En los últimos meses, a través de una iniciativa impulsada por el
despacho de familia Vestalia Asociados, hemos realizado un ciclo de
talleres en centros escolares de la Comunidad de Madrid.
Dichas formaciones, dirigidas a alumnos de entre 12 y 17 años de
edad, son impartidas por profesionales del ámbito jurídico, educativo y
psicológico, y pretenden abordar la forma en la que los adolescentes se
relacionan entre ellos y con el mundo adulto.
Durante cada sesión planteamos problemáticas frecuentes durante la
etapa vital que atraviesan, tales como las primeras relaciones amorosas, los
conflictos con amigos y compañeros o la convivencia familiar.
En cuanto a la metodología utilizamos parte de la representación
teatral de situaciones cotidianas que permiten, aprovechando la espontaneidad de
los participantes, detectar determinadas conductas o reacciones dignas, como
poco, de observación y análisis posterior.
Además, durante dichas dinámicas empleamos herramientas propias de
la mediación de conflictos que aderezadas con altas dosis de humor, en el
lenguaje "adecuado", ofrecen la única receta posible para conseguir que un grupo
de chavales se sinceren contigo y lo que es más importante, con ellos mismos.
Una vez alcanzado semejante reto se obtiene información relevante
(frecuentemente desconocida para padres, madres y profesores) que, en no pocas
ocasiones, te obliga a llevarte las manos a la cabeza. De esta forma conseguimos
sacar a la luz casos de acoso escolar, problemas de autoestima,
discriminación e incluso violencia entre los propios alumnos.
Lastimosamente la violencia, entendida en todas sus variantes, es
una de las problemáticas que con más frecuencia nos encontramos al trabajar con
chavales de esta edad. A ello debemos añadir la entrada en escena de las nuevas
tecnologías, las cuales ofrecen a los adolescentes una herramienta rápida y
directa de control casi ilimitado.
Sin embargo considero que esta realidad pasa de puntillas para
muchos adultos que, por múltiples motivos, no tienen una comunicación activa con
sus hijos adolescentes. En otras ocasiones directamente se opta por mirar hacia
otro lado, o se le resta importancia a hechos, aparentemente insignificantes,
que revisten una tremenda gravedad.
Gracias a la encomiable labor de organizaciones como la Fundación
de Ayuda
a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), hoy somos un poco más
conscientes de los peligros que, a espaldas de los padres y madres, se cuecen en
el ámbito escolar.
El verdadero problema, en mi opinión, reside en la normalización y
banalización de determinadas conductas violentas que habitualmente no son
ejercidas desde un plano físico y, por lo tanto, son menos detectables a simple
vista.
Por ejemplo, tras sondear a los alumnos comprobamos que, si bien
conciben una agresión física como algo intolerable, no identifican ciertas
conductas -tales como mirar el móvil de la pareja, difundir material
como SMS o imágenes sin permiso, controlar todo lo que hace el otro-
como actos violentos.
Ello es así porque no todas las formas de violencia suscitan el
mismo rechazo social, motivo por el cual, nos encontramos ante casos en los que
los adolescentes definen como simples "problemas sentimentales" lo que en
realidad son conflictos desencadenados por el control y la dominación del uno
sobre el otro.
Tras escenificar situaciones cotidianas durante las formaciones
comprobamos que un alto porcentaje de los alumnos considera que está bien
que un chico salga con muchas chicas, pero no al revés, al igual que
opinan que agredir a otra persona está justificado si te quitan lo que te
pertenece.
Por otro lado, poco ayuda el hecho de que percibamos, erróneamente,
que existe una auténtica igualdad real en la mente de las nuevas generaciones,
cuando estamos todavía muy lejos de lograr ese objetivo.
Prueba de ello son los comportamientos manifestados por los alumnos
durante la realización de estas actividades, los cuales apuntan a que los más
jóvenes continúan perpetuando ciertos estereotipos que diferencian a
chicos y a chicas, los cuales asumen con total naturalidad.
Dichos roles de género, si bien están cambiando poco a poco,
resultan especialmente resistentes al cambio, siendo una de sus principales
manifestaciones el ideal de pareja que siguen expresando los chicos.
Reveladora resulta en este sentido la investigación promovida por la
Delegación del Gobierno para la Violencia de Género en la que se determina que
los chicos quieren que su pareja destaque sobre todo por el
atractivo físico, seguido de la simpatía y en tercer lugar la sinceridad.
Esto es una prueba más de la necesidad de superar dicha tendencia,
estrechamente relacionada con los estereotipos de la "mujer objeto", que
comprobamos continúan vivos en las películas, en los libros, en los medios de
comunicación, en la música, en las aulas y, lo que es más importante, en la
sociedad.
Véase a modo de ejemplo la conocida saga "Crepúsculo", la serie "sin
tetas no hay paraíso", el programa "Hombres, mujeres y viceversa", o el libro
"Cincuenta sobras de Grey" que tanto furor causan, y que no hacen otra cosa que
alimentar la peligrosa idea de que el verdadero amor va ligado a la renuncia, el
control o el sacrificio, a lo que se suma la obsesión por la imagen.
Por mucho que algunos se empeñen en ignorarlo una gran parte de los
adolescentes continúan atribuyendo a las chicas calificativos como
"sensibles, emocionales, tiernas, responsables, trabajadoras, frágiles", y a
los chicos se les define como "dinámicos, fuertes, activos, autónomos,
emprendedores, posesivos". Y esa concepción no la adquieren por ciencia
infusa, si no que se ha ido forjando a través de la información que éstos
reciben, por diferentes fuentes, durante su desarrollo personal.
Hace no tanto tiempo quedaba perpleja al ver un video titulado
"LIKE A GIRL" en el que se pide a un grupo de personas -de diferentes
sexos, edades y nacionalidades- que ejecuten determinadas acciones. "Corre
como una niña", "lucha como una niña" fueron algunas de las peticiones que
la directora del proyecto solicitó a los participantes.
Sorprendentemente, tanto ellos como ellas, simularon ante la cámara
que corrían o lanzaban un golpe al aire de forma patosa, cursi y hasta ridícula,
tal y como instintivamente pensaron que lo haría una niña.
Me resultaron tan interesantes esas reacciones espontáneas, así como
las reflexiones posteriores de las personas que intervinieron, que decidí
aplicarlo a las formaciones que realizamos como una dinámica más. Os aseguro que
los resultados no os habrían dejado impasibles.
Ya no es una cuestión de "inocentes estereotipos" que se perpetúan
generación tras generación, sino de cómo influye esa concepción del género en
las relaciones de los jóvenes.
Según el estudio «¿Fuertes como papá? ¿Sensibles como mamá?
Identidades de género en la adolescencia», elaborado por el Centro Reina
Sofía sobre Adolescencia y Juventud, el 59,4% de los encuestados están bastante
de acuerdo con que «el chico debe proteger a su chica».
Revelador es también el dato que nos aporta la Fundación ANAR
referente a que "seis de cada 10 adolescentes víctimas de violencia de género
sufrieron acoso a través del móvil y las redes sociales. Además, más de la mitad
no era consciente de que estaba sufriendo violencia de género".
En la misma línea encontramos los escalofriantes resultados del
estudio "Evolución de la adolescencia española sobre la igualdad y la
prevención de la violencia de Género", que revela que "una de cada tres
adolescentes españolas (el 28,8%) reconocen sufrir un control abusivo por parte
de sus novios centrado en conocer con quién hablan o lo que dicen o a dónde van,
así como en decidir por ellas el más mínimo detalle".
En el informe emitido tras dicho estudio, se percibe un claro
incremento en el número de chicas que reconocen haberla sufrido y de chicos que
admiten haberla ejercido, en relación a un estudio similar de 2010.
Descrito brevemente el actual panorama, según la humilde opinión de
esta letrada, considero que es imprescindible transmitir a los adolescentes un
concepto más maduro del amor y una definición concreta de sus límites,
dotándoles de las herramientas necesarias para detectar las primeras
manifestaciones del abuso y cómo éste puede producirse a través del uso de las
nuevas tecnologías.
La labor de prevención de conductas violentas en la
adolescencia debe efectuarse desde el ámbito familiar en colaboración con los
centros escolares, impulsando la participación de los jóvenes en actividades
sobre la construcción de la igualdad, así como impartiendo formación específica
al profesorado.
Que decir tiene que los representantes políticos tienen un papel
fundamental a la hora de promover estas iniciativas, otorgando los recursos
económicos y humanos necesarios para tan laboriosa tarea.
Y en cuanto a vosotros, lectores, no debemos olvidar nunca que
tenemos una responsabilidad social para con los más jóvenes: somos referentes
directos para nuestros niños, y éstos a su vez son esponjas con respecto a todo
lo que observan y escuchan de nosotros.
Aunque muchos quieran obviarlo, la erradicación del modelo que
conduce a la desigualdad y a la violencia es una causa que innegablemente sigue
viva, y que nos concierne absolutamente a todos. |