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29 de ABRIL de 2015

Menores y fronteras; una cuestión cada vez más actual

LAWYERPRESS

Por Susana Gisbert. Fiscal de Valencia

 

Susana Gisbert. Fiscal de ValenciaHace apenas unos días, hemos sabido del principio del fin de un triste y largo asunto que ha sido objeto de atención mediática en el curso de su historia: el encarcelamiento de una mujer española en Estados Unidos por razones relacionadas con los problemas derivados de la custodia de su hija. Sin entrar en el fondo del asunto, ni en el caso concreto, lo bien cierto es que hechos como éstos traen a colación un problema constante en nuestro devenir diario en Juzgados y Tribunales. Y esa cuestión no es otra que la custodia de los hijos e hijas de parejas de distinta nacionalidad. Un problema tremendo a la hora de resolver, y un problema no menos tremendo a la hora de desenvolverse. Y de muy difícil solución en muchos casos.

Todo es fácil cuando las cosas van bien. Dos personas de diferente nacionalidad se conocen, comienzan una relación de pareja Cupido mediante, deciden tener uno o más hijos, con o sin matrimonio, y todo parece ir sobre ruedas. Y muchas veces va, por supuesto. Pero otras, como ocurre en muchas otras parejas, las cosas empiezan a torcerse, y un mal día la relación se rompe. Y, cuando la sensatez de ambos, o las circunstancias, o lo que sea, no hacen que las cosas se regulen de una manera consensuada y pacífica, se crea un polvorín de imprevisibles consecuencias. Con unos niños de por medio que se llevan la peor parte. Porque ellos no se han divorciado de sus padres, pero han de sufrir las consecuencias de una separación en la que ellos no tenido ni arte ni parte. Y empieza el calvario.

Las situaciones son muchas, y muy variadas. Pero todas, o casi todas ellas, tienen un denominador común: la desconfianza o incluso el miedo. El miedo de que uno de los padres se lleve al menor o los menores a su tierra y no lo vuelvan a ver, sobre todo, pero también el miedo a perder el control, a adaptarse al cambio, a ceder y a transigir. Porque muchas veces, los sentimientos nublan el entendimiento y el odio o el resquemor al otro no deja ver lo que es mejor para los hijos.

Por supuesto que desde la Justicia se intenta prever todo lo previsible, adecuar las medidas a las circuntancias personales de los padres y del niño o niña. Muchas veces, hay que llegar incluso a la retirada del pasaporte, para evitar que se crucen nuestras fronteras y entonces sea tarde. Porque, por más que sea preciso el consentimiento de ambos progenitores para que los hijos salgan del país, siempre pueden hacer caso omiso y entonces la solución se complica.

Es obvio que hay instrumentos trasnacionales que facilitan enormemente estos y otros supuestos. El reconocimiento de las resoluciones judiciales entre países hace que las sentencias puedan ejecutarse más allá de las fronteras donde fueron dictadas, o donde tenían su domicilio las partes, y eso facilita las cosas. Y las soluciona en muchos casos, por suerte.

Pero hay otros que se enquistan. La cosa se complica enormemente si se trata de países que no han firmado convenio alguno, con los que no hay reciprocidad, y sobre todo, cuando nos movemos en ámbitos culturales y jurídicos totalmente diferentes al nuestro

De sobra hemos visto en películas, series de televisión e informativos las historias de hijos e hijas que fueron llevados a la fuerza a otros continentes y de los que el otro u otra progenitor no volvió a saber jamás. O que se dejó en el camino sangre, dolor y lágrimas. Y esas cosas pasan, lamentablemente.

Y, si a ello se suma la existencia de violencia de género, con todo lo que ello conlleva, la cosa empeora más todavía.

Pero lo bien cierto es que no hace falta irse a un supuesto extremo para detectar los problemas. Y quienes nos movemos en este mundo vemos un día tras otros constantes procedimientos y hasta infracciones penales cada vez que se tiene que ejecutar cualquier decisión relativa al régimen de visitas, o cuando llega el momento de las vacaciones. Por no hablar de los conflictos a la hora de decidir sobre educación o sobre cuestiones religiosas. Para colmo del absurdo, he llegado a ver pretensiones de custodia compartida por semanas en padres que vivían con un continente de por medio.

Desde luego, es un problema complicado, y my difícil de solventar en muchos casos. Y es bien cierto que la justicia, y los poderes públicos, deben ocuparse de tener una regulación que prevea todas las vicisitudes posibles, incluida la ejecución forzosa de las resoluciones que no sean voluntariamente cumplidas. Pero en ocasiones no basta con ello

Porque a veces, en este maremágnum de conflictos, leyes y fronteras, se olvida lo más importante: el interés del menor. Y todos los menores merecen un ambiente propicio, donde puedan desarrollar adecuadamente su personalidad, donde se relacionen con normalidad con su familia materna y paterna. Donde, en resumidas cuentas, sean felices, más allá de los problemas de sus padres. Y tienen derecho a ello .El problema es cómo dar con la respuesta. Cómo saber cuál es la decisión adecuada cuando los padres no supieron dar con ella. Pero no es imposible. Y a nosotros nos corresponde hacer que así sea. Y lo seguiremos intentando.

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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