El abogado que (casi) hundió un acorazado – Antonio García Borrajo

Publicado el martes, 31 marzo 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Por la huella de la toga viene apareciendo una fauna jurídica variada, o así lo intento. Todos son juristas, unos muy conocidos y otros no tanto pero que, en definitiva, han destacado en alguna actividad que ha conseguido llamar mi atención. Aquí hemos tenido hasta ahora de todo, literatos, religiosos, algún duelista casi profesional, probos funcionarios (los funcionarios siempre son probos por definición aunque se admite la prueba en contrario) y me entró la inquietud de encontrar algún militar (que por supuesto debería ser bizarro, por los mismos argumentos que los funcionarios son probos) y cuando pensaba que me lo iba a encontrar peleando por tierras americanas al servicio de Su Majestad Católica, o quizá en las guerras coloniales de Marruecos, mira tú por dónde ha ido a aparecer en una época aún reciente y no montado en un caballo de batalla por Méjico, o defendiendo un sediento blocao en los alrededores de Xauen, sino tripulando un Breguet XIX y bombardeando al acorazado España cerca de Santander.

Antonio García Borrajo

Antonio García Borrajo

Antonio García Borrajo nació en Madrid en 1918 y tuvo una vida, sin lugar a dudas, apasionante aunque debo confesar que me encuentro con recuerdos hechos a jirones por él mismo que a veces resultan totalmente contradictorios, en sucesos y fechas sobre sus andanzas de juventud, hasta unos años después del el final de nuestra guerra civil. Así que me gustaría dejar constancia de esto y prefiero contarlo como mejor proceda y si algo pudiera resultar chocante lo diré, para así quedarme con la conciencia tranquila y no ser fusilado al amanecer por mis agudos lectores.

Para empezar, en una entrevista que concedió en 1977 a Diario 16, se declaró fundador de la F.U.E. acto sospechoso, puesto que fue fundada en 1926, por lo que él tendría ocho años y declara que ya con 15 fue hecho preso por el Gobierno de Gil Robles. El caso es que empezada la guerra civil, se hace con 18 años piloto de combate y bombardea al acorazado España frente a la costa de Santander; el barco al intentar escapar, chocó con una mina y terminó hundiéndose, perdiéndose cinco vidas. Terminada la guerra, García Borrajo es condenado a muerte. Conmutada la pena por treinta años, de los que cumple, según él, nueve de “turismo penitenciario”, es indultado en 1948.

Por otro lado, en un artículo necrológico publicado en El País, nos dicen de él que habiendo estudiado cuatro cursos de Derecho, en 1934 solicitó ser soldado voluntario de aviación –tendría16 años- y que iniciada la guerra civil obtuvo el título de piloto y participó en las batallas de la defensa de Madrid y Guadalajara. Trasladado al frente del norte, participa en la acción de bombardeo del acorazado y es hecho prisionero en 1939 y obligado a incorporarse al Ejército de Tierra como soldado forzoso. Iniciada la Segunda Guerra Mundial es captado por los ingleses y a través de Francia, logra evacuar a Gibraltar a 69 aviadores ingleses. Capturado por la Gestapo en Barcelona en 1940, es condenado a 30 años de cárcel, siendo indultado en 1948. Termina entonces la carrera y hace el doctorado, de forma que aparece colegiado en Madrid en 1950 –ese dato sí es mío y está corroborado- con el número 14057. En 1951 se exilia a Francia.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas

Vamos con la tercera versión. Fruto de una serie de entrevistas para un libro sobre aviadores del ejército republicano, el periodista Luis Díez publicaba en el periódico digital “Cuarto Poder” una serie de recuerdos personales de García Borrajo. En ellos contaba como huye del campo de prisioneros de Albatera en Alicante y como al llegar a Madrid, su padre que era abogado, consigue que le traten únicamente como prófugo y le mandan a hacer la “mili” a Madrid y a Barcelona, donde antes de la guerra estudiaba Derecho. Allí colabora con la red de evasión de prisioneros ingleses en Francia, hasta que es detenido, condenado a 30 años de prisión y sale en libertad condicional en 1948. Cruzó el río Bidasoa a nado bajo los disparos de la policía y se exilió en Francia.

Que cada uno se quede con la versión que quiera, con todas ellas o hábilmente troceadas, y que intente encajar las piezas del puzzle como quiera. En todo caso una juventud apasionante. La trascendencia jurídica de García Borrajo comienza en Francia.

Así nos plantamos en 1951 con García Borrajo llegando a París. Allí al poco se convierte en el consejero jurídico de Emilio Herrera Linares, militar, impulsor de la ingeniería aeronáutica en España y que llegó a ser Presidente del gobierno de la República española en el exilio en 1960. Comenzó entonces García Borrajo a desempeñarse como un adalid de los derechos humanos en la Federación Internacional de los Derechos del Hombre, ejerciendo muchos años como vicepresidente de la organización.

García Borrajo se convirtió pues en un referente especialmente en Sudamérica  en el periodo de los años setenta con las diversas dictaduras que abundaron en aquellos años, hablamos de Argentina, Chile y especialmente en Perú, donde consiguió personalmente la liberación del secretario general del sindicato de mineros y dos abogados a los que habían hecho desaparecer, informando a sus familiares que habían fallecido. También durante muchos años denunció la dictadura en España en numerosos foros como el Consejo de Europa, el Parlamento Europeo, Naciones Unidas e incluso el Senado estadounidense.

Condecorado por el Reino Unido por su actuación clandestina durante la Segunda guerra mundial y con la Legión de Honor francesa que le impuso Mitterrand en 1989 y la medalla de la Lealtad de la República española. Sus emocionantes vivencias concluyeron en 2010, habiendo cumplido 92 años. Formó junto con José María Bravo y Manuel Montilla, el trío de ases de la aviación republicana. En uno de esos extraños azares que nos depara el destino o la Providencia, en un brevísimo periodo de tiempo, fallecieron los tres.

Esta es la huella de la toga de Antonio García Borrajo. No hay disponibles muchas fotos de él, pero la que acompaña estas líneas es una prueba más que suficiente de la chulería con la que ciertos madrileños nos cubrimos la cabeza cuando hay un fotógrafo cerca.

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