La historia de Nastagio Degli Onesti de Boticelli

Publicado el viernes, 7 febrero 2020

Natalia Velilla Antolín – Arte Puñetero.

Quizá algunos piensen que el cómic lo inventó Marvel o Gosciny, pero las historias secuenciadas ya aparecieron en pinturas murales egipcias o en la bien conocida Columna de Trajano, en el Foro Romano del mismo nombre del emperador. Mesopotamia, la Edad Media (Cántigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio) y tantos otros periodos históricos, han dado otras obras tan heterodoxas como didácticas que constituyen el precedente directo de uno de los entretenimientos gráficos predilectos de generaciones de jóvenes (y no tan jóvenes): el cómic. Por tanto, antes de que Osamu Tezuka popularizara el manga japonés, el renacentista Boticelli, entre otros, ya había utilizado la técnica de dibujar escenas concatenadas para narrar una historia.

Natalia Velilla Antolín, Magistrada - Arte Puñetero

Natalia Velilla Antolín, Magistrada – Arte Puñetero

El Museo del Prado alberga tres de las cuatro tablas que componen la obra “La Historia de Nastagio degli Onesti”, pintada por Boticelli en 1480 por encargo de una pareja florentina. La cuarta tabla se halla en una colección privada. Las tablas deben ser contempladas de forma secuencial, como una sucesión de fotogramas, y se basan en un cuento del Decamerón de Bocaccio, escrito en 1350. Con ánimo didáctico, Bocaccio, a través del pincel de Boticelli, narra la historia del joven Nastagio, un noble de Rávena (Italia) enamorado de la bella hija del poderoso Paolo Traversari. Pese a los intentos de conquistar a la dama, esta respondía a Nastagio con la indiferencia y el desprecio, lo cual llevó al amante despechado a emigrar de Rávena a Chiase para olvidarla. La primera tabla de la obra expone lo que sucedió a continuación, cuando Nastagio ya se encontraba viviendo en la pequeña ciudad italiana, alejado de sus orígenes. Una noche, caminando por el bosque, el joven noble contempló cómo un caballero a lomos de un corcel y acompañado por dos perros de caza, galopaba en pos de una muchacha semidesnuda envuelta en paños trasparentes –parecida a la también boticelliana diosa del conocido cuadro El Nacimiento de Venus– que huía del jinete. El caballero, con armadura, blandía una espada en alto, con inequívoco gesto de querer dar muerte a la mujer. En la tabla se ve a Nastagio pintado por el autor en dos ocasiones: a la izquierda en actitud expectante y, unas pulgadas a su derecha, realizando una acción de defensa de la chica, explicando en dos momentos temporales la historia. En la segunda acción, Nastagio trata de intervenir para evitar la caza de la mujer, pero es detenido por el jinete, quien le cuenta la historia que subyace en tan execrable acto. El caballero en cuestión es Guido degli Anastagi, quien, en vida, estuvo locamente enamorado de la mujer a la que acosaba, la cual le negó cruelmente su amor. El desdén de la mujer llevó al caballero a suicidarse y, como fantasma penitente, estaba condenado a representar todos los viernes, una y otra vez, la misma escena de persecución. El cuadro en sí es una obra eminentemente renacentista del cinquecentto, con un dominio de las perspectivas y los paisajes ya más depurado que en la etapa anterior, naturalmente integrados en la composición, de colores vivos, movimiento y cuidado de los detalles, donde el autor se regodea en la estética por la estética.

La segunda tabla muestra a la muchacha tendida en el suelo boca abajo, con una herida en el centro de la espalda con la cual el caballero le habría dado muerte y arrancado el corazón, que, en la esquina inferior derecha de la composición, es comido por los perros del caballero. En este segundo cuadro, Nastagio aparece en actitud horrorizada, huyendo de la escena mientras el caballero, el caballo, los perros y la dama aparecen representados en dos ocasiones: una en segundo plano, durante la persecución, y otra en primer término, en el momento de la muerte de la mujer.

Cuenta el Decamerón que Nastagio decidió hacer uso de tan terrible representación para persuadir a su amada y, por ello, invitó a cenar en el bosque a la familia de los Traversari el viernes siguiente, para que fueran testigos de la horripilante y fantasmagórica representación. Esta cena es el motivo de la tercera tabla, con los nobles sentados alrededor de una mesa en forma de U y, en primer término, los fantasmas de la muchacha y el caballero Guido. Nastagio figura dibujado en el centro de la composición imponiendo calma ante los gestos de pavor de los invitados.

Continúa Bocaccio en su obra literaria narrando que todo salió según lo esperado: la trágica cacería conmovió a todos y la hija de Paolo Traversari decidió finalmente casarse con Nastagio. La boda de los jóvenes es el motivo de la cuarta tabla, con fondo arquitectónico, muy del gusto renacentista. Boticelli es elocuente en su obra: la mujer desnuda perseguida por un jinete, como un derecho de propiedad y el hombre dando caza a su pieza. Como juristas, el actualismo o tendencia a ver la historia con ojos de hoy, nos llevaría a calificar la escena como un claro caso de violencia sobre la mujer, de relación patológica de dominación en el caso del fantasma Guido. E, incluso, de matrimonio nulo por miedo insuperable por vicio del consentimiento, en cuanto a Nastagio y su amada. Afortunadamente las pinturas moralizantes del pasado son eso, obras de arte, que podemos contemplar sin entrar en disquisiciones morales ni jurídicas que nos impidan apreciar la calidad de obras maestras del Renacimiento como esta.

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