El liderazgo, clave en la transformación digital de la Abogacía

Publicado el martes, 4 diciembre 2018

Esther Montalvá, Diputada de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

No es fácil encontrar grandes organizaciones tras las que no emerja, de un modo u otro, la figura del líder; esto es, esa persona que logra extraer lo mejor de los demás a partir de lo mejor de sí mismo y que sitúa a su compañía en una espiral virtuosa. Hoy, el sector de la Abogacía está inmerso en un proceso vertiginoso e irreversible de transformación digital en el que la gestión de recursos humanos resulta trascendental y, por tanto, en el que al líder se le está poniendo constantemente a prueba.

Esther Montalvá, Diputada de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

Así, y ante las innovaciones tecnológicas encontramos actitudes bien distintas en los escalones intermedios o en la propia base de las corporaciones. Existen quienes dan soporte activo a este cambio entendiendo que es el momento de aplicar mejoras. De otro lado, remando en la buena dirección, pero con menor intensidad, nos topamos con quienes consideran que la transición a lo digital es una decisión acertada pero muestran ante sus resultados un entusiasmo reducido. A partir de ahí, comienza un espectro de posiciones más complicadas de gestionar.

No resulta precisamente alentador toparse con compañeros y compañeras, hoy minoría, que tienen la idea de que lo mejor es frenar el cambio, y esperar a lo que pueda pasar; no digamos con quienes muestran un rechazo oculto o, aún más, categórico y expreso, porque entienden que no hay ventajas o que “son mejores los viejos tiempos”.

El líder no es responsable del estado de ánimo que se encuentra al aterrizar en una compañía, pero sí lo es de mantenerlo o alterarlo. De ahí, en plena carrera digital, su vocación innegociable para generar nuevos espacios -incluso emocionales-, para abrir nuevas posibilidades de acción, para ampliar la gama de actuaciones que son viables y estimulantes dentro de la organización.

El ritmo y la velocidad, por supuesto las metas volantes que se crucen, y sin duda el destino final al que se llegue en el ininterrumpido y apasionante proceso de revolución en que el mundo jurídico se encuentra inmerso, dependerán en gran medida de disponer en puestos clave de personas que, con amplitud de miras y planteamientos auténticamente modernos, sean capaces de ejercer la autoridad y afrontar la toma de decisiones de un modo rupturista: provocando cambios efectivos, haciéndose visibles cuando las cosas pueden torcerse e invisibles cuando están encarriladas, alentando y reforzando los comportamientos y las competencias que aceleren y hagan eficaz la avenida definitiva y consolidación de la Era Digital.

Señalaba hace unos días Rafael Miranda, presidente de la Asociación para el Progreso de la Dirección, que “el directivo tiene que formarse digitalmente, y humanamente siempre”. Es así. Tener hoy un plan estratégico de transformación digital es como tener un plan comercial o de producción; es un elemento horizontal, afecta a todo. Y debe ir paralelo al respeto a un conjunto de valores, normas y principios, que conformen una ética empresarial merecedora de tal nombre, y que ayuden definitivamente a potenciar el desarrollo del negocio.

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