El templo de la sabiduría

Publicado el viernes, 17 julio 2020

Natalia Velilla Antolín – Arte Puñetero.

En 1817, Stendhal, pseudónimo por el que se conocía a Henri Beyle, autor francés máximo exponente del denominado realismo, viajó a Florencia. Al entrar en la iglesia de la Santa Croce, experimentó tal turbación que le llevó a escribir los siguientes versos: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme».

Esta experiencia descrita por el escritor ha sido catalogada posteriormente por los expertos como una enfermedad psicosomática denominada síndrome de Stendhal, síndrome de Florencia e, incluso, síndrome del viajero, y consiste en un conjunto de síntomas (taquicardia, vértigo, confusión, mareos) padecidos por algunas personas al contemplar una obra de arte. Supongo que esta sensación no es muy agradable. Afortunadamente, a mí no me ha pasado nunca, no sé si porque tengo mayor resistencia a la belleza o porque carezco de la sensibilidad romántica del genio francés, aunque siempre he pensado que, si alguna vez experimenté algo especial ante un monumento, esto me sucedió en Santa Sofía de Estambul. Tenía tantas ganas de conocer la mezquita-museo que no pude evitar percibir una emoción mezcla de alegría y admiración, abrumada por la magnitud y perfección de la obra bizantina.

Cuando entras en Santa Sofía, tienes la percepción de que los siglos y la historia flotan en el ambiente. La luz del sol, que se filtra a través de los vanos elevados sobre los arcos de las naves laterales de la cúpula y las semicúpulas, cae con rayos oblicuos atravesando partículas de polvo que bailotean al ritmo de una música inexistente. El aura de los millones de personas que, a lo largo de sus diecisiete siglos de historia, han contemplado sus seculares muros, parece acompañar al visitante que, sobrecogido, se siente pequeño, insignificante y maravillado.

La historia de Santa Sofía es tan extensa como la de la tierra en la que reposa. La primera construcción de la iglesia se remonta al siglo IV, en tiempos de Constantino, quien mandó construir una iglesia cristiana de culto ortodoxo, sede de su Patriarca y escenario de las coronaciones imperiales bizantinas. La actual estructura es la tercera Santa Sofía levantada en el sitio. Las dos anteriores fueron destruidas por incendios que las arrasaron en 404 y 532. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la iglesia no fue dedicada a ninguna santa llamada Sofía, sino que es el templo de la “Divina Sabiduría” (Hagia Sofia), una manera de describir la existencia de Dios.

Durante casi 900 años, fue iglesia ortodoxa, salvo un breve periodo de tiempo en el siglo XIII, que fue catedral católica durante la invasión de Constantinopla por parte de los vencedores de la Cuarta Cruzada.

En 1453, fecha de la caída del Imperio Romano de Oriente a manos de los otomanos, Mehmed II bautizó la ciudad con el nombre de Estambul y convirtió Santa Sofía en mezquita. El sultán mandó tapar con yeso los símbolos ortodoxos del interior y añadir capiteles y minaretes a la estructura original para convertirla en templo islámico. El lugar estuvo consagrado al culto musulmán hasta la caída del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial, cuando el fundador del estado moderno de Turquía, Mustafá Kemal Ataturk, primer presidente laico, ordenó convertir Santa Sofía en museo en 1934. Su intención era aglutinar así los legados de las importantes civilizaciones que formaron parte de la historia del país, la bizantina y la otomana, al tiempo que se reforzaba con ello la idea de Estado moderno y secular.

Santa Sofía, sin embargo, representa la tensión constante entre religiones. Por un lado, Constantino, quiso desafiar al catolicismo edificando el templo más grande de la cristiandad, que no fue superado en dimensiones hasta la construcción, en el Renacimiento, de la Basílica del Vaticano, en una clara muestra de rivalidad entre las iglesias cristianas ortodoxa y católica.

Al hilo de esto, hay que decir que muchos desconocen que ninguna iglesia católica del mundo puede ser más grande que la Basílica de San Pedro. Como curiosidad: cuando en 1960 el cardenal Caetano Cicognani fue a consagrar el controvertido templo del Valle de los Caídos construido por orden de Francisco Franco en la Sierra de Guadarrama en Madrid, al conocer la longitud de la planta, muy superior a la de la basílica vaticana, se negó a santificar el lugar si no se reducía la nave. Por ello, tuvo que construirse un vestíbulo que acortara las dimensiones oficiales de la iglesia. Esta anécdota nos ilustra sobre la importancia que las dimensiones de los templos han tenido siempre para las distintas religiones.

Pero no solo Santa Sofía ha supuesto un símbolo de tirantez entre las religiones cristianas, sino que, desde que se desacralizara, el mundo musulmán ha venido reclamando su recuperación para el culto islámico. Ahora, 85 años después de su conversión en museo, el actual presidente turco Erdogan ha anulado por decreto la decisión de Ataturk, transfiriendo la gestión del lugar a la Presidencia de Asuntos Religiosos, y convirtiendo nuevamente Santa Sofía en mezquita. Esta decisión ha reavivado los conflictos religiosos, provocando que el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, tache la decisión de absurda y perjudicial. Igualmente, el gobierno griego ha considerado tal decisión una provocación al mundo civilizado, y, el Papa Francisco, en el Ángelus del domingo 12 de julio de 2020, se ha mostrado “muy dolido” por la decisión.

Pese a que la mayoría de los estados modernos son laicos o aconfesionales, la religión sigue siendo motivo de tirantez política. España reconoce en el artículo 16 de la Constitución de 1978 la libertad ideológica, religiosa y de culto de todos, y, en su apartado 3, se declara la aconfesionalidad del Estado, si bien se establece que los poderes públicos deberán tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, manteniendo las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones. Esta declaración de nuestra Carta Magna supone una ruptura con el antiguo régimen, donde la religión oficial del Estado era la católica. La mezcla entre religión y estado, llevaba a, entre otras cosas, reconocer únicamente como válido el matrimonio católico –salvo que los contrayentes no hubieran sido bautizados en esta fe, en cuyo caso se permitía el matrimonio civil- y prohibir el divorcio. Esta situación ha cambiado, reconociéndose los mismos derechos a todos los ciudadanos, con independencia de sus creencias o de su agnosticismo.

Aunque la inexistencia de religión oficial es un indicativo de sociedad moderna que respeta todos los credos, en otros países nos encontramos con que la religión y el Estado prácticamente se asimilan. La decisión de Turquía acerca de Santa Sofía es una muestra de que, pese a los intentos de este país por formar parte de la Unión Europea, en realidad, sigue siendo una nación en la que las cuestiones religiosas se mezclan con las razones de Estado, alejándose de los postulados de Europa, donde no hay distinción de trato entre nacionalidades, religión, sexo, orientación sexual o procedencia.

Tras la decisión turca, al menos esperemos que los mosaicos bizantinos de la Basílica sean respetados. La mayoría de ellos ya fueron destruidos o cubiertos con yeso cuando Constantinopla cayó en manos otomanas. Algunos fueron respetados por representar figuras admitidas por el Corán, mientras que otros lo fueron por lo complicado que era acceder a ellos para taparlos. Lo cierto es que el yeso ha conservado algunos de ellos, consiguiendo ver la luz, tras su remoción, siglos después cuando el templo fue convertido en museo.

Si Hagia Sofia es uno de los templos más bellos del mundo, sus mosaicos merecerían un artículo aparte. El Pantocrátor del Endonartex (tímpano de la puerta principal de acceso), de finales del siglo IX, junto al Emperador, el arcángel San Gabriel y la Virgen María, es un prodigio de belleza colorista. Los mosaicos del ábside, del Suplicio, el mosaico Conmeno o el mosaico de la Emperatriz Zoe, son arte contenido en arte.

Este templo de la sabiduría, injustamente excluido del listado de las siete maravillas del mundo moderno, debería engrosarla por derecho propio.

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