Me
pide este medio una breve semblanza de Luis
Díez-Picazo y Ponce de León, que
falleció hace pocas horas, a la edad de 84 años. Es perfectamente conocido que,
conforme a las clasificaciones al uso, a Luis
Díez-Picazo se le consideraba un
civilista. Y lo era: había alcanzado la cátedra de Derecho Civil, especialmente
prestigiosa y disputada, con sólo 32 años de edad y sirvió esa cátedra en la
Universidad de Valencia y más tarde, hasta su jubilación, en la Universidad
Autónoma de Madrid, de la que fue Profesor Emérito hasta 2001. Podría
considerarse inapropiado que un Catedrático de Derecho Procesal como yo se
atreva, incluso por iniciativa ajena, a trazar una semblanza del eximo
civilista. Pero ocurre que me considero suficientemente legitimado para honrar
su trabajo jurídico y venturosamente sujeto a un gustoso deber de reconocimiento
y gratitud.
Muchos años antes de conocerle personalmente, Luis
Díez-Picazo, aún Catedrático de
Valencia, ya había aparecido con fuerza en mi vida y en el camino de mi propia
formación jurídica a causa de la detenida lectura de su monografía “La doctrina
de los actos propios” (Bosch, Barcelona, 1963) y de sus “Estudios sobre la
Jurisprudencia civil”. Eran dos obras de extraordinaria calidad, no sólo por lo
que decían sino por el método y esfuerzo que denotaban, escritas por quien
consideré desde entonces, y hasta hoy, un jurista integral, verdadero maestro,
civilista, sí, pero de los que honraban, aun sin proponérselo expresamente, la
consideración del Derecho Civil como columna vertebral y medular de la formación
jurídica. Con su propia y acusada personalidad, Luis
Díez-Picazo era discípulo del gran
Federico de Castro y Bravo, como
otros maestros (estoy pensando en
Fuenmayor Champín) que le apreciaban máximamente como persona y como
jurista y en los que yo pude durante años, por su cercanía física, apoyarme a
diario en mi aprendizaje.
Está al alcance de cualquiera la interminable relación de obras de Luis
Díez-Picazo y Ponce de León, prueba
irrefutable de su incesante
“curiositas” y de una superlativa e ininterrumpida laboriosidad. Y es
innecesario que subraye aquí la inmensa proyección de sus obras generales, como
el “Sistema de Derecho Civil” o los “Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial”.
Menos conocida es su muy larga e intensa labor como Presidente de la Sección de
Derecho Civil de la Comisión General de Codificación, una de las pocas secciones
verdaderamente vitales y activas de la vetusta Comisión General. Por no hablar
de su trabajo en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, que presidió
de 2012 a 2015. Sin descuidar ni lo más mínimo estos oficios públicos, Luis
Díez-Picazo ha sido también, hasta
su muerte, un abogado de máxima calidad.
Se puede decir, sin la menor exageración, que
Luis Díez-Picazo y Ponce de León
deja a la ciencia jurídica y a la vida social un precioso tesoro, que tenemos
ahora nosotros la responsabilidad de aprovechar. Nos toca a nosotros obrar con
lúcida inteligencia para valorar con obras ese tesoro. En este momento
histórico, en que ha dejado esta vida un genuino jurista y un jurista con
verdadero prestigio reconocido, un inmenso prestigio, no nos quedemos solos.
Permítaseme aprovechar estas líneas para reiterar a su viuda, mi querida María
Teresa, y a sus hijos, especialmente a uno de ellos, Ignacio, querido antiguo
alumno directo, discípulo y colega, mi compañía en su aflicción. |