Buñuel, Magritte y lo onírico

Publicado el viernes, 17 abril 2020

Natalia Velilla Antolín – Arte Puñetero.

Tenía doce años cuando vi en casa de mis abuelos maternos El Ángel Exterminador, de Luis Buñuel. En la película, estrenada en Ciudad de México en 1962, un grupo de burgueses mexicanos, elegantemente vestidos, disfrutaban de una cena en la mansión de sus anfitriones. Repentinamente, los criados se marchaban de la casa, dejando a los integrantes del grupo cenando amigablemente, bebiendo y comentando minucias y bagatelas. En determinado momento de la velada, tanto los dueños de la casa como sus invitados se percataban de que no podían salir del salón, por causa de una fuerza misteriosa e invisible. A medida que iba pasando el tiempo, iban escaseando los alimentos y la bebida, y se iba acumulando el cansancio, las buenas formas cedían paso a comportamientos salvajes e inhumanos.

El paso del tiempo en nuestros confinamientos domiciliarios empieza a hacer mella en el ánimo de todos. En realidad, aunque no faltan los motivos para la esperanza, el Ángel Exterminador invisible que nos retiene entre las cuatro paredes de nuestras casas mina nuestras relaciones familiares y laborales, y nos hace a veces olvidar las formas. El estado de alarma no deja de ser un estado surrealista, y Luis Buñuel es uno de los máximos exponentes del surrealismo en el séptimo arte.

Fotograma de El Ángel Exterminador de Buñuel

El surrealismo fue una corriente artística que trascendió las artes plásticas –incluso en el teatro y la novela hubo autores surrealistas, como Federico García Lorca y su Así que pasen cinco años (1931)– e impregnó la pintura, la fotografía y el diseño. Esta forma de ver la realidad buscaba ir más allá de lo real y partir de lo onírico, lo irracional, y lo oculto en la mente humana. Se priorizaba la imagen como forma de expresión de emociones, de anhelos y deseos, no como manifestación de belleza.

Uno de los artistas que abrazó el surrealismo fue René Magritte (1898-1967). El pintor belga se afincó en París, donde fácilmente se vio influido por la corriente surrealista de André Breton. Las obras de Magritte son bastante reconocibles, al utilizar figuras recurrentes como el sobrero de bombín, las manzanas verdes o los rostros tapados con telas blancas.

La utilización del bombín en sus obras coincide en el tiempo con el auge de la popularidad de Charles Chaplin (“Charlot”) y de la pareja humorística Oliver y Hardy (“el gordo y el flaco”). El bombín como elemento de distinción en el atuendo masculino, utilizado por los cómicos y por el pintor como un medio de desdramatización que abre una ventana hacia la audacia. El hombre que sabe mirar más allá de la realidad próxima tras una apariencia cotidiana.

Más conocida aún es la utilización de las manzanas verdes en sus representaciones, como la obra conocida como El Hijo del hombre (1964), donde un hombre “normal”, con bombín –¡cómo no!– posa ante un paisaje irreal y neutro, vestido de traje y con una gran manzana verde voladora delante de su cara. El espectador no puede ver el rostro de aquel hombre corriente y ha de imaginárselo. La manzana es tradicionalmente la representación del pecado, de la tentación de Eva en el Jardín del Edén e, incluso, de la renuncia a la inmortalidad. Magritte juega con quien mira su obra, le hace pensar, y le desconcierta de manera juguetona.

Toda esta introducción me permite centrarme en el cuadro que ocupa mi artículo de hoy y que recoge la tercera representación recurrente de Magritte: los rostros ocultos con tejidos claros. Me refiero en esta ocasión a la obra Los amantes (1928). El cuadro, muy conocido por el gran público, representa los bustos de una mujer ataviada con un vestido rojo sin mangas, que besa a un hombre con un traje negro con corbata a juego y camisa blanca. Parece que ambos juntan sus labios, pero sus rostros están cubiertos con un paño blanco ajustado a la cabeza, como si estuviera mojado o fuera de tul opaco. El fondo, azul nuboso, neutro, no se sabe si es un cielo o una pared.

La utilización por Magritte de velos o paños mojados sobre las caras de los personajes representados se dice que obedece a una obsesión del autor por su madre, a la que, siendo niño, halló muerta por ahogamiento en la orilla del río al que había ido a jugar con sus amigos. La mujer vestía un camisón blanco cuando se suicidó tirándose al río. La ropa mojada se le adhirió a la cara, marcando inexorablemente la obra de su hijo.

El cuadro de los amantes representa a una pareja heterosexual que sella su amor con un beso, unos esposos, unos novios o unos amantes.

El matrimonio es una institución tan antigua como el hombre que, sin embargo, ha ido sufriendo una evolución importante a lo largo de nuestra historia más reciente. Aunque el Código Civil de Alonso Martínez, en 1889, reconoció la existencia de dos tipos de matrimonio, el canónico y el civil, este último tenía carácter subsidiario para dar respuesta a los supuestos, considerados excepcionales, de que no se profesara la religión católica, que era la del Estado. Durante la II República española, se partió de la laicidad del Estado, reconociendo el matrimonio civil como el único posible.

En tiempos de Franco, se volvió a la confesionalidad del Estado, estableciéndose por el Concordato con la Santa Sede de 1953 plenos efectos civiles al matrimonio religioso y reservando el matrimonio civil exclusivamente a quien probara no profesar la religión católica. Con la llegada de la democracia, no solo el matrimonio civil se igualó al canónico, introduciéndose la libertad de nupcias según el rito que se deseara, sino que se han ido igualando las consecuencias derivadas de la convivencia de hecho a las del matrimonio, equiparando a los hijos matrimoniales con los no matrimoniales o reconociendo derechos sociales al supérstite en caso de fallecimiento de uno de los integrantes de la pareja. Cuando en 2005 se reconoció legalmente la posibilidad de que las personas del mismo sexo pudieran contraer matrimonio, se culminó la igualdad de derechos de todos en materia de familia.

El cuadro de Magritte, por tanto, representa la unión sexual estable entre dos personas, bien sean del mismo o diferente sexo, casados o no. O bien pudiera representar una pareja de amantes, sin más vínculo que el del beso invisible que se dan.

A veces, en esos días en los que el desánimo se apodera de nosotros y añoramos volver a abrazar y besar a nuestros seres queridos, tenemos la sensación de que la epidemia nos impedirá volver a relacionarnos como acostumbrábamos. Nos vemos renunciando a compartir entrantes en los restaurantes, a no visitar las barras repletas de alimentos a la vista, a no besarnos al encontrarnos, a ampliar la distancia social. Como en cuadros de Magritte, nos imaginamos besándonos a través de mascarillas o de barreras físicas semejantes que protejan nuestra salud. Se nos representa oníricamente el amor contenido en telas, la vida encapsulada.

Magritte, en realidad, quiso representar lo oculto de la pareja, la realidad que subyace detrás de la imagen idealizada del enamorado, lo desconocidos que somos los unos para los otros, incluso en el seno de una relación. En esta época aciaga, yo, sin embargo, veo una pareja que se ama en tiempos de pandemia.

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