Vida y vicisitudes de un bolonio – Wenceslao Argumosa y Bourke

Publicado el martes, 24 marzo 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

En este quehacer semanal, buscando huellas de las togas, uno se encuentra con lo más variopinto, intentando sacar algún lado más o menos divertido, otras veces  topas con el compañero que se vio ante alguna dramática tesitura, que tuvo que resolver de la forma que le pareció más conveniente, unas veces con éxito y otras no tanto.

Wenceslao Argumosa y BourkeHoy nos toca visitar el recuerdo de Wenceslao Argumosa que le cupo en suerte nacer en Guadalajara en 1761, pues su padre era corregidor allí, y que falleció en Madrid en 1831.

Huérfano de sus progenitores a una edad temprana, le protegió el entonces Arzobispo de Toledo, Don Francisco Lorenzana que, sin lugar a dudas, sacó buen provecho de él. Que Argumosa no era mal estudiante nos lo demuestra que ya con quince años –a mí sinceramente me asustan estas precocidades que hoy son impensables- obtuvo el grado de bachiller en Filosofía y remató la faena con un bachiller en Leyes a los dieciocho.

Dada su excelencia como estudiante, fue becado para el Colegio de España en Bolonia y en los años que estuvo allí, llegó a ocupar diversos cargos cada vez de mayor responsabilidad, hasta que con 31 años le vemos de regreso a España.

Por aquella época, estaba cerrado el acceso al Colegio de Abogados de Madrid, al existir un “numerus clausus”, por lo que pidió un permiso extraordinario al Secretario de Gracia y Justicia, alegando sus méritos como “bolonio”, de forma que, con un informe favorable del Consejo Real de Castilla, se le permite y no queda otro remedio al Colegio que “hacerle un hueco”, ingresando en 1797 con el número 2523. Desde entonces se vuelca en la profesión, llegando años más tarde a ser elegido Decano por sus compañeros en 1821, cuando la vigencia del cargo era únicamente anual.

Su despacho adquiere enseguida una gran importancia, convirtiéndose en el encargado de llevar los intereses del Arzobispado de Toledo y varias casas nobiliarias de renombre. Es tal su prestigio que  cuando se producen los sucesos del 2 de mayo de 1808, el lugarteniente de Napoleón, Murat, le propone que participe en la junta de Notables que luego aprobaron el Estatuto de Bayona de José I, a lo que se niega. El rey intruso le nombra también Secretario de Estado, a lo que vuelve a negarse, de manera que es apresado y conducido a Francia bajo la falsa acusación de haber conspirado para el levantamiento popular del 2 de mayo. Estuvo preso hasta el final de la guerra en 1814, es decir, seis años y medio.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas

Regresa a Madrid y reabre su despacho y por su fidelidad a la causa absolutista, es nombrado abogado del rey y también de los infantes en varios pleitos de trascendencia. Así nos plantamos en el 1 de enero de 1820 en que el general Riego se pronuncia en Las Cabezas de San Juan dando a la postre al llamado trienio liberal. Argumosa es, dentro de lo que cabe, un absolutista moderado. Ese mismo año publica un pequeño libro, razonablemente famoso, titulado “Los Cinco días célebres de Madrid, dedicados a la Nación y a sus heroicos defensores”. Fijémonos en el batiburrillo. El motín de Aranjuez, donde Godoy es derribado; el 2 de mayo; el 1 de agosto, donde llega a Madrid la noticia de la victoria en Bailén; el 1 de diciembre, donde la ciudad se defiende contra el propio Napoleón (poca o nula defensa fue, todo hay que decirlo) y finalmente, en un salto de doce años, se planta en el 9 de marzo de 1820, día en que Fernando VII el “Deseado”  pronuncia su célebre frase “marchemos francamente y yo el primero, por la senda constitucional”, para así, volver a acatar la Constitución de Cádiz. Creo que Argumosa intentó nadar y guardar la ropa, defendiendo por un lado al rey felón y por otro cantando las bondades del texto odiado por el que era su monarca y también su cliente.

El caso es que esta actitud tibia, no fue tenida en cuenta por el rey cuando éste se reconvirtió en monarca Absoluto y le tuvo siempre cerca. Desde su puesto como Decano en 1821, su elección como vocal para redactar un proyecto fallido de código Civil o su posterior nombramiento como caballero de la Orden de Carlos III.

En todo caso, su mayor mérito fue sin duda su dedicación y vocación al foro. Un amigo suyo escribió de él: “Elocuente en estrados, de portentosa memoria, sólo necesitaba leer los pleitos por extractos, que no volvía a consultar aunque el pleito durara años, con gran facilidad para hablar y escribir. Se iba a informar al tribunal con sólo la relación de sus pasantes. Excelente latino”.

Hay una anécdota, derivada de un robo en el Monte de Piedad de Madrid. Acusaban a una persona de haberse descolgado por una pared desde una buhardilla, introduciendo unos clavos para ayudarse en el descenso. Argumosa renunció a su exposición, diciendo únicamente al Tribunal: “No tengo que defender a mi cliente, pues él lo hará con más elocuencia”. Dicho esto, pidió al acusado que mostrara su brazo derecho, donde se echaba a faltar la mano, pues era manco  desde hacía mucho tiempo. Resultó absuelto.

La víspera antes de fallecer en su casa de la calle Amor de Dios firmó su última defensa. Le visitó el hijo de la persona a la que debía defender al día siguiente. Ya se sabe cómo es esta profesión, los clientes no le dejan a uno ni morirse tranquilo. Le despidió con estas palabras: «mañana debía defender al padre de usted, pero probablemente ya no viviré; encargo sin embargo que no vaya nadie a ocupar mi puesto. Haga usted porque se lea este escrito, y su padre quedará con vida y con honor » Ni qué decir tiene que también ganó el juicio, como el Cid ganaba batallas después de muerto.

Wenceslao Argumosa era en todo caso un patriota. Suya fue la idea de erigir un monumento a los llamados héroes del 2 de mayo. En el Diario de Madrid hizo publicar una carta el 17 de octubre de 1820. Entresaco una frase: “…las víctimas del día 2 de mayo fueron la piedra angular de la grande obra de nuestra liberación. Debe pues eternizarse su memoria, y al monumento que para ello se eleve deberemos nosotros y nuestros hijos mirar cifrada para siempre la patria y su rey. El autor de esta carta ofrece 20 doblones para el profesor que presentare el mejor diseño de un monumento en el Prado, destinado a este objeto. El premio es tan corto como el empeño grande, pero es el patriotismo el que debe impulsar a los célebres profesores españoles, el autor solo presenta esta suma en calidad de memoria; y guiado de los mismos principios para con los ilustres cuerpos de la nación, suplica a la Real Academia de San Fernando tenga a bien permitir que los profesores pongan sus diseños en manos del señor secretario de la misma”.

Y así fue. El arquitecto Don Isidro González Velázquez ganó el concurso. El 2 de mayo de 1821 se puso la primera piedra y finalmente se inauguró el 2 de mayo de 1840. Se tardó la friolera de casi siete mil días – vamos,  a piedra por día o poco más- pero finalmente ahí lo tenemos, con el pebetero donde una vez al año se rinde homenaje a aquellos que dieron su vida por España. Ya solo por eso Argumosa merece ser recordado.

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