Que la vida iba
en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Jaime Gil de
Biedma
Estos versos pertenecen al poema “No volveré a ser joven” de Jaime Gil de
Biedma, uno de los más grandes poetas. En ellos refleja perfectamente una de las
características de la juventud: “llevarse la vida por delante”
Más de veinte años después, que veinte años no es nada, recuerdo cuando era un
joven abogado que también pretendía llevarse la vida por delante. En aquel
momento la tasa de paro era de un 24,55% y veníamos de un período sostenido de
mala economía. En aquel panorama las perspectivas de encontrar un trabajo y
poder desarrollar una carrera eran francamente desalentadoras. Por aquel
entonces Garrigues no se había asociado aún a Arthur Andersen, Cuatrecasas con
Gonçalves Pererira y las firmas anglosajonas, salvo excepciones, llevaban poco
años en España.
Al principio de los 90, a los abogados sólo nos pedían ser abogados. En líneas
generales. Salíamos de una licenciatura en la que las prácticas eran una
ilusión, a menos de que tuvieses la suerte de conocer a alguien. Preferiblemente
un padre con despacho. Estudiábamos voluminosos libros y nos la jugábamos en un
examen a final del curso. Tres preguntas, dos a veces y que Dios repartiera
suerte y te cayesen aquellos temas que mejor llevabas preparados. A los que
acabamos en tiempos olímpicos en España, entrar en la carrera de Derecho
implicaba tener una nota aceptable en selectividad. Luego la bajaron a un cinco
raspado. Debieron pensar que faltaba gente sabiendo de leyes e hicieron válido
aquello de “el que vale, vale y el que no, para derecho”.
No tengo la sensación de una mala preparación. A pesar de que éramos cientos en
un aula, que la clase tenía pizarras verdes de tiza y que casi nunca había
borrador, por lo que usarla era una quimera. Por aquel entonces empezó a sonar
lo de Erasmus y unos cuantos que sabían idiomas lo suficientemente bien,
aprovecharon para irse. Unos cuantos es literal: unos pocos. Tuve la suerte de
que un amigo y compañero, amigo aún hoy en día, fuera a París XI a estudiar con
lo que las visitas a París fueron unas cuantas. El contacto con alumnos de otros
países me convenció de que efectivamente eso de los idiomas era algo que tenía
que aprender porque a ver si no como me iba a entender yo con franceses,
alemanes, escoceses e israelíes, que aún hoy andamos conectados de alguna
manera.
Si el mundo era distinto en sede académica, imaginad en el trabajo. Por aquel
entonces ya trabajábamos con ordenadores pero no existía internet. Las
notificaciones llegaban por fax. Al principio, aquellos de papel térmico que se
borraban con el tiempo, lo cual dada la proverbial celeridad de la justicia
española, te enseñaban a ser cauto y fotocopiar el fax si era importante para
que no fueses un buen día a ver el expediente y te encontrases una notificación
en blanco. Luego llegó la tinta y el láser. El futuro.
Lo bueno de aquella época es que nadie te llamaba un domingo a las 12 de la
mañana porque esa tarde hay que empezar una due diligence de 150.000 documentos
que debía estar terminada el lunes a la noche. Por supuesto en “data room”,
claro está. No podía ser porque no existía el móvil. Por lo menos, la DD debía
esperar al lunes a las 9 de la mañana y pasabas el domingo feliz e ignorante de
lo que se te venía encima. Tampoco había correo electrónico, por lo que no
estabas en la playa contestando ocurrencias de ningún cliente que el día
anterior había visto “Algunos hombres buenos” y se le había ocurrido como ganar
el caso. ¿Os he dicho que odio las películas y series de abogados? Cómo de
aquella ya éramos modernos y acabábamos de celebrar unas Olimpiadas,
oportunamente comisionadas, y una Expo Universal, que también, ya teníamos
aparcados los tomos de piel con jurisprudencia y nos manejábamos con CD-Rom, que
era el no va más de la tecnología jurídica. Sin complejos.
Los millenials no lo habéis tenido mejor estos últimos años pero como siempre
escampa, igual que para nosotros escampó a partir de mitad los noventa, para los
jóvenes abogados de hoy en día ha empezado a salir el sol y los síntomas de
recuperación son más que evidentes. La mala noticia es que ya no queda nada del
festín que nos dimos hasta la llegada de la crisis de finales de los dos mil. La
buena noticia es que probablemente hagáis las cosas mejor y con más sedimento,
que eviten burbujas que se disfrutan pocos años y se pagan duramente durante
muchos.
Los tiempos están cambiando cantaba Dylan y así es, sobre todo, para vosotros.
Ya no basta ser un muy buen abogado en lo técnico. Ni siquiera tener un Master
de prestigio, además del de Acceso a la Abogacía. Tampoco que habléis inglés,
como Shakespeare que dice el gran Javier Fernández-Lasquety, de Elzaburu. Ahora
se os pide que tengáis aptitudes para poder dirigir equipos el día de mañana,
que poseáis capacidad para transmitir y formar a nuevos abogados, que reunáis un
buen número de habilidades sociales que os lleven a tejer una red de contactos
que os proporcione trabajo. Y no se exigen estas habilidades de manera
indiciaria, sino que debéis trasmitir a vuestros selectores que efectivamente,
están en vosotros.
Cuando empezáis a trabajar disponéis del mayor número de herramientas y
posibilidades que nunca una generación haya tenido antes. Cierto que esta
afirmación se renueva de generación en generación, pero podemos afirmar que los
abogados que estáis al principio de vuestra carrera vais a usar herramientas que
facilitarán el trabajo de una manera notoria. Las características de movilidad,
integración, predicción y conexión van a desarrollarse exponencialmente. La
asunción de conocimientos será una parte fundamental de vuestro trabajo pero lo
haréis guiados por herramientas facilitadoras.
Os alcanzará, ya que mi generación no lo vivirá, conceptos como la conciliación
familiar. Dejaréis de mal administrar y perder talento femenino en las firmas.
Convendréis en eliminar estructuras anquilosadas. Dejaréis de organizaros
obsoletamente en asignaturas de la carrera de Derecho (Procesal, Laboral, …)
para hacerlo en torno a la estructura de las empresas a las que prestáis
servicios: que podemos hacer por tu Consejo de Dirección, que ofrecemos al
Departamento de RRHH, como facilitamos tu negocio…
Desarrollaréis un concepto del derecho más amplio e imaginativo. Las nuevas
formas de economía, los nuevos nichos de mercado y las nuevas relaciones que han
aparecido y aparecerán, os pedirán un esfuerzo de conocimiento del derecho y de
imaginación para articular todas estas novedades escapando de la codificación.
Por último vais a gozar de una racionalización de la profesión en cuanto a
número. La implantación del Master de Acceso a la Abogacía, con su período de
prácticas y posterior prueba de calificación, aunque mal diseñado, va a producir
un efecto tremendamente beneficioso como es el descenso exponencial del número
de colegiados, lo que redundará en un mayor número de oportunidades, una mayor
remuneración por nuestros servicios y un mayor prestigio al exigir, y se debe
exigir, que el acceso a esta profesión no sea un coladero para aquel que no
tiene que hacer sino para aquel que quiere ser abogado.
Nos separan algo más de veinte años y en poco se parece la abogacía de entonces
a la de ahora y en nada se parecerá la de estos momentos a la de dentro de
veinte años. Por aquel entonces Nirvana nos llevaba al grunge, Clinton era
presidente, veíamos correr a Forrest Gump y el Madrid, de nuevo, era campeón de
Europa. Ahora, Estados Unidos tiene un presidente negro, nos relacionamos en
redes sociales, llegaremos a Marte y el Madrid ha ganado la Décima. Como dicen
Presuntos Implicados: como hemos cambiado. |