No hace falta
ser un jurista de alto voltaje para conocer el artículo 15 de la Constitución, y
su sencilla pero importante proclamación de que todos somos iguales. Es más,
decirlo puede que resulte una obviedad, ya que cualquiera , jurista o no, sabe
que la igualdad en general, y la igualdad entre hombres y mujeres es uno de los
pilares de nuestro Estado de Derecho. Precisamente, uno de los que le distinguen
del régimen anterior de un modo más claro.
Pues bien,
algo que parece tan evidente, parece serlo menos en cuanto una se pone a ver,
leer, o escuchar mucha de la publicidad que desfila ante nuestros ojos, oídos o
pantallas. Alguna, evidente. Otra, tan subliminal que apenas nos percatamos de
ello y por eso, precisamente, resulta más peligrosa. Porque eso es algo que se
mete en el disco de niños y adolescentes e impide que sigamos avanzando en ese
camino hacia la igualdad real que iniciamos ya hace muchos años y cuya meta aún
nos queda un poco lejos.
La ley es
clara y meridiana, como no podría ser de otro modo. Se proscribe cualquier modo
de publicidad sexista. Así lo dice rotundamente la Ley General de Publicidad y
así lo establece también la Ley Integral de Protección de Violencia de Género,
que se refiere a la misma. Pero, como tantas veces ocurre, del dicho al hecho
hay un buen trecho, y solo con encender la televisión o la radio, las cosas no
son tan claras como parecen. Incluso, a veces, son realmente oscuras.
¿Cómo puede
ser que semejante prohibición no sea llevada a rajatabla? ¿Por qué seguimos
viendo, oyendo e incluso aceptando algunos anuncios en los cuales la igualdad
queda muy lejos? ¿Qué es lo que está fallando?
La respuesta
no es sencilla. O, al menos, a mí no me lo parece. Porque en esta materia se
unen una serie de factores que basculan entre la costumbre, la vía de hecho y la
laxitud legislativa que dejan que determinados patrones sexistas se cuelen a sus
anchas por las rendijas que hemos dejado. Y una vez se han filtrado, se expanden
de una manera que es difícil de evitar. Incluso, en ocasiones, es difícil de
detectar.
De una parte,
la propia sociedad, aun cuando hay que reconocer que ha dado grandes pasos, aun
dista mucho de desprenderse de esos patrones sexistas que le vienen inculcados
desde tiempo inmemorial. Todavía se aceptan con naturalidad los roles
diferenciados de hombre y mujer o de niña y niño, todavía se representa a la
mujer con patrones estéticos excesivamente exigentes y cercanos a la
cosificación, todavía se distinguen actitudes, comportamientos y hasta colores
como propios de uno u otro sexo, perpetuando una desigualdad que venimos
arrastrando desde hace demasiado tiempo. |