Un jabalí en el parlamento – José Antonio Balbontín Gutiérrez

Publicado el martes, 19 mayo 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Escribir estas semblanzas resulta mucho más fácil de lo que seguramente pueda parecer a los lectores; en general, es suficiente con tener la desvergüenza necesaria para ponerse a hacerlo; y por otro lado -al menos en mi caso- es mucho más complicado de lo que inicialmente alguno se creerá. Aunque también es verdad que la pluma, poco a poco, se va soltando con la práctica y se supone que se va ganando eso que se llama “oficio”.

Me resulta de gran ayuda consultar ciertos textos – la “Memoria de la Abogacía Española” es un manantial personajes- para que con cierta facilidad pueda ir saltando de unos a otros. Así es como voy seleccionando mis candidatos, siempre intentando rescatar a personajes que hoy día estén en el olvido o poco menos.

Unos, como es natural, darán más juego que otros y a todos como una buena madre los querré por igual, pues termino por no diferenciar si el parto ha sido sencillo o la criatura vino de nalga. Lo que sí es verdad es que hasta ahora he conseguido que no haya habido ninguna interrupción, voluntaria o no, de los sucesivos  embarazos y todos han llegado a término. Una vez elegido el personaje, he procurado seguir siempre adelante y, aunque en algún caso he llegado a pensar a priori que no había “chicha”, al final siempre he sacado la cantidad de jamón suficiente para poder ofrecer al consumidor un platito.

José Antonio Balbontín

José Antonio Balbontín

Esto es lo que me ha sucedido con José Antonio Balbontín, del que conocía bastante poco conocimiento y del que, como me está pasando últimamente, tendré que disculparme al final, para no excederme mucho del espacio que me he autoimpuesto.

Nace en Madrid, aunque de origen sevillano, en 1893 en una familia de la alta burguesía, propietaria de una firma de bebidas alcohólicas y con firmes convicciones católicas. Su padre, abogado también, sería el impulsor del monumento a la Inmaculada en la plaza del Triunfo de Sevilla, quizá el lugar más significativo de la ciudad.

Pero algo rondaría en la cabeza de José Antonio Balbontín, cuando en 1917 rompe de forma radical su catolicismo a raíz del fallecimiento de su madre -según dejó escrito en sus memorias- y por el silencio culpable que en su opinión tenia la Iglesia católica ante los bombardeos alemanes de iglesias y catedrales en Bélgica. Desde ese momento su vida empieza a cambiar y termina adoptando las formas más radicales de pensamiento político, que le llegan a través de sus lecturas en el Ateneo de Madrid –fue miembro de su directiva-  y a la fundación del G.E.S. (Grupo de Estudiantes Socialistas), de clara tendencia anarquista y que no debe confundirse con las Juventudes socialistas.

Terminados sus estudios en la Universidad Central, se da de alta en el Colegio de abogados en 1923, con el número 10742, coincidiendo con la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera. Dedica íntegramente sus esfuerzos al ejercicio de la abogacía en defensa de los más necesitados y de los perseguidos políticos, a la vez que sigue desarrollando apasionadamente a su afición por la poesía y la literatura. Escribe la que está considerada la primera “novela social” escrita en España, titulada “El suicidio del príncipe Ariel”. La novela social, como subgénero literario, pretende servirse del libro como un instrumento para la concienciación ideológica del campesinado y los obreros. Se casa en aquellos días con la militante comunista María Muñoz Cenzano.

En 1930 se afilia al Partido Radical Socialista de Marcelino Domingo, pero una vez proclamada la República al año siguiente, rompe abruptamente para crear su propio partido, el Social Revolucionario (cualquier parecido con los partidos en la Judea de la Vida de Brian es mera coincidencia) y, coaligado con el Partido Comunista, obtiene escaño en las Cortes Constituyentes de 1931 por Sevilla, junto con Ramón Franco y Blas Infante. Ingresa entonces en el Partido Comunista, siendo el primer parlamentario que tuvo el PCE, hecho éste poco conocido, y se convierte en el hemiciclo en el líder de una facción de diputados que son denominados por Ortega y Gasset los “jabalíes”, pues querían actuar a la manera de los diputados jacobinos de la Revolución francesa, con un discurso anticlerical y marcadamente demagógico contra el gobierno de Azaña. Por decirlo de alguna forma, tenían a gala estar asilvestrados y considerarse indomables, incluso con el gobierno de izquierdas de la primera época republicana.

Esta actitud radical hace que no salga reelegido en las elecciones de 1934, por lo que abandona el comunismo, continúa con el baile de partidos y se afilia a Izquierda Republicana, hasta que se inició la guerra civil, momento en que regresa a la disciplina del Partido Comunista, escribiendo asiduamente en “Mundo Obrero” y “La Tierra”.

Nombrado magistrado del Tribunal Supremo en plena contienda, participó en los juicios a militares rebeldes, donde se comportó, a decir de compañeros suyos, con una dureza extrema. Seguramente esta será la causa principal por la que el Colegio de Abogados de Madrid, en agosto de 1939 acuerda su expulsión, junto con cerca de sesenta colegiados más; expulsión que perviviría hasta el otoño de 2015 en que la Junta de Gobierno del colegio, presidida por la Decana Gumpert revocó aquel acuerdo.

Estando ya la guerra claramente perdida, rompe con el PCE y escapa a Londres, donde fijaría su residencia para ser nombrado más tarde, representante del Gobierno de la República ante Su Graciosa Majestad. Vive de su trabajo como traductor y escribe, escribe y no para de escribir poesía, ensayo y teatro, obras que hoy día son absolutamente desconocidas para casi todos, incluyendo sus memorias, editadas en Méjico en 1952, con el título “La España de mi Experiencia”.

Para finalizar, tres pequeños detalles sobre él. Por un lado la extraña obsesión que al parecer tenía con el peligro atómico, pues pensaba que el fin de la civilización era inminente por una hecatombe nuclear. Por otro la pasión que desde su más temprana juventud tenía por la figura jurídico-filosófica del “tiranicidio”, para lo que reivindicará la Gloria, la Justicia y el Heroísmo, así todo escrito con mayúsculas, para aquel que logre acabar con el tirano, admitiendo siempre, por supuesto, la vía de la violencia revolucionaria y conseguir así las necesarias transformaciones sociales. Dejó escrito: “Cristo anhelaba el triunfo de la Igualdad entre los hombres. Y sabía perfectamente que esto no podría lograrse –piense lo que quiera Tolstoy- sin una conmoción violenta que él buscaba, extraviadamente, por los caminos sobrenaturales”.

El tercer detalle y como colofón. Este “jabalí”, ateo y revolucionario, regresa a España en 1970, donde pasa sus últimos años de vida cómodamente instalado en el franquismo, en un último giro a su existencia, colaborando asiduamente en el monárquico “ABC” y en el católico “YA”. Fallece en 1977 en Madrid, no por el holocausto nuclear que vaticinaba, sino días después de ser atropellado por un coche.

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