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15 de JUNIO de 2016

Globalización e integración europea

LAWYERPRESS

Por Martín Jesús Urrea Salazar. Doctor de Derecho. Abogado y Profesor de Derecho internacional privado en la Universidad Rey Juan Carlos.

 

Martín Jesús Urrea Salazar. Doctor de Derecho. Abogado y Profesor de Derecho internacional privado en la Universidad Rey Juan CarlosLa situación de incertidumbre actual que vivimos en el proceso de construcción europea, no es más que la manifestación de una realidad presente desde el inicio del proceso de integración. Ya entonces surgió la pugna entre el federalismo que perseguía la construcción de un Estado federal mediante una cesión rápida de competencias en el camino hacia una Constitución europea. Y la vía del funcionalismo por otro, que liderada por Jean Monet acabo marcando la senda del proceso de construcción europea. Se trataba de dar pequeños pasos pero seguros, mediante la asunción de competencias concretas por parte de unas instituciones, creadas y vinculadas a unos tratados internacionales que podíamos clasificar como “sui generis” por su finalidad integradora.

Mucho tiempo ha transcurrido desde la creación de las denominadas Comunidades Europeas. Muchos logros y no pocos desacuerdos y reveses. Y todos ellos, como el fracaso del denominado “Tratado Constitucional” o “Tratado por el que se establece una Constitución para Europa” firmado en Roma en 2004 y finalmente rechazado en virtud del resultado de los referendos celebrados en Francia y Países Bajos, se han ido superando mediante una perspectiva funcionalista. Es decir, avanzando en la integración de una manera discreta pero segura. Bajo la presidencia alemana del Consejo de la Unión Europea se elaboró una propuesta que dio lugar al Tratado de Lisboa de 13 de diciembre de 2007. Sin duda un paso firme más en el proceso de “integración” de la Unión Europea, que desde su entrada en vigor (1 de diciembre de 2009), goza de personalidad jurídica internacional.

Pero más allá de los importantes avances del Tratado de Lisboa, conviene poner el acento en el método: reacción frente al fracaso y avance y profundización. Quizás este modelo de crisis y avance nos haga pensar en la figura de un enfermo que no acaba de alcanzar su curación. Los avances lo son hacia una integración que parece nunca tener fin. Y quizás estemos en la encrucijada de abandonar el tan útil funcionalismo para sanar al enfermo. Es decir, abordar de una vez por todas el proceso de construcción de un Estado europeo, por qué no decirlo, de los Estados Unidos de Europa.

Hay dos puntos en los que hoy día parece existir consenso entre los expertos: a) la existencia de una importante crisis en la construcción europea; y b) la necesidad de potenciar el “proceso europeo”, bien profundizando en la integración, bien encauzando el proceso hacia la creación de los “Estados Unidos de Europa”.

Se habla de la existencia de un desajuste institucional, de un desajuste económico e incluso de la existencia de un desajuste emocional. Los medios de comunicación hablan de la crisis financiera de la Unión Europea, la crisis política, la de los refugiados, la eventual salida de la Unión de Estados como Reino Unido o Grecia. Con todo, para algunos expertos, la crisis política es la más antigua y grave.

Y a pesar de ello, la mayoría de los “sabios” coinciden en la necesidad de potenciar la integración europea de una u otra manera. Si partimos de que los euroescépticos apenas son representativos en el marco social europeo, el debate se centra entre la posición conservadora que abogaría por mantener el statu quo actual y el de los partidarios de avanzar hacia la unificación política europea (¿Europa de los pueblos versus Europa de las naciones?).

El Ex Vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia se refería en una jornada celebrada el pasado día 6 junio en el CES de España (“España en la Unión Europea: Una historia de 30 años”) a la oportunidad y necesidad de crear un ministerio de finanzas en la zona euro. Un avance más en la integración y una propuesta en suma de corte funcionalista. En esa misma jornada el profesor Emilio Lamo de Espinosa tomaba posición por la unificación política hacia el modelo de corte federal. De manera magistral se refría a la realidad de la globalización y a la existencia de un contexto mundial que necesariamente habría de imponerse en la coyuntura actual.

Y si observamos que la tensión entre funcionalismo y federalismo presente desde el origen en la construcción europea sigue aún candente en la actual coyuntura, la realidad de la globalización y el importante grado de integración económica, política y social alcanzado durante los más de 60 años de construcción europea conducen hacia un escenario bien diferente. Si pensamos en la producción normativa en nuestro país, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el 50% de las normas jurídicas vigentes son de origen comunitario. Y esta situación ha de ser fácilmente extrapolable al resto de socios europeos. 

Hoy día no cabe hablar de mercado europeo sin tener en cuenta la existencia de un mercado global. Y seguramente debamos situarnos en una perspectiva de superación de este concepto de mercado europeo. Pero la globalización no se ciñe únicamente al ámbito económico. Hoy día hablamos de una globalización jurídica, cultural etc. El fenómeno conocido como globalización es rico en manifestaciones.

En el contexto actual se ha de impulsar nuevamente la postura de los partidarios de los Estados Unidos de Europa. Y ello bajo apercibimiento de “estancamiento europeo”, de quedarnos con una estructura básica obsoleta y extemporánea. La realidad mundial actual choca con la idiosincrasia y particularismo tanto de las actuales estructuras estatales como de los fenómenos regionales. Si la Integración Europea no es capaz de superar los particularismos de los Estados miembros para formar una estructura política única y moderna quizás merezca ser engullida por la realidad de la globalización. Incluso, en clave puramente económica, se habla de la existencia de una divergencia y heterogeneidad entre los diferentes sistemas productivos que haría imposible la continuidad de la zona euro. Y se postula por la necesidad de un “federalismo en la eurozona” que permita asegurar la continuidad del área monetaria.

 

 

 

 
 
 

 

 

 
 
 
 
 
 
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