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publicado el 22 de ENERO 2009

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Crisis económica y pérdida de valores morales
por Esteban Ceca Magán, director de Ceca Magan Abogados

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A nadie se le escapa que la recesión que hoy vive el primer mundo, junto a las potencias emergentes, es de una envergadura jamás conocida. Anteriores crisis; todas y básicamente la de octubre de 1929, prolongada en la década de 1930 y con especial virulencia en 1934, nada tienen que ver con la que hoy sufrimos. Y ello, pese a que los orígenes de las crisis económicas suelen tener antecedentes y detonantes similares, salvando épocas y singularidades de cada una. A ciclos de bonanza económica siguen etapas de desaceleración que, cuando se superan, originan nuevos tiempos de crecimiento generalizado.

Así ha sucedido siempre. Pero la recesión actual contiene un ingrediente pernicioso que puede hacer desmoronarse el sistema capitalista, como hasta ahora era entendido. Este ingrediente no es otro que la pérdida de los valores éticos en el mundo de los negocios; conocida, pero permitida por los políticos sobre quienes recae la responsabilidad de dirigir el mundo.

El new deal de Roosvelt; la Alemania nazi, la segunda guerra mundial, la no adecuada cicatrización de los devastadores efectos de la primera gran conflagración, la carencia de materiales y mano de obra o el triunfo del Keynesianismo, todavía generan discordia sobre sus efectos alentadores o de recorte de la Gran Depresión.

Pero nadie ignora dos hechos significativos:

- La hecatombe de 1929 vino precedida en Estados Unidos, de una década de crecimiento económico, incremento del endeudamiento y especulación bursátil, con beneficios rápidos y fáciles, hasta que se produjo el detonante del jueves negro, 24 de octubre de 1929, causa inmediata del desastre, por el desplome de la Bolsa de Nueva York y la pérdida vertiginosa del valor de las acciones cotizadas. Fue, pues, el crash bursátil el que motivó una reacción en cadena en el sistema financiero, con numerosos bancos con problemas de solvencia y liquidez, al acentuarse la desconfianza en su capacidad de reembolsar a los depositantes su dinero.

- Las autoridades políticas mundiales, básicamente los presidentes estadounidenses, actuaron de inmediato. Certera o equivocadamente en los planos político, económico y financiero; pero siempre con buena fe, sana confianza en el futuro y apoyados por equipos económicos honrados, no contaminados por especulaciones espurias personales.

El Presidente republicano Herbert Hoover hubo de tomar medidas drásticas de proteccionismo gubernamental: control férreo de los precios, básicamente en el sector agrario y un pseudonacionalismo de la agricultura, a través del arancel Smoot – Hawley de 1930. Medidas justificadas; pues en Estados Unidos, las importaciones descendieron de 4.400 millones de dólares en 1929, a 1.500 millones en 1932; mientras que las exportaciones cayeron de 5.400 millones en 1929, a 2.100 en 1932. Y que el hoy conocido como producto interior bruto, mundial y norteamericano, descendieron respectivamente a un 66 y un 68 % entre 1929 y 1934.

Por su parte, el Presidente Franklin Delano Roosevelt, tras ganar las elecciones con apenas un 56 % de los votos y tomar posesión de la Casa Blanca en marzo de 1933, hubo de proseguir con las mismas medidas, incluso acentuadas, pese a que durante su campaña electoral siempre estaban presentes en sus discursos las medidas contrarias: reducción del 25% en el gasto federal, un presupuesto equilibrado y un dólar respaldado por el oro para evitar manipulaciones de la moneda fiduciaria.

Roosevelt nunca mintió a los votantes. Era hombre de sólidos principios morales. Sólo que antes incluso de sus cien primeros días de gobierno, la hecatombe económica le forzó a la implantación de medidas más drásticas aún que las de su predecesor Hoover:

- Control férreo de los precios. Que lamentablemente condujo no sólo al ya depauperado beneficio empresarial, sino a la quiebra de muchos negocios y a un gigantesco incremento del paro. Pues, existiendo bienes y capacidad productiva, nadie disponía de suficiencia económica para adquirirlos.

- Eliminación, de un modo atormentado, del patrón oro en el sistema monetario, que había operado en la Belle Epoque y la Primera Guerra Mundial, pese a sus devastadoras consecuencias en las economías de los Estados beligerantes.

Junto a ello, se le reconocen dos eficaces medidas, hoy muy comentadas en la actual recesión e intentadas poner en práctica (por ahora sin éxito tangible): la reactivación de la economía por vía del consumo y la inversión pública y el establecimiento de controles bancarios rigurosos, para evitar otro crash que por aquellos meses parecía inevitable.

No existe, como he dicho, opinión unánime al efecto; pero el new deal, con otras medidas complementarias, no resolvieron la crisis; ni hicieron cerrar por completo las grandes heridas. Al contrario; la maltrecha economía americana y la europea en gran parte entonces dependiente de aquélla, no resurgirían hasta que de forma traumática el estallido de la Segunda Guerra Mundial, con el gran incremento de la demanda de productos de todo tipo, favoreció que Estados Unidos comenzara a remontar la crisis. Al menos, inicialmente, como nación no beligerante, hasta la invasión nipona de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.

La dependencia financiera de una Europa que aún no había curado las heridas causadas por la primera guerra, y el efecto que la quiebra del sistema financiero internacional motivó en el conjunto de las economías occidentales, llevó a los países europeos a una situación similar.
______________

Cuando desde una faceta rigurosamente técnica se analiza la enorme crisis financiera que ha surgido en Estados Unidos y Europa, y que está contaminando al resto del mundo, fundamentalmente a las potencias emergentes asiáticas e hispanoamericanas, con la República Popular China a la cabeza, se piensa inmediatamente en la falta de mecanismos de control directo en las empresas, tanto interno, como exterior y en la eclosión de un libertinaje financiero general, dejado de la mano de los organismos mundiales supervisores: Fondo Monetario Internacional, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, Banco Mundial, Reserva Federal Norteamericana y Banco Central Europeo.

Pero de lo que habríamos de convencernos, en verdad, es de que ese libertinaje económico ha acabado siendo un liberticida del tejido industrial, empresarial y económico – financiero mundial, mientras las autoridades de vigilancia miraban para otro lado, desinhibiéndose de un rigor consustancialmente unido de modo indisoluble a su responsabilidad institucional. Lo que resulta achacable, tanto a los Gobiernos, como a las Autoridades monetarias y a los grandes imperios bancarios y aseguradores, por su falta de moralidad. Pues todos han actuado (ahí está el origen agravado de la crisis), mirando al vecino, como presunto responsable. No asumiendo nadie la responsabilidad propia y de origen.

La Reserva Federal Norteamericana era plenamente conocedora, pero tolerante de los contratos hipotecarios subprime.

El Banco Central Europeo se ha resistido a la bajada de los tipos de interés, constatando la avidez de créditos para la construcción, fácil motor de generación de ingente cantidad de ingresos para los gobiernos europeos, que éstos han despilfarrado en unas prestaciones sociales descontroladas, a veces no requeridas por los ciudadanos, no auditadas, sin adecuado soporte actuarial y sin percatarse que cuando el ciclo expansivo concluyera ( y se conocía desde inicios de 2.007), ese descontrol podría llevar a la quiebra a países enteros. Ahí están los casos de Finlandia y en menor grado Holanda.

Por lo que a determinados bancos añadidamente se refiere, han propiciado el desmesurado incremento de los créditos hipotecarios, en gran parte sobre datos de consciente sobrevaloración del bien hipotecado, con la indispensable ayuda de sociedades tasadoras que no han dudado en certificar revalorizaciones absolutamente irreales de terrenos o viviendas a hipotecar, sin los más mínimos rigor, ni escrúpulo.

Al final, el sistema se ha desmoronado como un castillo de naipes. Todos son acreedores de todos; todos, deudores de todos; todos, en quiebra; incluso los Estados y regímenes de protección social; sobresaliendo, eso sí, estafadores como Bernard Madoff y su pirámide financiera, con prácticas heterodoxas desde hace casi treinta y cinco años.

¿Pero cómo reaccionar?

A mi entender, volviendo a las prácticas morales de ética y de honradez en la economía mundial, con el inexcusable control de los órganos específicos de vigilancia, creados tras la Segunda Guerra Mundial.

No es solución inyectar millones de dólares y euros a las grandes corporaciones en quiebra. Sobre todo, porque sólo sirve para recapitalizar entidades que, en la mayoría de los casos, han conducido su gestión mediante directivos sin escrúpulos, que sólo han velado por el constante crecimiento del valor bursátil de la empresa, para así enriquecerse personalmente con ingentes sueldos, básicamente condicionados a ese crecimiento: muy tentadores bonos variables y escandalosos sistemas de stock options.

Pese a ello, esa recapitalización accionarial, sobre todo en los grandes bancos mundiales, no se está trasladando a los ciudadanos en forma de abaratamiento del dinero, concesión de créditos, líneas de descuento o moratorias en las ejecuciones hipotecarias.

Se ayuda a los bancos con el dinero del erario público que los ciudadanos nutrimos; pero seguimos, de modo alarmantemente creciente, siendo cautivos de unas hipotecas impagables y que gravan unos bienes, hoy con precio sensiblemente inferior en el mercado, al que sirvió de base para el otorgamiento del préstamo.

Hubiera sido muy sencillo que esas ingentes masas de ayuda monetaria, provisionadas con control gubernamental las reales (no hipotéticas) insolvencias bancarias, hubieran tenido como destinatarios inexcusables, finales, obligatorios y con control de los bancos centrales, a los ciudadanos. Que verían así reducidos los tipos de interés ante la avalancha de dinero en circulación, facilitándoseles el pago de sus deudas y reactivando paulatina y progresivamente el consumo.

Pero no se ha hecho así, como tampoco se han favorecido las políticas de exportación mediante la eliminación, aún transitoria, de aranceles hoy existentes y claramente desincentivadores para cualquier empresario emprendedor. Y ello, cuando es una verdad incontrovertible que frente a las potencias asiáticas productoras de todo tipo de mercancías, ni Europa, ni Estados Unidos, como tampoco Japón y Canadá tenemos nada que hacer. Es el fino mecanismo de esa silenciosa tercera guerra mundial económica, que hará desaparecer todo tipo de industrias en el viejo mundo.

De ahí que frente a esas multimilmillonarias ayudas en dólares del presidente George W. Bush a bancos, aseguradoras y empresas automovilísticas norteamericanas, con cierto enfrentamiento de congresistas y senadores, comiencen a oírse voces críticas de profundo calado, por la personalidad de quienes las han pronunciado:

- Las crisis en el sector inmobiliarios y del crédito en Estados Unidos, ha resaltado Nariman Behravesh, jefe de los economistas del IHS Global Insight, eran conocidas por las autoridades federales, desde el momento mismo en que autorizaron tan arriesgadas prácticas crediticias. Pero no por ello se prohibieron. Con lo que se habría evitado un incendio que ya abrasa al resto del mundo.

- Muchos analistas afirman que la espiral descendente se extiende y retroalimenta, con un sistema financiero en gran parte bloqueado y con los consumidores en retirada en la peor crisis económica de la historia moderna. Preguntándose ahora las Autoridades, si la caída será tan brutal y tan rápida como los datos económicos van confirmando. Eso sí, cuando hubo tiempo de remediarlo, los órganos de control miraron hacia otro lado: en diciembre de 2.007 ninguna autoridad federal dudaba en Estados Unidos que la recesión ya estaba presente.

- Es más; según el árbitro oficialmente reconocido de los ciclos económicos, la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER), no puede ponerse en duda que aunque Estados Unidos todavía no ha registrado dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo (definición tradicional de recesión) el descenso de los ingresos y del empleo son ya lo suficientemente alarmantes como para considerar su economía en plena recesión. Pues las fórmulas y definiciones tradicionales, lamentablemente no sirven ante la cruda realidad actual; en palabras de H. Salisbury.

- Estamos en medio de una recesión global mayor. Y las perspectivas económicas se van deteriorando fuertemente, como consecuencia de una crisis sin precedentes en el sistema financiero global; según Lewis Alexander, jefe de economistas de Citigroup.

- Es más; el Fondo Monetario Internacional prevé que las economías desarrolladas se contraerán un 0.3% el año 2009, produciéndose así el primer descenso desde la Segunda Guerra Mundial. Añadiendo el propio Fondo que su previsión de crecimiento global para 2009 no llegará al 2.2 % y eso, condicionado a que siga el impulso, aunque enlentecido, de China, Alemania, Canadá y Japón.

- Por supuesto, se da ya por cierto que Estados Unidos contraerá su volumen macroeconómico en un 0.7 % en 2009. Ha sido confirmado por la Casa Blanca, aunque se intente buscar como refugio justificativo el descenso de la economía en un 0.5 % en el tercer trimestre de 2008; peores augurios para el cuarto trimestre y un mundo mucho más débil económicamente por la parálisis del crédito, la congelación de los mercados de capitales y las turbulencias financieras derivadas de las hipotecas subprime y demás productos tóxicos.

Hay, pues, que volver a la moralidad en los negocios; desde el pequeño y familiar, a la gran multinacional. Y, desde luego, con un férreo control de los órganos de supervisión. Que para eso se crearon; no para despreocuparse de la economía mundial, dejándola en manos de desalmados estafadores que, para colmo, salen no ya inmunes de la crisis, sino enriquecidos por la misma.

Con las peculiaridades, por supuesto, de cada Estado y de cada economía. Pero en un mundo interdependiente y globalizado en el que las soluciones regionales ya no funcionan. Veamos unos sencillos ejemplos centrados en la empresa familiar española y las multinacionales norteamericanas, alemanas y japonesas:

En las empresas familiares españolas la buena fe resalta por encima de todo. Partiendo de ello, las autoridades gubernamentales debían hallar un sistema, consensuado o impuesto, en el que la Banca se volcase materialmente hablando, en ayudas crediticias; no cerrando el grifo cuando precisamente más caudal se necesita. A ello deberían acompañarse reducciones de impuestos y moratorias fiscales, de seguros sociales, ayudas de fomento del empleo, congelaciones o rebajas salariales, menor coste del despido y contra-avales gubernativos en los préstamos bancarios, con moratorias inexcusables en las ejecuciones hipotecarias, durante determinados años. Hasta que la recesión amainase y el consumo y la economía volvieran a generar actividad positiva.

Pues en este tipo de empresas, generadoras del mayor porcentaje de empleo, lo que sucede normalmente es que el patrimonio de las familias se encuentra metido en las mismas; por lo que su protección es central, y para lo cual, sus miembros sacrifican beneficios inmediatos, en función de la sostenibilidad a largo plazo de la empresa familiar; con el propósito de mantenerlas aún a costa de disminuir o eliminar beneficios inmediatos. Por otra parte, las familias trasladan a la empresa los valores y principios que las han regido durante décadas; con lo que se garantiza que actuarán de acuerdo a pautas morales compartidas por sus miembros. En la empresa familiar cuando existe riesgo, la familia aporta recursos o los miembros que trabajan en su Dirección disminuyen incluso sus remuneraciones; todo con el afán de rentabilizarla. Y si la empresa fracasa y va a la quiebra, afecta únicamente a la familia y, en algún caso, al Banco que la financió. Pero al no afectarle el mercado de valores y la mala praxis empresarial, ni el desmesurado lucro o gestión heterodoxa, lo normal es que no haya inversionistas externos que salgan afectados. Bastará, pues, toda esa batería de ayudas gubernamentales que acabamos de sugerir, para sacar adelante una parte muy importante de nuestra economía nacional.
- En las grandes compañías multinacionales norteamericanas ha sucedido todo lo contrario. La filosofía y la práctica son muy divergentes. Estas empresas en donde millones de personas son propietarias de las acciones, muchos han quebrado afectando a todos sus stakeholders.

Es normal en la buena fe y correcta gestión de las corporaciones americanas, que las autoridades de control ejerzan el mismo sobre quienes financian a las empresas: los bancos comerciales y las sociedades financieras.

Pero como las autoridades federales han mirado para otro lado, las entidades bancarias no han realizado tampoco su control como acreedoras de dichas sociedades. Pese a que deben ser normalmente los acreedores de éstas quienes ejerzan ese control: bancos, entidades financieras, así como el resto de personas que pueden verse afectadas negativamente por una mala gestión de la compañía; empleados, clientes, proveedores, el fisco, etc. Los llamados stakeholders.

No se olvide que en Estados Unidos la principal responsabilidad del Consejo de Administración de cualquier empresa, es proteger los intereses de los accionistas; de manera que sus directivos actúan bajo el objetivo de maximizar el valor de las acciones; es decir, su mayor preocupación es la eficacia financiera, poniendo normalmente poca preocupación en la forma en que estos beneficios se obtienen. Los dividendos a distribuir, son, pues, el objetivo central del esfuerzo de los ejecutivos de las empresas norteamericanas; la maximización, es su signo. Y ello puede considerarse incluso plausible, cuando la gestión va encauzada con los principios de buena fe de un ordenado comerciante. Ahora bien; cuando la maximización de los beneficios no sólo busca generar dividendos para los dueños, sino pingües y disparatados sueldos para los directivos, cuyos emolumentos se les cuantifican exponencialmente en función de la revalorización del capital, el sistema se contamina poniendo en riesgo la propia supervivencia de la compañía. Porque ya la consecución de beneficios no es el fin en sí de la gestión en pro del dueño, sino el medio, heterodoxamente efectuado con prácticas de mala fe, para conseguir los directivos altísimos sueldos, mermando drásticamente el propio valor y patrimonio de la empresa. El directivo no sirve al accionista; ni a la compañía; se sirve de ellos, para con prácticas abusivas y revalorizaciones accionariales especulativas, enriquecerse a toda costa, aunque deje la empresa al borde de la quiebra.

En las empresas alemanas y japonesas la situación es muy distinta; pues procuran en sus Consejos de Administración la participación accionarial cruzada; conformando sus directorios con antiguos empleados y directivos, representantes de los grupos financieros sostenedores económicos de las compañías y favoreciendo redes que faciliten el intercambio de información, evitando así el dominio de unos partícipes sobre otros. De manera que todos los stakeholders importantes tienen oportunidad de influir y asumir responsabilidades; y, sobre todo, vigilar los objetivos y acciones de la empresa y sus directivos en su conjunto. De tal forma que como puede fácilmente intuirse, no actúan únicamente por el interés de los accionistas. Evitando así añadidamente el abuso en las relaciones empresariales.

Por otra parte, en Japón y Alemania, los bancos, al financiar las empresas, adquieren poderes para influir en sus decisiones más importantes y en la evolución y control de sus gestores. Dado que esa financiación es intensa y a largo plazo. A diferencia de Estados Unidos, donde la financiación bancaria se limita a préstamos a corto, para capital circulante; sin compromiso de relación a largo plazo y, por tanto, sin influencia en la gestión. Permitiendo esos elevadísimos sistemas retributivos de los gestores, impensables en la economía nipona. Pese a que hoy día los beneficios de las compañías japonesas y alemanas están a años luz de las maltrechas y avejentadas corporaciones norteamericanas. Rascacielos frente a dinosaurios es una frase que bien podría explicar la comparación de tan divergentes sistemas capitalistas.

Pese a ello, en una economía interdependiente a nivel mundial, la recuperación es muy complicada porque los motores regionales de crecimiento ya no funcionan, como hemos señalado.

Una vez conocido que la crisis del crédito irrumpió en agosto de 2007 en Estados Unidos, cuando comenzaron las moratorias sobre los préstamos inmobiliarios a riesgo (subprime), el Congreso se vio en la necesidad de conceder nada menos que 700.000 millones de dólares para rescatar el sistema financiero y recapitalizar también a los propios bancos y aseguradoras causantes del desastre. Pese a ello siguen las multimillonarias pérdidas que se han llevado por delante bancos emblemáticos, que hace pocos años, citar su nombre y vincularlos a una crisis de solvencia, hubiera parecido ocurrencia de locos de atar.

Hoy esa intuición se ha convertido en realidad que ahoga por completo las economías americana y mundial. Pese a que la Reserva Federal y los Bancos Centrales europeo, inglés, japonés y canadiense fundamentalmente se han apresurado por imperativa indicación de sus gobiernos a implementar planes de reactivación con tasas de interés a un piso histórico jamás conocido: entre 0 y 0.25 %.

Pero los problemas del crédito afectan al resto de la economía golpeando al comercio minorista y a los industriales; llevando, por ejemplo, al negocio automovilístico al borde del colapso.

Se comienza a pensar seriamente en un auténtico futuro negro del capitalismo tradicional. No olvido una frase extremadamente dura del senador norteamericano Jim Bunning, amigo personal del presidente Bush, del siguiente tenor: “Debemos de acusar a la Administración, no sólo de ineficacia o actuar omisivo; sino de intentar in extremis salvar de la quiebra a empresas que por su falta de ética bien merecen quebrar”.

Y no le falta razón. Pues más allá de la faceta técnica antes expuesta, el problema generado en la economía mundial a causa de la debacle financiera norteamericana que ha afectado a todos, tiene su raíz en la falta de ética de los directivos de sus empresas; quienes han manipulado información, maquillándola para esconder pérdidas o abultar beneficios faltando así al comportamiento moral que ordena la buena fe. De manera que además de mejorar el sistema de control de las empresas (faceta técnica), se ha de reponer la ética en sus directivos (faceta moral). El caso último, la comentada estafa de Bernard Madoff y su pirámide financiera, que ha afectado a grandes inversores norteamericanos y europeos es una prueba contundente del directivo sin escrúpulos y amoral.

Casos así, de resonancia mundial, contribuyen a que el comercio pierda el principio de la verdad sabida y la buena fe guardada, que guiaba a generaciones de empresarios honestos, hoy en triste retroceso.

El mercado se ha abierto de par en par, con absoluto descontrol de las autoridades nacionales, europeas y mundiales, a estafadores de alta y baja alcurnia.

La crisis mundial no es financiera, porque el dinero no se consume, sino que se concentra; es, por ello, crisis de credibilidad en la honradez de quienes manejan las finanzas.

Los empresarios, sobre todo los pequeños y medianos, ya no pueden acudir a los bancos con la confianza de antes. El banco, además, a quien sigue llamando a su puerta, se la cierra a cal y canto; pese a haber conseguido recapitalizarse con el dinero público que han aportado esos empresarios que ahora reclaman crédito inaccesible o moratoria en sus hipotecas.

No se comprende esto fácilmente; mientras se constata una creciente riada de pérdida de empleo, un decrecimiento de los cotizantes a la Seguridad Social, un incremento no soportable de las prestaciones de desempleo y la puesta en grave riesgo de desaparición del actual sistema de pensiones y reparto contributivos.

Cunde, por ello, el desánimo en la sociedad: los que han arruinado las empresas y llevado a la miseria a muchas familias y particulares, pequeños y medianos empresarios y autónomos, quedan impunes de sus errores y consiguen indemnizaciones millonarias. En cambio, el trabajador y ahorrador honrado y responsable, que ha pagado religiosamente los plazos convenidos en el contrato de su hipoteca, pierde su trabajo, su dinero y sus ahorros, enfrentándose a un porvenir incierto y nada halagüeño.

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