La situación de incertidumbre actual que vivimos en el proceso de construcción
europea, no es más que la manifestación de una realidad presente desde el inicio
del proceso de integración. Ya entonces surgió la pugna entre el federalismo que
perseguía la construcción de un Estado federal mediante una cesión rápida de
competencias en el camino hacia una Constitución europea. Y la vía del
funcionalismo por otro, que liderada por Jean Monet acabo marcando la senda del
proceso de construcción europea. Se trataba de dar pequeños pasos pero seguros,
mediante la asunción de competencias concretas por parte de unas instituciones,
creadas y vinculadas a unos tratados internacionales que podíamos clasificar
como “sui generis” por su finalidad integradora.
Mucho tiempo ha transcurrido desde la creación de las denominadas Comunidades
Europeas. Muchos logros y no pocos desacuerdos y reveses. Y todos ellos, como el
fracaso del denominado “Tratado Constitucional” o “Tratado por el que se
establece una Constitución para Europa” firmado en Roma en 2004 y finalmente
rechazado en virtud del resultado de los referendos celebrados en Francia y
Países Bajos, se han ido superando mediante una perspectiva funcionalista. Es
decir, avanzando en la integración de una manera discreta pero segura. Bajo la
presidencia alemana del Consejo de la Unión Europea se elaboró una propuesta que
dio lugar al Tratado de Lisboa de 13 de diciembre de 2007. Sin duda un paso
firme más en el proceso de “integración” de la Unión Europea, que desde su
entrada en vigor (1 de diciembre de 2009), goza de personalidad jurídica
internacional.
Pero más allá de los importantes avances del Tratado de Lisboa, conviene poner
el acento en el método: reacción frente al fracaso y avance y profundización.
Quizás este modelo de crisis y avance nos haga pensar en la figura de un enfermo
que no acaba de alcanzar su curación. Los avances lo son hacia una integración
que parece nunca tener fin. Y quizás estemos en la encrucijada de abandonar el
tan útil funcionalismo para sanar al enfermo. Es decir, abordar de una vez por
todas el proceso de construcción de un Estado europeo, por qué no decirlo, de
los Estados Unidos de Europa.
Hay dos puntos en los que hoy día parece existir consenso entre los expertos: a)
la existencia de una importante crisis en la construcción europea; y b) la
necesidad de potenciar el “proceso europeo”, bien profundizando en la
integración, bien encauzando el proceso hacia la creación de los “Estados Unidos
de Europa”.
Se habla de la existencia de un desajuste institucional, de un desajuste
económico e incluso de la existencia de un desajuste emocional. Los medios de
comunicación hablan de la crisis financiera de la Unión Europea, la crisis
política, la de los refugiados, la eventual salida de la Unión de Estados como
Reino Unido o Grecia. Con todo, para algunos expertos, la crisis política es la
más antigua y grave.
Y a pesar de ello, la mayoría de los “sabios” coinciden en la necesidad de
potenciar la integración europea de una u otra manera. Si partimos de que los
euroescépticos apenas son representativos en el marco social europeo, el debate
se centra entre la posición conservadora que abogaría por mantener el statu
quo actual y el de los partidarios de avanzar hacia la unificación política
europea (¿Europa de los pueblos versus Europa de las naciones?).
El Ex Vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia se refería en una
jornada celebrada el pasado día 6 junio en el CES de España (“España en la Unión
Europea: Una historia de 30 años”) a la oportunidad y necesidad de crear un
ministerio de finanzas en la zona euro. Un avance más en la integración y una
propuesta en suma de corte funcionalista. En esa misma jornada el profesor
Emilio Lamo de Espinosa tomaba posición por la unificación política hacia el
modelo de corte federal. De manera magistral se refría a la realidad de la
globalización y a la existencia de un contexto mundial que necesariamente habría
de imponerse en la coyuntura actual.
Y si observamos que la tensión entre funcionalismo y federalismo presente desde
el origen en la construcción europea sigue aún candente en la actual coyuntura,
la realidad de la globalización y el importante grado de integración económica,
política y social alcanzado durante los más de 60 años de construcción europea
conducen hacia un escenario bien diferente. Si pensamos en la producción
normativa en nuestro país, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el 50%
de las normas jurídicas vigentes son de origen comunitario. Y esta situación ha
de ser fácilmente extrapolable al resto de socios europeos.
Hoy día no cabe hablar de mercado europeo sin tener en cuenta la existencia de
un mercado global. Y seguramente debamos situarnos en una perspectiva de
superación de este concepto de mercado europeo. Pero la globalización no se ciñe
únicamente al ámbito económico. Hoy día hablamos de una globalización jurídica,
cultural etc. El fenómeno conocido como globalización es rico en
manifestaciones.
En el contexto actual se ha de impulsar nuevamente la postura de los partidarios
de los Estados Unidos de Europa. Y ello bajo apercibimiento de “estancamiento
europeo”, de quedarnos con una estructura básica obsoleta y extemporánea. La
realidad mundial actual choca con la idiosincrasia y particularismo tanto de las
actuales estructuras estatales como de los fenómenos regionales. Si la
Integración Europea no es capaz de superar los particularismos de los Estados
miembros para formar una estructura política única y moderna quizás merezca ser
engullida por la realidad de la globalización. Incluso, en clave puramente
económica, se habla de la existencia de una divergencia y heterogeneidad entre
los diferentes sistemas productivos que haría imposible la continuidad de la
zona euro. Y se postula por la necesidad de un “federalismo en la eurozona” que
permita asegurar la continuidad del área monetaria. |