Jerarquía y competencia sobre fondo morado

Publicado el jueves, 30 abril 2020

Natalia Velilla Antolín – Arte Puñetero.

Arte Puñetero

Por mucho que nos preparemos para tener éxito en nuestra vida personal y profesional, lo incontrolable, lo que los juristas llamamos la “fuerza mayor”, llega un buen día y desbarata nuestros planes, como un soplo de viento derriba un castillo de naipes. Me refiero a esos avatares de la vida, no elegidos, ilógicos y extravagantes, como cuadros de Rothko colgados en la pared de un almacén.

En tiempos raros, de replanteamiento de nuestra historia reciente, donde no podemos dar por sentado ya nada porque nada es seguro, las emociones se condensan en escalas de color del pálido al sólido, sin grises, sin matices. Montañas rusas de sentimientos. “Todos saldremos, hay esperanza” versus “nada volverá a ser como antes, lo peor es lo que habrá al salir”.

El lunes nos despertamos en la melancólica etapa azul de Picasso. El martes, las Pinturas Negras de Goya nos inspiran. El miércoles, una noticia nos enerva y nos convierte en un cuadro fauvista, toda una explosión de color que, el jueves, se trastoca en expresionismo alemán de indignación. El viernes, los colores se suavizan en una composición impresionista de Manet. El sábado da paso al romanticismo academicista, que vuelve a decaer el domingo en un cubismo donde se descompone no solo la forma, sino también la esperanza, que vuelve a resurgir la semana siguiente.

Cuando inauguraron el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid hace ya demasiados años como para que no sienta mayor, vi por primera vez un cuadro de Rothko. Hasta ese día no había oído nunca hablar de este pintor, Marcus Rothkovich (luego adoptó el nombre artístico abreviado, Mark Rohko, por el que es conocido), nacido en 1903 en Dvinsk, Imperio Ruso (actualmente Daugavpils, Letonia) que, con diez años, emigró junto a su familia a Estados Unidos, donde vivió el resto de su vida. Rothko es, junto con una decena de artistas, miembro de la Escuela de Nueva York, primera gran corriente artística moderna genuinamente estadounidense, exponente del denominado expresionismo abstracto, aunque con una personalidad propia.

Mi sensación al ver Sin título (verde sobre morado) de 1961 fue una mezcla de perplejidad e hilaridad. No entendía cómo un cuadro así, casi cuadrado, con una ligera mayor altura que anchura, en un fondo morado grisáceo apagado que contenía un rectángulo en su interior de color verde botella oscuro, ejecutado con pinceladas mezcladas en disolvente, podía ocupar una pared de aquel museo. Aún más sorprendente me parecía que a alguien pudiera gustarle.

Pero nunca olvidé ese cuadro. Ese día entendí que, en el arte –como en la vida–, no todo es lo que parece.

Rothko consideraba el arte como un drama. Al contrario de lo que la gente pueda pensar, su intención no era representar nada: ni deconstruir la realidad, ni crear belleza. Si lo conseguía, era de forma absolutamente involuntaria y colateral. La finalidad de su obra era cumplir su íntima convicción de que el color era la mejor vía para generar emociones, conmover y abandonar al espectador consigo mismo y sus sensaciones. «La experiencia trágica era la única fuente de la que bebía el arte», según sus propias palabras, por lo que intentaba, una y otra vez, con distintos colores y etapas pictóricas, más o menos limpias de trazo, expresar la naturaleza del drama humano universal. Y es posible que, aquella tarde de los primeros noventa, conmigo lo consiguiera.

Arte PuñeteroSeguí buscando a Rothko en el Reina Sofía, en el MoMA, en el Pompidou y en internet. Colores sobre colores, formas cuadradas, trazos lineales, borrones. El arte que sólo quiere decirte que tú eres el protagonista. Lo primero que llama la atención de este autor, además de la engañosa simpleza de su arte, es el enorme tamaño de sus obras, muchas de las cuales ocupan una pared entera. Estas dimensiones permiten un choque de color y que el espectador se meta íntegramente en el cuadro, dedicándole su tiempo, dejando que haga su efecto, como el whisky solo con hielo cuando cae por la garganta, que sabe mejor cuando hace tiempo que pasó por tu boca. De hecho, el efecto que produce contemplar de cerca un enorme cuadro de este autor es semejante al de la bebida ambarina: te atrapa, te emociona, te envuelve.

Las obras del americano de origen ruso son la mayoría de factura vertical, con bloques de color de contornos difuminados sobre un fondo liso sobre el que parecen flotar. La finalidad de esta técnica es permitir que nuestros ojos pasen de un color a otro sin estridencias, sin cambios bruscos. Esta técnica recibió el nombre de color field painting (pintura de campos de color).

La manera en la que Rothko dispone los colores se asemeja a la forma en la que las diferentes normas de nuestro ordenamiento jurídico se ordenan y relacionan entre sí. El sistema de fuentes en nuestro derecho guarda una doble categorización: la jerárquica y la competencial.

La primera, la más comprensible para legos, consiste en establecer una prevalencia de unas normas sobre otras. Así, la Constitución se encontraría en la cúspide de las fuentes del derecho, por debajo de la cual estarían, por este orden, las leyes, la costumbre y los principios generales del derecho. El tradicional sistema de fuentes jerárquico se parecería al cuadro de Rothko Centro blanco (1950), vendido en Sotheby’s en el 2007 por casi 73 millones de dólares, y que ahora se encuentra en una colección particular. La Constitución sería el color amarillento, en la cúspide de las normas, seguida por las leyes (en negro), la costumbre (en blanco) y los principios generales del derecho (en rosa). Una preeminencia clara entre normas, aunque, para ser precisos, el orden de los diferentes colores, atendiendo a sus dimensiones, debería haber sido negro-rosa-amarillo-blanco, si pudiéramos hacer la ficción de que Rothko nos hiciera caso en nuestras locuras jurídicas.

Arte PuñeteroLa ordenación competencial es más difícil de entender, pero parte de la base de que cada ente con capacidad de legislar o regular normativamente, tendría atribuidas unas diferentes competencias separadas entre sí, que impiden (teóricamente) el choque de las respectivas legislaciones. Así, las comunidades autónomas tendrían unas competencias en materia legislativa diferentes al Estado central y los municipios. El Boceto para el mural nº 4 (Naranja sobre granate) (1958) del Kawamura Memorial Museum of Art en Chiba-Ken (Japón), de Rothko, sería un digno ejemplo de la forma en la que las normas deben ser interpretadas desde el punto de vista competencial: dos rectángulos emparejados de color granate sobre fondo naranja. Ninguno superior al otro desde una perspectiva jerárquica, sino cada uno en su respectivo ámbito competencial.

Más allá de las explicaciones artificiales que pretenden dar sentido al arte, la experiencia de Rothko enlaza con nuestro interior y nos ayuda a canalizar emociones. Para él, los cuadros toman vida ante la presencia del espectador sensible en cuyo interior la obra se desarrolla y crece. En tiempos de crisis como la que ahora atravesamos, la experiencia de su obra –difícil de experimentar al no poder contemplarla en vivo– nos permite jerarquizar las emociones, priorizando lo importante de lo que no lo es. Pero también nos lleva a ordenar competencias, apartando aquello de lo que no podemos ocuparnos ahora por no estar a nuestro alcance, pero de vital importancia para cuando salgamos. Jerarquías y competencias sobre fondos de color en nuestra vida.

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    José Duarte González 30 abril, 2020 a las 09:41 - Reply

    Magistral.

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