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10 de ABRIL de 2015

Violencia de género: despejar la incógnita

LAWYERPRESS

Por Susana Gisbert Grifo, Fiscal

 

Susana Gisbert Grifo, FiscalTodos sabemos que la violencia de género es una terrible lacra social. Nos lo han dicho tantas veces que casi suena hueco, a base de gastar el término. Y, por desgracia, parece que igual que el término parece gastado, el fenómeno al que alude también, porque cada vez se le dedica menos tiempo, a no ser que el hecho venga acompañado de un plus: un mayor número de víctimas, unas circunstancias especialmente espantosas, o la notoriedad pública de los implicados en el suceso. Y de eso hemos tenido buena muestra estos días.

Tras varios días aciagos en que el número de víctimas en pocas horas superaba con mucho lo que es soportable, un nuevo hecho ha dado lugar a que se hable de la violencia de género mucho más de lo que es habitual. Más incluso que esos días aciagos. Y ese hecho no era otro que la presunta comisión de maltrato por parte de un conocido político. Político que, además, estuvo directamente relacionado con la promulgación de la actual ley integral. Si duda, un tema atractivo para los medios de comunicación.

Pero la reacción ante ello no ha dejado de sorprenderme. En lugar de aprovechar la noticia, aún con todo respeto a la presunción de inocencia, para reforzar la alarma y la condena contra tan preocupante fenómeno, se sucedieron mensajes en redes sociales y medios varios insistiendo en que de ese modo sabría el implicado cómo se sufría ante una denuncia falsa. Incluso hubo quien, con evidente mal gusto, se regodeaba diciendo que así tomaría de su propia medicina. Algo para hacérselo mirar, la verdad.

Porque todas esas manifestaciones partían de la base de que la denuncia era falsa, o podía serlo, como también lo eran muchas de las que se presentan, hecho en el que se insiste por diversos sectores a pesar de que las estadísticas contradicen por completo tales aseveraciones. Es bien conocido el dato de la Fiscalía General del Estado que cifra la cantidad de denuncias falsas en menos de un 0’01 por ciento, esto es, una cifra anecdótica, no obstante lo cual el mito de las denuncias falsas se sigue manteniendo y alimentando.

A este respecto me pregunto cómo quienes se revuelven indignados impetrando la presunción de inocencia de los denunciados, no le conceden la misma presunción a todas esas mujeres que ni siquiera han sido denunciadas –ni tampoco se ha deducido testimonio contra ellas- y afirman sin ningún género de duda que son culpables de un delito de acusación y denuncia falsa. Tendencia, por cierto, que ha quedado incluso plasmada en el propio Estatuto de la Víctima, que prevé una sanción extra para los casos de denuncia falsa en violencia de género sin parangón respecto a la denuncia falsa de cualquier otro delito, por grave que sea. Convirtiendo así, de paso, la excepción en regla general, y haciendo gravitar la sombra de la sospecha sobre miles de mujeres víctimas que ni siquiera pueden defenderse.

Las denuncias falsas existen, por supuesto, pero en una cifra ínfima, más aún si lo comparamos con cualquier otro delito. Son mucho más frecuentes en aquéllos casos en que se finge ser víctima de un robo para cobrar un seguro, o de la sustracción de un vehículo para no hacerse cargo de los daños por él causados, y sin embargo no alarman a nadie. Ni merecen plus ninguno.

Cabría entonces preguntarse qué situación tan ventajosa puede reportar a una mujer para que decida pasar por el terrible trago de un juicio y meterse en una espiral que no le favorece ni a ella misma. Cualquiera que lo haya vivido sabe que no es un trago de gusto en absoluto. Existe la creencia de que se reciben cuantiosas ayudas y subvenciones, cuando, en el mejor de los casos, se puede obtener una ventaja a la hora de conseguir una renta de inserción de poco más de 400 euros a la que muchas tendrían derecho sin necesidad de acreditar violencia de género, puesto que no es el único caso en que se concede, y se exigen ciertos requisitos. Otras supuestas ventajas como algunas de cara a un eventual juicio de divorcio tampoco son tales, o son más bien relativas. Los juicios de familia tienen sus pruebas, y a ellas hay que atenerse para tomar una decisión, sin que sean tampoco admisibles afirmaciones de que las mujeres se quedan con todo, o cosas similares.

Pero, en cualquier caso, no deja de ser sintomática la reacción inmediata ante la noticia. Una verdadera lástima, con la cantidad de cosas que se pueden hablar en este tema. Incidir en que estos hechos afectan a todos, sea cual sea la clase social y económica, por ejemplo.  Y aprovechar para espolear la conciencia social, que parece que anda un poco anestesiada.

Pero no. Parece que cualquier excusa es buena para hablar de denuncias falsas, para arrojar la sospecha sobre la mujer, y de paso, sobre todas las mujeres. Incluso en casos en los que, finalmente, parece que ni siquiera ésta haya denunciado.

A lo largo de mi vida profesional he visto varias mujeres asesinadas, muchas violadas o abusadas por sus parejas, y miles de ellas golpeadas, insultadas, humilladas y vejadas, con sentencia firme para el maltratador, Y sólo una vez he visto en este tiempo una condena por sentencia firme a una mujer por denuncia falsa. Creo que esto debería bastar para decidir hacia dónde han de dirigirse los esfuerzos.

Y es que la incógnita a despejar en la violencia de género son todas las mujeres que han perdido la vida, y todas las que podrán perderla si no hacemos algo para evitarlo. Y en ellas es en quienes deberíamos centrar toda nuestra atención. Ellas son quienes realmente lo necesitan.

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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