Dr. Luis Romero Santos, Doctor en Derecho, Presidente de la Asociación Española de Abogados penalistas.
A la salida de una clase me llega como un mazazo la noticia de la muerte del profesor Miguel Bajo Fernández, uno de los más destacados catedráticos y abogados penalistas de España y de Hispanoamérica. Sabía de sus problemas de salud pero la noticia me ha impactado fuertemente. Miguel Bajo es un referente inigualable para profesores universitarios y para abogados penalistas a éste y al otro lado del océano.
Asturiano de nacimiento (1945), en Oviedo fue alumno del catedrático y abogado gallego Gonzalo Rodríguez Mourullo, que le suscitaría su interés por el Derecho penal. Premio extraordinario de Licenciatura por aquella Universidad, a principios de los 70 sigue a su maestro, recién incorporado a la Universidad Autónoma de Madrid. A ese mismo centro quedaría vinculado el profesor Bajo de por vida. Allí presentaría su estupenda e innovadora tesis doctoral sobre El parentesco en el Derecho penal, que sería publicada por Bosch Casa Editorial, de Barcelona, en 1973, con un prólogo, justamente admirativo y elogioso, de su maestro Rodríguez Mourullo. En la Universidad Autónoma desempeñaría Bajo su tarea docente como Profesor Adjunto, como Profesor Agregado y como Catedrático, hasta su jubilación en 2015.
El profesor Bajo supo compaginar admirablemente la teoría con la práctica, la docencia con el ejercicio de la Abogacía. Soy de los que piensan que una no puede existir sin la otra, y -por ello- subscribo la frase del filósofo alemán Immanuel Kant que le he oído alguna vez a mi maestro el profesor Polaino Navarrete: “nada hay más práctico que una buena teoría”. Bajo Fernández fue un magnifico profesor y un magnífico abogado, un gran teórico y, por eso también, un gran práctico.
Perteneció a una generación de penalistas formados en Alemania en los años 70, como los profesores Gimbernat Ordeig, Mir Puig, Luzón Peña o Polaino Navarrete. Él, precisamente, en el Instituto Max Planck de Friburgo de Brisgovia. En esa ciudad entabló contacto con el profesor Klaus Tiedemann, uno de los padres del Derecho penal económico y empresarial, fallecido el año pasado. Como Tiedemann, Bajo se convirtió pronto en un pionero del Derecho penal económico, en España y en Hispanoamérica. Su texto Derecho penal económico aplicado a la actividad empresarial, de 1978, constituye un punto de partida de la disciplina en España, la partida de nacimiento de ese ámbito tan relevante en nuestro Derecho penal. Luego continuarían por esa senda otros penalistas muy vinculados a él, como los profesores Feijoo Sánchez, Silvina Bacigalupo y Carlos Gómez-Jara. Bajo formó, en fin, la más importante Escuela de Derecho penal económico y empresarial de todo nuestro ámbito científico.
Pero no fue ese el único ámbito donde desplegó su talento como investigador. Su Manual de Derecho Penal. Parte Especial fue todo un referente en su época, así como los Comentarios a la legislación penal, en diecisiete tomos publicados en los años 80 y 90 por Edersa bajo dirección del profesor Cobo del Rosal (también fallecido, de inolvidable recuerdo) y la coordinación del profesor Bajo. Trabajador hasta el final, original hasta el último momento, publicó hace muy pocos meses un brillante estudio sobre las “paradojas de Puigdemont y Falciani” que apareció en los Estudios jurídicos en homenaje a José Manuel Maza Martín, coordinados por su discípulo Gómez-Jara.
En este trance desolador de su muerte recuerdo a Miguel Bajo, siempre tan lúcido, tan dinámico, tan incisivo, tan brillante. Una imagen incompatible, casi inconcebible, con la triste noticia de su muerte lamentable. Deja como legado su obra y su quehacer en la Universidad y en el foro, un listón bien alto para las nuevas generaciones. Que la tierra te sea leve, admirado abogado, querido profesor.