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04 de FEBRERO de 2015

Percepción de la violencia de género en los jóvenes: un preocupante informe

LAWYERPRESS

Por Susana Gisbert Grifo , Fiscal Valencia

 

Susana Gisbert GrifoA estas alturas, todos, o casi todos, conocemos el contenido del informe del CIS sobre percepción de la violencia en la adolescencia y la juventud, elaborado para la Secretaría de Estado de Servicios Sociales e Igualdad y presentado hace unos días. Muchos medios de comunicación se han hecho eco de algunas de sus conclusiones, entre ellas, la terrible afirmación de que uno de cada tres jóvenes toleran o justifican conductas como el control de la pareja y de sus hábitos y horarios -a través de las tecnologías o de otro modo-, o cosas como impedirle relacionarse con determinadas personas, incluida su propia familia. Se concluye, además, que esa aceptación o tolerancia a tales conductas es mayor que la de las generaciones que les precedieron. No se necesita ser Einstein para concluir que todo ello supone un alarmante y  terrible retroceso.

Ante semejantes datos, cabe preguntarse qué hemos hecho mal. Y deben ser muchas cosas, porque los resultados son espeluznantes. Lo peor de todo es que ellos mismos parecen no darse cuenta. Así, aunque cerca de un 97 por ciento condenan en principio, y sin paliativos, la violencia de género –faltaría más-, lo bien cierto es que del estudio se desprende que ni siquiera tienen una idea clara de qué es. Y eso es precisamente lo preocupante. Y mucho.

Hemos vivido una época en que nos han bombardeado con noticias sobre violencia de género. El despertar de la conciencia social, en el que tuvieron una gran aportación los medios de comunicación a partir de la espantosa muerte de Ana Orantes, trajo consigo un cambio radical en la percepción de la violencia de género. Como sabemos, las noticias al respecto migraron de la sección de “sucesos” a la de “sociedad” y comenzó un período en el que este horrible fenómeno traspasó el umbral de lo doméstico y pasó a formar parte de lo público, con la irrenunciable condena al maltratador y la solidaridad con la víctima. Como no podía ser de otro modo en una sociedad civilizada, dicho sea de paso.

Pero me temo que las cosas quedaron ahí. Que no hemos seguido avanzando y que, además, hemos acabado anestesiando nuestras conciencias respecto de ello. Puede verse en la respuesta a los recortes que en esta materia se han producido so pretexto de la crisis, mucho menos contestados que los efectuados en otros ámbitos.

Y de aquellos polvos, estos lodos. Nuestros jóvenes se han quedado anclados en ese punto en que se identifica la violencia de género con el asesinato o esas soberanas palizas que dejan a su paso miembros rotos y ojos amoratados. Y no son capaces de ver lo que pasa delante de sus narices. Ni siquiera cuando les pasa a ellos mismos. Y, como la experiencia nos muestra tristemente, nunca, o casi nunca, se llega a estos extremos sin haber pasado antes por muchos estadios anteriores. Precisamente los que ellos no saben identificar.

Como profesional, estoy cansada de oír a adolescentes o jóvenes explicar, sin señal de alarma alguna, cómo su pareja les coge el teléfono móvil, mira sus mensajes o sus contactos y se enfada porque se ha tenido tal o cual conversación, o porque se ha ido a un sitio, o porque ha visto una fotografía. Incluso, en ocasiones, lo justifican, como si tuviera derecho a hacerlo, a enfadarse por ello y a reaccionar en consecuencia. Y ahí radica el problema, precisamente, y eso es lo que muestra la encuesta. Que, como nos temíamos quienes vivimos el día a día en los juzgados, toleran estas conductas sin apercibirse de la horrible espiral en la que ya se han metido.

Pero no podemos quedarnos ahí. Como decía, es preciso reconocer que algo hemos hecho mal, muy mal, para que la siguiente generación esté dando lo que no dudo en calificar como un paso atrás. Y habría que hacérselo mirar. Y mucho.

Tenemos una ley integral contra la violencia de género muy avanzada, que ya ha cumplido diez años. Ahí es nada. Pero el papel es muy sufrido, y de poco sirve una ley si no hay medios ni voluntad para desarrollarla. Y ahí es donde falla la cosa. Porque se ha desplegado mucha artillería en la parte judicial de la misma y muy poca en el resto. Se ha olvidado toda la parte de educación en igualdad, y se ha permitido que la publicidad y los medios de comunicación esparzan toda clase de mensajes machistas sin que nadie haga nada por evitarlo. No hay más que encender la televisión para comprobarlo.

Parece mentira que una generación que ha dado pasos de gigante en el uso de tecnologías que hace unos pocos años ni soñábamos tener, que tiene a su alcance todo el conocimiento, no haya avanzado ni un ápice en el camino que nos debería llevar a la igualdad. Es más, que incluso haya retrocedido. Es imperdonable que no hayamos sabido transmitirles el modo en que los avances tecnológicos sean la ventaja que deberían ser en lugar de convertirse en lo contrario. Un arma de control, en muchas ocasiones.

Y, mientras tanto, en una galaxia muy lejana, se dedican a reaccionar a golpe de BOE, aprobando una y otra ley como si el papel fuera la solución a todo. Y, además, se dedican a engrosar el Código Penal como si en el castigo estuviera la solución a todo. Y no perdamos de vista que cuando hay que castigar es porque ya hemos fracasado.

No es que me parezca mal que se contemplen y sanciones conductas relacionadas con el uso de las TIC, por ejemplo, -por más que crea que algunos supuestos eran innecesarios porque ya tenían encaje penal-. Pero, ¿alguien en su sano juicio cree que un joven va a dejar de acosar a su novia porque sepa que han reformado el Código Penal al efecto? Pues eso.

Como no cambiemos el chip, y lo hagamos rápido, nos espera un panorama muy triste. Un panorama en que las jóvenes serán víctimas de violencia de género sin siquiera saber que lo son. Y donde los maltratadores también ignoren que lo están siendo. Hasta que sea tarde, y llegue ese momento en que no hay vuelta atrás.

Hace ya tiempo que las mujeres deberíamos haber dejado de aspirar a casarnos, ser felices y comer perdices, como en los cuentos. Pero por desgracia, el síndrome Disney está más vivo que nunca. Y como no espabilemos acabará asfixiándonos.

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 

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