José Manuel Pradas – La huella de la toga.
Ya tengo escrito que la huella de la toga me recuerda a aquella canción y baile de nuestra juventud que se llamaba la yenka, saltando a conveniencia de izquierda a derecha y de adelante a atrás. El brinco de hoy nos lleva nada menos que a la fundación del Colegio de Abogados de Madrid y a su colegiado número 1, el Doctor Ascencio López.
Es doctrina pacífica que el primer colegio de abogados que se instituyó en España lo fue en Zaragoza en 1578 con el nombre de “Cofradía de Letrados del Señor San Ivo”, el segundo tuvo su origen en Valladolid en 1592 y adoptó el nombre de “Hermandad y Cofradía de los Abogados de la Real Chancillería de Valladolid” y ya el tercero fue el de Madrid que decidió adoptar una denominación u poco más prolija, tomando el nombre de “Congregación de los Abogados desta Corte e Consejos de Su Majestad para gloria y honra de Nuestro Señor y su benditísima madre y del bienaventurado San Ivo” con la aprobación el 15 de julio de 1596 de sus ordenanzas. Ayer como quien dice pues, pocas instituciones habrá en España que tengan, sin solución de continuidad, una antigüedad como las que he citado.
Reinaba por aquellos años el rey Felipe II que, para lo que nos afecta, seguía la línea trazada por su padre el Emperador que había ordenado en 1552 mediante una Pragmática la disolución de las cofradías y gremios existentes y la prohibición de constituirse otras nuevas, pues resultarían poco gratas a la monarquía al traer resabios y malos recuerdos de las sublevaciones de Comuneros y Germanías. Pero sin duda algo de influencia debían tener los juristas para lograr ser la excepción. Ciñéndonos ya a Madrid, su primer decano fue el Doctor Ascencio López que junto con treinta y seis compañeros decidieron formar el Colegio.
¿Y quien era Ascencio López y que se sabía de él? Pues hasta hace bien poco tiempo se puede decir que prácticamente nada. Que era de origen portugués –se ignoraba hasta su segundo apellido- posiblemente cristiano nuevo, que había estudiado en Coimbra, que había tenido una cátedra en Salamanca y que su hijo fue amigo de francachelas con Lope de Vega que lo cita en alguna de sus obras. Realmente muy poquito mas.
Esto cambió con la publicación de un libro en 1980 titulado “El Doctor Ascencio López”, escrito por Juan Antonio de Zulueta, abogado del Ayuntamiento de Madrid, con prólogo de Pedrol Rius. Y esta es la pequeña historia que toca contar ahora.
Me produce una cierta envidia, seguramente porque yo no sería capaz, ver como algunas personas hacen que es una afición en algunos casos se convierte en el reto de su vida, al que dedican horas y horas de estudio, convirtiéndose en “ratones de biblioteca” como coloquialmente se dice, en una búsqueda que además de los lógicos sinsabores y las regañinas de la familia además, en muchísimos casos no les habrá dado ningún resultado. Pero no es así en el caso del abogado Zulueta; bien por suerte, bien por celo, atinó a dar con el hilo del que salió un ovillo llamado Ascencio López.
Comienza Zulueta en su libro a contar el halo de misterio que rodeaba al Doctor López, por las carencias en los archivos del Colegio de documentación, de manera que todo lo que de él se sabía no eran otra cosa que más o menos cábalas sobre su prestigio entre los abogados de la Corte y su influencia en personas próximas a Felipe II para conseguir la aprobación regia de la Congregación. Hasta que, por azar dice él, se hizo la luz.
Por casualidad cayó en sus manos una “tira de cuerdas” de alineación de la fachada de una casa accesoria a una propiedad de Ascensio López. En la portada del expediente con un sello de oficio de 1829 se indicaba que versaba sobre un ensanche de la calle de San Martín. Zulueta se pone a investigar y no consigue dar de ninguna manera con dicha calle por mucho que consultara en las viejas cartografías del Ayuntamiento. Pero y ahí viene su mérito, descubrió que en el interior del expediente no se hablaba de la calle de dicho santo, sino de una casa que el Doctor López tenía enfrente de la parroquia de San Martín, muy cerca de la plaza de las Descalzas Reales. Y ahí ya saltó la liebre. La parroquia conservaba sus archivos desde el siglo XVI y se pudo determinar que Ascensio López era feligrés de la misma. Estudiando en los libros parroquiales – es decir el registro civil de entonces- se constató que había fallecido el 14 de marzo de 1602 y que había hecho testamento unos días antes con la intervención del escribano Gabriel de Busto.
Y claro, apareció el testamento en el Archivo Histórico de protocolos y además una serie de documentos anexos tan importantes como eran la constitución de un mayorazgo a favor de su hijo, el inventario de los bienes hechos por su viuda y la constatación de su enterramiento, nada menos que en una capilla mandada edificar por el jurista en el Monasterio de San Jerónimo el Real.
Zulueta da cuenta en el final de su investigación como de la casualidad de la “tira de cuerdas” de la calle de las Conchas aparece la parroquia, de esta el acta de defunción, de allí el testamento y el inventario y ya como un manantial consolidado van apareciendo los parientes del matrimonio, sus clientes tan importantes y poderosos como la hija de Carlos V, la emperatriz María fundadora de las Descalzas Reales, los príncipes de Éboli o su posición en las intrigas palaciegas de Antonio Pérez. Y finalmente el nacimiento del Colegio de abogados y la construcción de una capilla donde recibió sepultura, hoy día desaparecida. Merecería la pena leer su libro, si no fuera porque está descatalogado y debe ser muy difícil su adquisición. Doy aquí las gracias a quien me lo ha conseguido.
Absolutamente todo quedó sepultado en un olvido de cuatrocientos años hasta que Indiana Zulueta Jones lo rescató. Pocos recursos del lenguaje son más prácticos que los dichos y refranes y en este caso, “del hilo sale el ovillo” es un ejemplo meridiano que además -lo tiene que reconocer el lector- con eso del dichoso expediente de tira de cuerdas, viene al pelo.
Cada vez me cuesta más terminar estas reseñas y me veo más encorsetado por la limitación del espacio. Se quedan cosas en el tintero. Pedro Yúfera, Decano de Barcelona, que no se si es magnífico abogado, mejor escritor y viceversa, estoy convencido que sacaría oro molido de este personaje. Aquí queda dicho por lo que valga cuando me lea.
No existe testimonio gráfico alguno de Ascensio López, pero quién nos dice si no existirá algún retrato obra de El Greco arrinconado en algún desván y que pueda salir a la luz mañana mismo. Yo desde luego ni lo garantizo ni lo niego. Nos tendremos que conformar por lo tanto con la firma con la que suscribió la creación del Colegio de Abogados de Madrid y con la portada del libro de nuestro compañero Juan Antonio de Zulueta lo que constituye también un muy merecido homenaje.