La relación de eso que venimos llamando Europa o más concretamente
la
Unión
Europea
con la discapacidad ha sido y es problemática. Si la acción pública en materia de discapacidad,
como
ha
sido
tradicional
entender,
era
considerada
algo
propio
de
lo
social,
la
Unión
Europea
no
tenía
demasiado
que
decir
sobre
esta
realidad,
pues
el
bienestar
social
no
formaba
y
sigue
sin
forma
parte
de
su
ámbito
de
atribuciones
indiscutidas.
Solo
cuando
la
discapacidad
dejó
de
ser
vista
como
una
dimensión
más
de
lo
meramente
social,
y se
la
entendió
como
una
realidad
que
coloca
a la
ciudadanía
que
la
presenta
en
posiciones
de
desigualdad;
solo
cuando
comenzó
a
percibirse
como
una
cuestión
de
derechos,
de
derechos
humanos
violados
o en
riesgo
de
vulneración,
el
título
competencial
de
la
Unión
Europea
se
fue
reforzando.
A lo
meramente
social
se
unió
la
no
discriminación,
lo
que
amplió
el
teatro
de
operaciones
políticas,
legislativas
y
programáticas.
La
discapacidad
dejó
de
ser
para
Europa
un
quiero
y no
puedo
para
convertirse
en
puedo
un
tanto,
no
demasiado,
pero
no
lo
practico
con
convicción
y
firmeza.
La
discapacidad
como
algo
en
potencia,
pero
no
en
acto.
Esta, groseramente expuesta, es la situación de la discapacidad en
la
malla
político-institucional
de
la
Unión
Europea,
al
menos,
a
juicio
del
activismo
cívico
de
la
discapacidad.
Una
cierta
indefinición,
seguida
de
una
cierta
apatía
a la
hora
de
pasar
a la
acción
y
sostenerla
con
vigor
podía
ser
el
dibujo
ingrato
de
lo
que
la
discapacidad
es
para
Europa.
La
discapacidad
no
pertenece
al
núcleo
duro
de
las
preocupaciones
y de
las
decisiones
de
la
Unión
Europea,
la
discapacidad,
podemos
concluir
con
una
sensación
de
desolación
contenida
no
está,
como
merecería,
en
la
agenda
política
europea.
Estas sombrías aseveraciones pueden predicarse de los últimos acontecimientos
de
mayor
relevancia
producidos
en
esta
esfera
en
los
últimos
tiempos.
La
Unión
Europea
a
falta
de
algo
mejor
y
más
contundente
adoptó
en
2010
una
Estrategia
Europea
de
la
Discapacidad
2010-2020,
en
las
que
establecía
una
serie
de
objetivos
y
unas
vías
de
acción
para
alcanzarlos.
Si
bien
los
objetivos
son
de
entidad
–la
efusión
de
proclamaciones
solemnes
es
fácil
en
política-
, el
medio
para
conseguirlos,
una
Estrategia,
es
de
suyo
débil
o
más
débil
que
otros,
como
un
plan
de
acción,
que
sí
merecieron
realidades
conexas
como
la
juventud.
Y no
solo
esto,
los
contenidos
salvables
de
la
Estrategia
Europea
de
la
Discapacidad
constituyen
el
abono
tardío
de
una
deuda
pendiente,
y
que
se
contrajo
por
la
Unión
al
no
incluir
la
discapacidad
con
el
rango
que
merecía
en
la
Estrategia
Europea
2020,
la
que
se
supone
es
la
carta
de
navegación
de
Europa
para
salir
de
la
calma
chicha
en
que
se
halla.
Como
no
he
podido
o
querido
alojarte
en
el
piso
principal,
te
reservo
un
altillo:
el
espacio,
la
luz
y la
ventilación
no
son
las
mismas,
claro
es,
pero
estás
al
resguardo
y al
menos
tienes
lecho
y
techo.
Date
por
contento.
Con este descuido, con esta desatención entre abúlica e ignorante
trata
la
Unión
Europea
a la
discapacidad.
No
corren
buenos
tiempos,
no,
para
las
políticas
de
discapacidad
en
Europa.
Más
allá
de
los
conatos
no
exentos
de
retórica
bienintencionada,
todo
indica
que
la
caducidad
de
la
exclusión
se
prolongará
aún.
Solo
la
persistencia
del
activismo
podrá
abreviar
esos
plazos
que
corren
el
albur
de
resultar
infinitos.
Luis
Cayo
Pérez
Bueno
Presidente
del
Comité
Español
de
Representantes
de
Personas
con
Discapacidad
(CERMI) |