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05 de MAYO de 2015

En Memoria de Soledad Cazorla

LAWYERPRESS - Por Salvador Viada, Fiscal del Tribunal Supremo

 

Recuerdo a Soledad Cazorla entreverada en mis primeros años de ejercicio profesional, asociada a mi juventud.   En 1988 ella era una fiscal ya muy conocida, con una reputación de competencia, seriedad y solidez.  

Al llegar a la Fiscalía de Madrid me asignaron a la Sección en la que ella era la Decana.   Una Sección en la que nos cruzamos e hicimos amigos Antonio del Moral, Fernando Prieto, Carmen Monfort, Illana Navía-Osorio, María Jesús Cañadas o Carlos Ruiz de Alegría. 

 Nos encargábamos de sacar adelante el trabajo de la Sección de la Audiencia que presidía un magistrado también de sólida reputación y uno de los tipos que más he visto trabajar en mi vida, Miguel Hidalgo. 

  Había en aquel grupo ciertamente personalidades fuertes, cada uno teníamos nuestro carácter, nuestra visión de la profesión, nuestras ilusiones profesionales y nuestro ritmo de trabajo.   Coordinar aquel grupo podía ser complicado para alguien que careciera de las cualidades de Sole, pero no lo fue para ella. 

  Soledad tenía muy buen trato, tenía sentido común y distinguía entre lo que era importante y lo que no; tenía una personalidad abierta -tanto como su sonrisa, mejor dicho, como su carcajada-, e invirtió mucho tiempo en tratar con la Sala, en generar confianza entre los fiscales y los magistrados.

 Todos hablábamos bien de todos entonces en aquel pequeño grupo, y Sole tenía mucho que ver.   Utilizaba su amistad con el entonces Teniente Fiscal de la Fiscalía de Madrid, Juan Ignacio Campos, del que también me acuerdo ahora porque se que lo está pasando mal, para encomiar nuestro trabajo, para resaltar las pequeñas cosas que nos hacían sentir profesionalmente orgullosos.

  Se preocupó de que hubiera dos comidas de Sección con la Sala cada año, y esas comidas, ya más tarde, cuando fue reclamada para la mejor Secretaría Técnica que nunca he conocido en la Fiscalía General, siguieron celebrándose con ella, y más tarde un pequeño grupo de fiscales las seguimos manteniendo con su asistencia durante muchos años.

   Y es que Sole, que sabía tanto derecho como el que más y que era tan lista como el que más nunca hacía sentir a nadie que ella era más: nunca una bronca, nunca un desaire, nunca una afrenta por pequeña que fuera.   Nunca fingía saber aquello que ignoraba (para mi, una de las mejores virtudes de un jefe, y una muestra de una personalidad bien formada); si algo no lo sabía, lo estudiaba y solo entonces empezaba la discusión.

  No dudaba en dar un paso al frente en el trabajo.  Recuerdo, por ejemplo, que se había señalado un juicio tremendo de abusos sexuales a menores, de esos que duran dos meses con la Sala a pleno rendimiento, con la prensa presente y haciendo crónicas mañana y tarde. .

  Pidió voluntarios para llevar el juicio, y todavía recuerdo avergonzado que no di el paso.   Lo asumió ella, aunque aceptó mi ofrecimiento tardío para que la ayudase en la vista.    Estuvo impresionante.  En aquellos tiempos que hoy me parecen dorados, Soledad fue alguien muy importante para mi y también para otros compañeros.   Ahora nos veíamos poco, alguna vez que coincidíamos en la Fiscalía General.    Pero en pocos segundos volvían las risas, volvían los recuerdos, volvía el buen humor. 

  Escribo estas líneas como si ella pudiera leerlas, para que si eso pudiera ser así se llevara el último reconocimiento del cariño y respeto profesional que generó en quienes aprendimos a ser fiscales bajo su dirección.   

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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