detenido que asistieron en comisaría en la guardia de anteayer y hoy tienen un
juicio en sala. Y a veces, incluso soy partícipe de la pugna por llevarnos a
rastras al letrado a nuestro juzgado o a nuestro juicio, que siempre es mejor
que el del juzgado de al lado, faltaría más. Y les veo mirar el móvil con cara
de angustia, y disculparse una y mil veces por interrumpir un interrogatorio
porque mientras están en la declaración de una víctima en la guardia, otra les
espera en otro partido judicial.
También los veo cargados de los papeles, formularios e impresos con que las
burocracia les obliga a realizar su trabajo, casi suplicando porque el asistido
eche una firmita para que él o ella pueda cobrar, que por más que les guste su
trabajo tienen que vivir de él. Aunque quienes se encargan de gestionar las
cosas parezcan en ocasiones no comprender este pequeño inconveniente, y piensen
que se pueden retrasar varios meses en pagarles. Porque, como todos sabemos, los
letrados tienen un depósito oculto que les permite vivir sin comer durante
meses, así que por eso debe ser que tanto da cuándo cobren. Algo así como el
agua que almacenan los camellos en su joroba, porque de otra manera no se
entiende.
Pero no todo va a ser echarles flores, no se hagan ilusiones, que de todo hay en
la viña del Señor. Y he de reconocer honradamente que he visto actuaciones
sublimes de abogados de oficio, pero también las he visto chapuceras. Como
ocurre en todos los oficios, ni más ni menos. Pero, en su caso, tiende
injustamente a generalizarse y a creerse que si alguien lo hizo mal se debe a
que es de oficio, y no de pago. Y de ahí a decir que solo los ricos tienen
derecho a que se haga justicia solo hay un paso. Y eso sí que no.
Sé que es difícil, mucho más de lo que a veces pueda creerse. Porque veo
letrados que tratan de defender lo indefendible, porque su cliente nunca se puso
en contacto con ellos y ni siquiera saben por dónde van los tiros. Y ponen al
mal tiempo buena cara y, toga en ristre, hacen lo que pueden con la mayor
dignidad posible. Y créanme que, aunque no lo parezca, lo sabemos. Y lo
valoramos.
Por eso, porque conozco el trabajo que supone y el esfuerzo que hacen, me
indigno tanto cuando veo otras cosas. Sobre todo, cuando veo que el mismo
letrado actúa de manera diferente según su cliente sea de oficio o de pago. O
que un preso preventivo se queja de que su letrado no ha ido ni una sola vez a
visitarle. Que no son muchos, pero haberlos haylos. Y el daño que hacen a todos
los demás, además de a su propio cliente y a la justicia, es enorme. Pero ya
dije que no todo iban a ser flores.
Y lo bien cierto es que quienes, como es mi caso, trabajamos en una jurisdicción
especializada, con un turno también especializado, nos alegramos sobremanera
cuando quienes atienden a víctima e imputado –o investigado o como se quiera
llamar- son letrados de oficio “de los de siempre”. No porque nos lo vayan a
poner fácil, desde luego que no, ni porque sepamos a ciencia cierta que no van a
usar de las ocho horas que tiene para comparecer el abogado, sino porque tenemos
la seguridad de que su cliente va a ser bien atendido. Y que, gane quien gane,
será la justicia la que saldrá ganando.
Pero permítanme acabar estas líneas con una pequeña exhortación a todos aquellos
que tienen la generosidad, o la vocación, de pertenecer al turno de oficio.
Sigan demostrándonos día a día que su labor es algo más que un recurso temporal
para ganarse la vida, por más que ayude, y no permitan nunca que les
minusvaloren por no ser en ese preciso momento “abogados de pago”.
Porque el suyo es un servicio público, y de ellos depende que sea una realidad
el derecho de todos los ciudadanos al libre acceso a la justicia.
Y visto así, a ver si alguien se atreve a repetirme eso de “zapatero, a tus
zapatos”. |