José Manuel Pradas – La huella de la toga.
El destino, el azar, la casualidad. El más vale llegar a tiempo que rondar un año del refranero. Simplemente haber estado en el lugar y momento adecuado. Exactamente eso es lo que sucedió en estos últimos años en dos ocasiones al menos, en los que tuve una vinculación especial con el Colegio de Abogados de Madrid. Me agrada mucho poder contar una de ellas. La segunda es mucho más prudente quede guardada por un tiempo. Ésta es una historia triste con un final razonablemente feliz, que empezó en 1936 y tras un pequeño paréntesis de setenta y nueve años – qué es esto en la inmensidad del cosmos- y se cerró en el otoño de 2015.
Ya cuando hablé en una semblanza anterior de Francisco López de Goicoechea, predije que seguramente volvería sobre esta cuestión y así va a ser. La vida en el Colegio de Abogados de Madrid, siempre fue fértil, de gran importancia puertas afuera, un lugar al que los más prestigiosos políticos tenían a gala pertenecer y donde mejor que peor reinaba siempre una cierta concordia, generalmente dentro de un posicionamiento liberal y democrático desde los tiempos del gran Decano Cortina, hasta que esa paz se vio truncada en un proceso paralelo al que llevó la gobernanza del país.
Siendo Decano don Melquiades Álvarez, político republicano, moderado, liberal se produce el 13 de julio de 1936 el asesinato de Calvo Sotelo. Una serie de colegiados solicitó con urgencia la convocatoria de una Junta General Extraordinaria con la única finalidad de que el Colegio condenara el crimen. Esa Junta nunca llegó a celebrarse porque el pronunciamiento militar del 17 de julio se convierte enseguida en la Guerra civil. Meses después el mismo Melquiades Álvarez es asesinado en la matanza de la Cárcel Modelo de noviembre de 1936.
El Colegio de abogados es incautado por un grupo de abogados de los partidos y sindicatos que conformaban el Frente Popular, es cesada la Junta democrática por un Decreto publicado en el BOE de 30 de julio, que califica de reaccionarios y contrarios al pueblo a los cesados y nombra directamente, “manu militari” otra. Se termina así la democracia en el Colegio, que yo sepa por primera vez desde su fundación en 1585, que no regresará hasta la elección del Decano Escobedo en 1953.
Cuando termina la Guerra civil el 28 de marzo de 1939, en una transición honrosísima, la junta cesante, encabezada por don Lorenzo Barrio y Morayta, hace entrega del Colegio a las nuevas autoridades que igualmente incautan la institución, incluyendo las mil cuarenta y ocho pesetas que había en caja en ese momento.
Esas dos Juntas incautadoras hicieron en un plazo de tres años lo mismo. La del 36 expulsó a destacadísimos juristas y políticos que vamos a calificar de derechas, Gil-Robles, Juan de la Cierva, Lerroux, José Antonio Primo de Rivera, Gabriel Maura, Yanguas Messía, Royo Villanova y un largo etcétera. La de 1939 hizo lo mismo pero al revés, declaró nula la expulsión del 36 y suspendió, para después expulsar, unos días más tarde, a los de izquierdas Jiménez de Asúa, Balbontín, los Galarza, Irujo, Victoria Kent, Azaña, Osorio y Gallardo y un buen número más de colegiados. Hasta un detalle curioso, al primer Presidente de la república, Don Niceto Alcalá-Zamora lo expulsaron por los dos lados. Y así quedó la historia hasta que pasaron setenta y nueve años.
Y aquí es cuando me toca intervenir, únicamente por estar en el sitio y momento adecuado. A finales de 2015, llega a conocimiento de la Decana del Colegio parte de estos hechos. Me encarga los estudie y elaboro un informe con una propuesta que hace suya Sonia Gumpert, la primera mujer Decana del ICAM. Por unanimidad la Junta de Gobierno, tomó la decisión que transcribo a continuación y del que todos los que participamos en la votación nos sentimos en su momento orgullosos. Tras explicar y razonar los antecedentes, se decidió: “En virtud de lo anteriormente expuesto, la Decana propone a votación el siguiente Acuerdo: 1º.- Revocar y dejar sin efecto los acuerdos adoptados por la Junta de Gobierno del Colegio de 22 y 29 de agosto de 1939, como en su día fue revocado el acuerdo de 16 de agosto de 1936 y en mérito de dicha revocación, declarar como incorporados al Ilustre Colegio de Abogados de Madrid a los Letrados que figuraban en los mismos. 2º.- Hace votos la Junta de Gobierno para que nunca más se den las circunstancias que hicieron posibles acuerdos como los de 16 de agosto de 1936 y 22 y 29 de agosto de 1939. 3º.- Dar la difusión que se considere conveniente al presente Acuerdo en su integridad, como cauce y ejemplo de unión y fraternidad entre los Colegiados, cerrando unas heridas que jamás deberían haberse producido.” Aquel día, casi ochenta años después, creo firmemente que se hizo justicia.
Contado esto con pasión y un cierto orgullo y como quiera que es requisito autoimpuesto tratar siempre de alguna persona concreta, me he aplicado ese antiguo argumento de “si quieres caldo, dos tazas”. Por lo que he traído aquí a dos colegiados directamente afectados y que ocupan, a diferencia de otros que hemos visto, un lugar importantísimo en la Historia, con mayúsculas, de España. Dos personajes que sin duda amaban a España por encima de cualquier otra convicción personal o política. Poco voy a decir de ellos porque yo poco o ningún valor puedo añadir.
José Antonio Primo de Rivera se colegió con 21 años, asignándosele el número 10.883. Antes que político fue un brillante abogado, con grandes éxitos profesionales pese a su juventud. El día antes de su muerte en Alicante, cuando ya no valía la pena mentir, dejó escrita una frase de una belleza y una trascendencia que aún sobrecoge: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”.
Manuel Azaña Díaz también se colegió con 21 años en 1901, curiosa coincidencia, con el número 8.842. Su vida no transcurrió por el ejercicio de la abogacía, aunque fue durante un tiempo pasante de Luis Díaz Cobeña, que fue Decano. El 18 de julio de 1938 en el segundo aniversario del alzamiento de parte del ejército y que causó la guerra civil, en un discurso histórico en Barcelona, dejó dicho: “si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón”. El 3 de noviembre de 1940, en un hotel de Montauban, en la Francia libre de Vichy, fallecía de las secuelas de un infarto cerebral que tuvo unos días antes.
Como sucede tantas y tantas veces, seguramente cada uno de ellos suscribiría el discurso del otro. Estamos en tiempos difíciles, donde por mirar al futuro corremos el riesgo de no mirar el pasado. Deberíamos tener todos muy claro el deber de que esto no vuelva a pasar pues, citando a Cicerón, «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla«. Debiera pedir disculpas si me he vuelto demasiado trascendente, melancólico o pesimista pero, será por la edad, a veces últimamente creo que generamos miedo.
Y con esto doy por concluida la “huella de la toga” Han sido, si no he hecho mal la cuenta, cincuenta semblanzas y aunque tengo muy presente el título de esa película de James Bond, de “no digas nunca jamás”, equiparable al castellano “de esta agua no beberé” o al “este cura no es mi padre”, creo que el formato y yo mismo necesitamos descanso. Creo que así, a lo tonto, he escrito un pequeño libro por entregas. Habrá que buscar un editor que lo quiera publicar.
Termino contento, no ha sido sencillo, porque cuesta pasar de un lenguaje jurídico o comercial al literario, no estamos entrenados. Pero bueno, esto se acaba y únicamente me queda un último párrafo de agradecimiento a los lectores por seguirme y a Lawyerpress por acogerme. He aprendido, he recordado, he procurado ser ameno y siempre divertido. Si llegué a conseguirlo con los que se hayan acercado a leerme, quedaré feliz. Hasta la próxima queridos colegas de la toga y “compañeros del metal”.
Buen artículo, me ha gustado mucho.
A Azaña , en mi opinión, hombre leído y escribido, como dicen en Olivenza, le faltaban horas de barra, horas de calle.
Paz, piedad y perdón, si, esta muy bien, pero lo de tiros a la barriga y dejar quemar todos los conventos de Madrid, aquél fatídico 10 de Mayo, no tanto.
José Antonio, de los muy pocos que hablaba con todos, de todos los bandos, su lucha titánica en favor de la paz y de la justicia social.
A tal efecto el artículo El abrazo de Enrique de Aguinaga.
Sean bienvenidos los dos
Sólo encuentro una imprecisión: la matanza de la Cárcel Modelo tuvo lugar en agosto (noche del 22 al 23), y no en noviembre de 1936. Saludos.
¿Para cuándo una recopilación de estos retratos de La Huella de la Toga en un libro?