En los conflictos de familia los enfrentamiento derivados de los diferentes
intereses, originados en disputas emocionales, suelen llevar a las partes a
litigios costosos en dinero, tiempo, y dolor.
Uno de estos conflictos son las sucesiones, en donde solemos encontramos con
familias cuyas disputas pueden llegar a desencadenar reclamaciones judiciales
que un mediador podría evitar o de alguna manera aminorar. La diferencia entre
ambos conflictos es que en la sucesión hay un muerto, mientras que en los
divorcios, matrimonios, etc., hay un cambio desgarrador, que implica dolor por
la pérdida de una convivencia, de unos hábitos cotidianos, de recursos
económicos, etc.
Es complejísima “la realidad” que existe en toda sucesión, en donde además se
transfieren bienes y dinero que dejó el muerto. Es la realidad que el mediador
en los conflictos sucesorios tiene que conocer para poder escuchar a cada uno de
los “sucesores” con el fin de permitirles resolver sus conflictos mediante un
acuerdo. Para saber qué lugar y tareas tiene que desempeñar el mediador en los
conflictos sucesorios, hay que analizar previamente qué le ocurre a los
herederos con la muerte del ser querido al que suceden.
Casi todos nos hemos desarrollado en el seno de una familia, y desde luego
nuestra personalidad se fue haciendo a lo largo de nuestra vida con unos
vínculos con la familia, es decir,ese conjunto de personas, (a veces mejores,
otros peores y a en ocasiones inexistentes o casi) pero que fueron conformando
nuestros sentimientos y valores. Podemos por ello decir que somos, en nuestra
individualidad, una familia. Somos padres, hermanos, tíos y primos, y puede
resultarnos inaprensible porque abarca nuestros hábitos y sentimientos, que
solemos considerar algo exclusivo e individual.
Suele decirse que la familia es un lugar de paz y felicidad, pero es verdad
sólo en parte, ya que en la familia también se odia, y aunque aunque no lo
queramos admitir, también están los celos y la envidia. En fin, todos estos
sentimientos pasan en una familia con todos y entre todos sus integrantes, y
aun con los que no lo son pero forman parte de la vida cotidiana familiar.
Podemos imaginarnos qué les ocurre a los herederos cuando fallece el causante,
ante el enjambre afectivo que los vincula con el muerto y entre ellos.
El objetivo del mediador es permitir que las partes en conflicto arriben a un
acuerdo. Para lograrlo en los conflictos sucesorios ¿cómo debe actuar?.
Cada caso tiene características singulares que con frecuencia tornan ilusorias
las pautas que se utilizan de manera general. El mediador debe, como primera
medida, dejar de lado toda rigidez en cuanto a la aplicación, de las técnicas
profesionales. Una rigidez que es mejor olvidar es la de condicionar su
actividad a la concurrencia de todas las partes involucradas. No sólo debe
tolerar la ausencia de algunos de los involucrados a la primera reunión, sino
que puede ocurrir que alguna de las partes no concurra nunca, y aun así, seguir
mediando. Por otro lado el conflicto puede resolverse de manera parcial, tanto
referido a no abarcar a todos los que están involucrados en él, como a los
puntos conflictivos. Por ejemplo, en un conflicto sucesorio, los acuerdos
respecto de todos o alguno de los conflictos, pueden excluir a algunos de los
interesados, respecto del cual puede tornarse inevitable la vía judicial.
¿Cómo actuar? Convocar a todas las partes para comenzar la tarea, a veces sirve
y otras no: depende del modo en que se haga la solicitud de mediación, y también
si hay sospecha de violencia manifiesta entre los involucrados. Lo aconsejable
es que el mediador hable, inicialmente, con cada parte por separado, donde se
tenga en cuenta las reclamaciones e intereses de cada parte.
Ese escenario emocional suele actuar de manera oculta, es decir, la persona
puede no saber, o no saber hasta qué punto, ese sentimiento, ese duelo por el
deudo, esa rivalidad con alguno de sus hermanos por el amor del muerto, juega un
rol tan decisivo, que le hace exigir lo que está exigiendo, o con la vehemencia
con que lo hace. Mientras ese aspecto emocional no pueda ser puesto en escena, a
la parte afectada le resultará casi imposible modificar su posición, o la
rigidez en su posición y sus reclamaciones. Para que pueda darse a conocer ese
sentimiento que perturba, el mediador tiene que estar dispuesto a que esa
persona hable.
El mediador debe tener la sensibilidad para escuchar, y la persona tendrá
oportunidad de poder expresarse. Un paso más que deberá poder dar entonces el
mediador, será el de señalarle algunas cosas de aquello que le perturba. Si lo
consigue, y lo hace de tal modo que el afectado lo pueda escuchar, logrará que
esa emoción deje de presionar de la manera en que lo viene haciendo y permitirá
que la parte pueda modificar su rígida posición. No debe olvidarse que entre los
parientes, aun cuando estén cortados los vínculos, continúan los contactos
indirectos, sea a través de parientes más lejanos pero con los que mantienen aun
relación, sea a través de amigos comunes.
Por último, la posición del mediador no significa que no sienta cosas por unos y
por otros. A veces simpatía, otras rechazo por considerar injustas ciertas
pretensiones. El mediador puede sentir todo esto sin violar su obligación de ser
imparcial, si encuentra un espacio donde elaborar estas cosas que siente. Ese
espacio es su profesionalidad. |