Como Custer, murió con las botas puestas – Antonio Aparisi Guijarro

Publicado el martes, 28 enero 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Si comienzo diciendo que voy a escribir sobre un líder carlista valenciano de mediados del XIX habrá más de uno que piense eso de “apaga y vámonos” y no siga leyendo. Yo voy a aconsejar al generalmente ocupado lector que no lo haga y le dedique unos minutos, pues es posible que conozca a un personaje que entiendo merece la pena en su triple faceta de hombre de bien, político y jurista.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas, abogado.

Hablar hoy de carlismo es casi como referirnos a los reyes godos y muchos de nosotros, poco más que podremos recordar los nombres de Zumalacárregui, del General Cabrera -conocido como el tigre del Maestrazgo- o rememorar una lectura de juventud como Zalacaín el aventurero del impío Don Pío. Y sin embargo, el carlismo de tanto vigor en las Vascongadas y Navarra, en Cataluña, Valencia y ciertas zonas de Sevilla sigue, aunque indirectamente, marcando el carácter de ciertas ideologías nacionalistas en España, incluso aunque lo nieguen. Como otras veces, prefiero dejarlo simplemente apuntado y no profundizar.
Antonio Aparisi nació en Valencia en 1815, quedó huérfano de padre –oficial contador del ejército- a la edad de siete años. Su padre al parecer era una persona tan profundamente caritativa y generosa que dejó a su viuda “una pensión de diez reales, corta hacienda, muchas deudas y siete hijos”. Por fortuna, un amigo de la familia se hizo cargo de sus estudios, de manera que en 1839 lo veremos ejerciendo de abogado en Valencia, alcanzando pronto un gran prestigio y ganó fama de no estar movido por interés alguno en enriquecerse con la profesión. La única parte dolorosa en la profesión —repetía con frecuencia— es la necesidad de cobrar para vivir.

Antonio Aparisi Guijarro

Antonio Aparisi Guijarro

Por otro lado, aunque su familia era moderadamente liberal, Aparisi mostró durante toda su vida un catolicismo íntegro, sin la más mínima fisura en lo que era la ortodoxia de su época. Suya es esta frase: “Crecí entre liberales sin haber sido liberal ni un solo instante de mi vida”.

Movido por sus ideas se dedica también al periodismo y llegado un momento, viendo peligrar su ideario, se ve en la obligación de dar un paso al frente y hacerse político, resultando electo por Valencia. Expone en las Cortes, lleno de pasión, sus ideas que van desde la defensa del poder temporal de los Papas, hasta durísimos ataques contra el liberalismo la democracia y especialmente el krausismo de tanta influencia en los pensadores liberales y republicanos de aquellos años y sucesivos. Es entonces cuando se afilia al Colegio de Madrid, con el número 4796.

Su ideario es relativamente sencillo y cada vez más perfilado: Religión, Monarquía asistido el rey por consejeros, Cortes auténticamente representativas y fuerismo. Y, aunque enemigo de todo despotismo, considerándose cristiano viejo y defensor de los pobres, no le queda más remedio que tener que escuchar los improperios y acusaciones de sus rivales que le tachan de absolutista, neocatólico y demagogo.

Teniendo una salud frágil, su actividad a favor de la causa carlista, a la que se suma tardíamente, es agotadora a partir la Revolución de 1868 que llevó al exilio a Isabel II y a él mismo, con viajes por toda Europa para intentar unir a las diversas facciones carlistas entre sí e incluso al carlismo con los partidarios de la reina depuesta.

Estamos acostumbrados ya desde hace tiempo a la demagogia de los políticos, capaces de sostener una posición hoy y al día siguiente justamente la contraria sin el más mínimo rubor, a eso de que el papel todo lo aguanta y a que esos políticos hagan burla de hemerotecas y videotecas. Aparisi no era así, su integridad era absoluta. «Yo quiero que el Gobierno viva modestamente, que alivie las cargas del pueblo, que no aparte los ojos del pueblo, que mire por los pequeños y los humildes; yo quiero que los empleos se den a la honradez y al mérito; yo daría mi vida porque todos los españoles disfrutaran cuantos beneficios y cuantos derechos verdaderos Dios concedió a los hombres por ser hombres». Aparisi creía lo que escribía y escribía aquello en lo que creía y además no debía hacerlo tan mal, técnicamente hablando, puesto que llegó a ser nombrado académico de la RAE.

De regreso a España desde el exilio, fue elegido senador por Guipuzcoa, regresando al parlamento ya bajo el reinado de Amadeo I. Falleció poco después, literalmente “con las botas puestas” mientras pronunciaba un discurso en el parlamento, único caso que yo conozca en que se haya producido esta trágica circunstancia en España.

Hay una expresión coloquial que viene a decir con diferentes palabras, cuando se quiere silenciar a alguien “cállate, que hablas mejor que Castelar”. Don Emilio está tenido como el más elocuente orador de nuestro parlamentarismo. Amigo y sin embargo rival político de Aparisi, escribió esto de él; no creo que pueda haber mejor elogio de un abogado. «Donde sus facultades encontraban más grato empleo y adquiría toda su intensidad, era en la tribuna del foro, ejerciendo el sublime ministerio de la defensa. Quinientos reos de muerte ha disputado al patíbulo, cuatro o cinco solamente ha podido arrebatarle el verdugo. Desde el punto en que la vida del reo dependía del poder de su palabra, no sosegaba Aparisi… Disponía prolijamente las pruebas morales y materiales que pudieran disculpar el crimen, no con la frialdad del sabio que analiza, sino con el calor del artista que redime y purifica. Llena de ideas la frente y de afectos el corazón, emprendía aquellas defensas, modelo de elocuencia, donde con aparente desorden y verdadero arte pasaba de las pruebas reales a las pruebas legales, de las morales a las reflexiones filosóficas, de las reflexiones filosóficas a la contemplación de la naturaleza humana en los extravíos de su voluntad, en los desmayos de su conciencia; y cuando todo estaba agotado, insinuábase en el corazón de sus Jueces, llamaba a sus sentimientos, ponía lágrimas en la voz, patético arrebato en su elocuencia, transfigurábase, hasta tocar en los límites donde le es dado alcanzar a la palabra humana; envolvía al Tribunal y al público entre las ráfagas abrasadoras de sus ideas enrojecidas en la más pura caridad y acababa por arrancar su víctima al verdugo, su triste presa a la muerte».

Si la mitad de lo que decía Castelar acerca de Aparisi fuese cierto, no cabe duda que muchos de nosotros lo habríamos elegido como nuestro abogado. Parce ser que era tanta su respetabilidad que muchos republicanos pidieron –y consiguieron- ser defendidos por él, por delante de cualquier otro profesional más cercano a sus ideas. Y sí, no hay errata, el lector ha leído bien la cifra de Castelar, ¡Quinientos!

Antonio Aparisi dejó escrito que su cadáver fuese vestido con la peor ropa y con el escapulario de la Virgen del Carmen y que, de cuerpo presente, se dijeran siete misas rezadas por su alma. En la ciudad de Valencia y en Mislata una calle lleva su nombre, seguramente muy pocos sepan hoy día de quien se trata.

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    Raderich 28 enero, 2020 a las 15:33 - Reply

    Brillante artículo que hace justicia al gran Aparisi, magnífico abogado y gloria del tradicionalismo español.

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