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29 de ABRIL de 2015

Periodismo, política judicial y tribunales

LAWYERPRESS

Por Serafín Chimeno Rabanillo, Periodista, Filósofo y Teólogo

 

Serafín Chimeno Rabanillo, Periodista, Filósofo y TeólogoDesde hace algún tiempo, la crónica de tribunales y la política judicial tienden a desplazar del centro de la atención periodística a la vieja y profundamente arraigada crónica política y a competir en popularidad con el deporte y los sucesos. Estamos asistiendo a una secuencia interminable de  informaciones, tribunas, comentarios y editoriales relacionados con procedimientos judiciales, conflictos jurídicos y debates legislativos de toda naturaleza e índole.

Con la misma frecuencia y como sucede con los  lectores, los televidentes, radioyentes y los consumidores de producto online asisten a sesudas y acaloradas tertulias, encuentros científicos o declaraciones de expertos, que muy bien pueden semejarse a enconados debates políticos  o a las clásicas deliberaciones judiciales destinadas a emitir fórmulas que refuercen el encasillamiento ideológico o, en numerosos casos, sentencias, en la ambigüedad que este concepto puede aportar, cuando se extrapola de su contexto natural, que es el judicial.

Se puede hablar, así, de perfectos mítines políticos o ideológicos, y en su caso, de juicios paralelos que no hacen más que materializar una evidente presión mediática sobre reformas legislativas de gran calado social o determinados procesos judiciales, particularmente, aquellos en los que se hayan implicados personajes públicos tanto de la política como del arte, la cultura o la economía y los que afectan a un gran número de personas bien como imputados, bien como víctimas de algún tipo de delito.

A priori e intentando la difícil conjunción de principios tan fundamentales como el de la tutela judicial, el bien público y el derecho a la información veraz, en ocasiones se constata que los medios, aunque sin rebasar los límites fijados por la legalidad vigente, quebrantan importantes supuestos éticos, que inciden de forma  innegable en la serenidad e independencia, que exigen actividades sociales de tanta trascendencia para el orden, el progreso y la justicia social,  como son el ejercicio normativo o el de la jurisdicción.

El vacío legal es muy difícil de entender, máxime cuando la tipificación de tales relaciones, que en nuestro país pueden resultar hasta  esquizofrénicas,  está legalmente resuelto en la mayoría de los países de nuestro entorno.

Posiblemente la generalización de la desmesurada  presencia de los temas jurídicos y judiciales en los medios de comunicación social tenga su arraigo en una innegable empatía que toda sociedad proyecta sobre su Administración de Justicia, en calidad de garante del orden y salvaguarda de los derechos, cuando son inculcados, o de los deberes cuando los mismos  resultan eludidos.

La Justicia  suscita una particular sensibilidad en los miembros de cualquier comunidad, pues de su funcionamiento dependen cuestiones tan trascendentales como el abuso de poder, la penalización de los delitos, la apropiación indebida, la omisión de la legalidad fiscal, el apoyo a los débiles y el freno a los abusos de los poderosos y un sinfín de fórmulas destinadas a conseguir la paz y la igualdad social. Todo lo anterior justifica sobradamente su calado popular y es la razón por la que la comunicación social, incluso antes de la aparición de la prensa, ha  hecho “vox populi” de actos simbólicos y paradigmáticos del ejercicio efectivo de la justicia, mitificándose los mismos, como ha sucedido con el famoso “Juicio de Salomón”.

Judicialización de la sociedad

Hoy se habla con frecuencia de la judicialización de la sociedad, confrontándose dos opiniones: una que se debe a la presión mediática  y otra, que es el resultado lógico de una sociedad, cada día, más consciente y reivindicativa de sus derechos. Lo que sí nos parece evidente es que, por un lado, la presión mediática de múltiples procesos judiciales y debates jurídicos, es capaz de crear en la sociedad un cierto estado, de lo que bien podía llamarse  “histeria colectiva” respecto a determinados procesos judiciales o de reformas legislativas,  que se traduce en un poderosa fuerza de presión  e instigamiento a los medios para que éstos se pronuncien y tomen partido por adelantado.

Sin entrar en el denostado concepto de “audiencia culpable”,  difícilmente podemos negar la presencia de motivos tan viejos y contrastados como el de López de Vega, cuando afirmaba :“Pues el vulgo es necio y, lo paga, es justo hablarle en necio para darle gusto”. Los medios de comunicación alientan  las demandas y ejercen una poderosa figuración, en el sentido de proyectar las acciones justicialistas de la sociedad. Se trata, simple y llanamente, de servirse de los medios de comunicación social para ejercer actos de rechazo o aceptación de desarrollos normativos o  de condena -  absolución de  partes implicadas en procesos judiciales, mucho antes de que unos y otros concluyan.

Esto, malo en sí mismo, se agrava cuando se convierte en herramienta de manipulación propagandística que puede encaminar la acción popular hacia actuaciones irracionales  y contrarias al orden fijado por el Derecho y, sobre todo, por la Justicia. Un ejemplo, aunque extremo, bien significativo, podrían ser los movimientos revolucionarios, de naturaleza totalitaria, entendidos éstos como acción de fuerza de la sociedad en apoyo o en contra las fórmulas establecidas y de Derecho, por suponerlas injustas.

En la actualidad y con el imperativo de la democracia, el mal menor de la gestión política, las elecciones sirven para hacer lo mismo, pero de una manera pacífica y civilizada, es decir, se articula un hábeas legislativo y, en consecuencia, judicial, que prima los intereses, económico, ideológicos y culturales de la parte de la sociedad vencedora en las elecciones, con mucha potencialidad abusivas en caso de mayorías absolutas, articulando una estructura de Derecho, por lo general, alejada de la verdadera justicia social, en cuanto deja prácticamente fuera de su consideración a los que no caen en la órbita de su afinidad política o ideológica.

Los medios de Comunicación social son determinantes en estas situaciones, dada su capacidad de manipular la opinión pública, al actuar como caja de resonancia de los argumentarios oligárquicos de quienes ostentan el poder político, por delegación, y del resto de los poderes fácticos afines a su particular “status quo” .

De esta forma el mundo del derecho, la actividad jurídica, la administración de justicia y la propia judicatura se han convertido en objeto prioritario de la información periodísti­ca y lo hacen en respuesta al natural interés social por todo lo relacionado con la Justicia, que ellos suelen contaminar, ejerciendo o incitando a accines fiscalizadoras o justicialistas.

Sin embargo y por desgracia, el interés cualitativo y cuantitativo que los temas jurídicos y de tribunales suscitan en la Opinión Pública y que refle­jan los Medios de Comunicación Social no se corresponde con el número de profesionales periodistas especializados en el tema. En la práctica el número de periodistas especializados es tan reducido como el número de publicaciones monográficas y divul­gativas sobre el mismo. En la mayoría de los casos y de espal­das a un proceso de formación específica, dichos perio­distas sustentan su relativa  especialización en el hecho de una pro­longada experiencia cubriendo casi monográficamente dichos contenidos.

Pocos periodistas expertos y realidad legislativa y juridica amplia

Esta realidad, tan arbitraria como arriesgada, choca con la trascendencia social de la política legislativa, jurídica y judicial y, por supuesto, muy lejos de los criterios de rigor y veracidad que deben presidir la actividad periodís­tica. Es de obligado reconocimiento que el ejercicio periodís­tico especializa­do en temas legislativos, jurídicos y de tribunales no resulta nada fácil, dada la complejidad técnica y la amplitud y diversidad de sus contenidos especializados.

Con demasiada frecuencia, los periodistas que cubren las informaciones sobre contenidos  legislativos, jurídicos y de tribunales en los medios, lo hacen de manera acci­dental y, lo que resulta aún más preocupan­te, en el inicio de su propia actividad profesional y sin ningún tipo de formación, complementaria y reglada, relacionada con este importante campo de especialización periodística.

Esta circunstancia nos sitúa en una práctica viciada en la que confluyen simultá­neamente la insatisfacción de los responsables de la política judicial, los  operadores jurídicos y de los propios profesionales periodistas, frente a una opinión pública tratada como sujeto pasivo y susceptible de todo tipo de manipulaciones tendenciosas. Para los políticos y los juristas los medios no reflejan con rigor y objetividad los contenidos jurídicos o invaden sus competen­cias sentenciando o forzando sesgos ideológicos en las normas; para los periodistas, y como dificultad añadida a su falta de especialización, no se facilita el acceso a las fuentes primarias, lo que les convierte en víctimas de la tendenciosidad de las secundarias.

Esta preocupante situa­ción origina una práctica de alto riesgo en términos de obje­tividad y de disfun­ción social en un ámbito de tanta trascen­dencia  para la paz y el orden y, desde ellos, para el progreso y la justicia social, como son el Derecho, la Política Judicial y el ejercicio de la jurisdicción. la del Poder Judicial, que, de una u otra forma,  resulta urgente e inevitable solucionar.

Y para que esa solución resulte verdaderamente eficaz, necesita el consenso de las asociaciones de periodistas, particularmente ACIJUR, como integradora de los comunicadores e informadores jurídicos, la universidad, que ostenta la capacidad de impartir programas reglados de formación especializada, complementaria a la titulación académica generalista, y el poder judicial, como depositario del control legal de la adecuación o inadecuación a la normativa vigente  de la acción judicial.

Esas tres instituciones y pensando en el interés público, deberían arbitrar un programa reglado de formación especializada en esta particular área de contenido y complementaria a la licenciatura o grado de periodismo y ofrecerlo, como necesario, para acceder al ejercicio de  la información periodística en cualquier medio de formato clásico o online. Una propuesta válida y factible, sería  ofertar un buen máster, tutelado conjuntamente por la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y la Asociación de Comunicadores e Informadores Jurídicos (ACIJUR).

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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