Esther Montalvá, Diputada de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.
No es fácil encontrar grandes organizaciones tras las que no emerja, de un modo u otro, la figura del líder; esto es, esa persona que logra extraer lo mejor de los demás a partir de lo mejor de sí mismo y que sitúa a su compañía en una espiral virtuosa. Hoy, el sector de la Abogacía está inmerso en un proceso vertiginoso e irreversible de transformación digital en el que la gestión de recursos humanos resulta trascendental y, por tanto, en el que al líder se le está poniendo constantemente a prueba.
Así, y ante las innovaciones tecnológicas encontramos actitudes bien distintas en los escalones intermedios o en la propia base de las corporaciones. Existen quienes dan soporte activo a este cambio entendiendo que es el momento de aplicar mejoras. De otro lado, remando en la buena dirección, pero con menor intensidad, nos topamos con quienes consideran que la transición a lo digital es una decisión acertada pero muestran ante sus resultados un entusiasmo reducido. A partir de ahí, comienza un espectro de posiciones más complicadas de gestionar.
No resulta precisamente alentador toparse con compañeros y compañeras, hoy minoría, que tienen la idea de que lo mejor es frenar el cambio, y esperar a lo que pueda pasar; no digamos con quienes muestran un rechazo oculto o, aún más, categórico y expreso, porque entienden que no hay ventajas o que “son mejores los viejos tiempos”.
El líder no es responsable del estado de ánimo que se encuentra al aterrizar en una compañía, pero sí lo es de mantenerlo o alterarlo. De ahí, en plena carrera digital, su vocación innegociable para generar nuevos espacios -incluso emocionales-, para abrir nuevas posibilidades de acción, para ampliar la gama de actuaciones que son viables y estimulantes dentro de la organización.
El ritmo y la velocidad, por supuesto las metas volantes que se crucen, y sin duda el destino final al que se llegue en el ininterrumpido y apasionante proceso de revolución en que el mundo jurídico se encuentra inmerso, dependerán en gran medida de disponer en puestos clave de personas que, con amplitud de miras y planteamientos auténticamente modernos, sean capaces de ejercer la autoridad y afrontar la toma de decisiones de un modo rupturista: provocando cambios efectivos, haciéndose visibles cuando las cosas pueden torcerse e invisibles cuando están encarriladas, alentando y reforzando los comportamientos y las competencias que aceleren y hagan eficaz la avenida definitiva y consolidación de la Era Digital.
Señalaba hace unos días Rafael Miranda, presidente de la Asociación para el Progreso de la Dirección, que “el directivo tiene que formarse digitalmente, y humanamente siempre”. Es así. Tener hoy un plan estratégico de transformación digital es como tener un plan comercial o de producción; es un elemento horizontal, afecta a todo. Y debe ir paralelo al respeto a un conjunto de valores, normas y principios, que conformen una ética empresarial merecedora de tal nombre, y que ayuden definitivamente a potenciar el desarrollo del negocio.