Madre, el escalafón es el escalafón – Eusebio Bardají y Azara

Publicado el martes, 26 mayo 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Uno de mis defectos consiste en no ser un buen contador de chistes pero, aún así no puedo resistir la tentación de compartirlos en cuanto tengo la más mínima ocasión. La inmensa mayoría de los que conozco -ya se figurarán los lectores- son absolutamente impublicables, pero éste no es el caso y me vendrá muy bien para introducir a nuestro personaje, teniendo en cuenta que no es lo mismo escucharlo que leerlo.
Éste es “aquel que diu” de un chiquillo, que los domingos hacía de monaguillo en la iglesia del pueblo y entra corriendo en su casa loco de alegría gritando ¡Madre, madre, se ha muerto el Papa!. La mamá le echa una bronca de aquí te espero por cómo puede estar contento ante semejante tragedia y el chaval, ahora ya muy serio, le contesta, “madre, le recuerdo que el escalafón es el escalafón”.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas

Y esta será la entrada que nos dará pie para hablar de Don Eusebio Bardají y Azara, jurista, funcionario, diplomático y servidor del Estado y que llegó finalmente a Presidente del gobierno –eso sí, por un periodo inferior a dos meses- y que por lo tanto fue capaz de recorrer todo el escalafón de la administración.

Nace en Graus (Huesca) en 1776 hijo de una familia de rancio abolengo aragonés, con influencias tanto en la Administración del reino de Aragón como en la Iglesia, con parientes muy cercanos al Papa. Estudia Derecho en Zaragoza y seguidamente los completa en el Colegio de San Clemente de los españoles –vamos otro “bolonio”, para entendernos- donde nada más terminarlos, es designado secretario de la Legación española en Florencia. Desde ese puesto en la Toscana, le correspondió vivir los últimos años del siglo siendo un testigo excepcional de los sucesos italianos que supusieron el ascenso final de Napoleón, la caída de la República de Venecia y la deportación y más tarde prisión del Papa Pío VI en Francia.

Regresa a Madrid y a mediados de 1798 es promovido nada menos que a oficial 7º de la Primera Secretaría de Estado y poco después inicia su ascenso en el escalafón, alcanzando el grado de oficial 5º, siendo destinado a París como secretario en la Embajada de España ante la República francesa, donde estaba de titular su tío José Nicolás Azara, otro personaje del que merecería la pena hablar.

Eusebio Bardají y Azara

Eusebio Bardají y Azara

Nuestro protagonista es trasladado mas tarde a la corte de Viena y un año después llamado a Madrid, ascendiendo a oficial 3º, pasado un tiempo a oficial 2º y ya en 1802 es nada menos que “oficial mayor menos antiguo”, así hasta 1808 en que sería nombrado “oficial mayor más antiguo”. Entonces, con casi cuarenta años, se casa con Ramona Parada, veinte años más joven y que fallecería en 1812 en San Petersburgo a causa de un accidente, cuando Bardají, nombrado embajador en Suecia, es comisionado por las Cortes de Cádiz para conseguir del Zar que éste apoyara una alianza con España contra Napoleón y que el rey preso Fernando VII, fuera reconocido como legítimo monarca español. Pero no adelantemos acontecimientos, porque seguimos con el baile de destinos y tareas, en unos tiempos donde, recordemos, no había otra forma de viajar que en barco o en coche de caballos por unos caminos intransitables.

Le tocó acompañar a nuestro protagonista a Fernando VII a su destierro a Bayona en 1808, asistiendo a su renuncia al trono y participó en un incierto proyecto que consistía en casar al rey felón con una Bonaparte, sobrina del Emperador –pobrecita ella de la que se libró-. Vuelve a Madrid a mediados de mayo de 1808 y es nombrado ministro de Estado – lo que hoy sería Asuntos Exteriores- en el momento en que José, hermano de Napoleón, es proclamado rey de España y de las Indias. Dura en el cargo un mes, porque cuando José I abandona Madrid precipitadamente tras la derrota de Bailén, Bardají decide quedarse en la capital y tomar parte activa en la resistencia contra el invasor.

Es nombrado por la Junta Central ministro plenipotenciario en Viena, hasta que a mediados de 1809 debe regresar otra vez a España. Coincide este momento con las Cortes de Cádiz, que nombran a Bardají ministro de Estado. Es allí cuando escribe su “Ensayo sobre la clasificación de los ministros del despacho y otros puntos análogos a su organización y a la de las secretarías” obra que, aunque no he podido leer, no me cabe ninguna duda que debe ser apasionante.

Por otro breve periodo de tiempo fue nombrado simultáneamente ministro de Guerra interino, durante el cual le dio tiempo a publicar su “Reglamento sobre las raciones de campaña en especie de pan, paja y cebada, y en dinero que se han de suministrar diaria y mensualmente por la Dirección de provisiones del ejército”. Tampoco he podido leerlo pero estoy convencido que debe ser tan interesante como en ensayo anterior y hasta mucho más ameno.

Forma parte por lo tanto de los diputados que redactan la Constitución de Cádiz, intentando moderarla sin mucho éxito, por lo que decide continuar su periplo diplomático, siendo destinado a la Corte de las Dos Sicilias, luego a Lisboa y por fin Estocolmo de donde parte para Moscú con la misión que ya he reseñado y que tuvo éxito, con el precio de quedarse viudo. Reinando ya Fernando VII, es nombrado embajador en Turín y en 1820 es designado embajador en Gran Bretaña; no había llegado aún allí, cuando recibe el encargo de ser el ministro plenipotenciario en París. Allí le sorprende el trienio liberal y es reclamada su vuelta a Madrid para hacerse cargo de la Secretaría de Estado. Gil Novales, el mayor historiador de Aragón después de Vicente de la Fuente y Joaquín Costa calificó este momento así: “Bardají debía su nombramiento al propio Rey. Acaso se le podría calificar de liberal moderado, aunque su biografía descubre sus grandes dotes de chaquetero. Por intrigante, se llegó a decir de él que era carbonario. Pero como diplomático, su afición al champagne resultaba catastrófica”.

Y en esto que los Cien mil hijos de San Luis deciden darse un paseo por España y que dé comienzo la llamada “década ominosa”, por la que el rey felón hizo acreedor a su apelativo. Bardají da un discreto mutis por el foro y se retira a las propiedades de su fallecida esposa en la histórica villa de Huete en la Alcarria conquense, hasta que la Reina Gobernadora nombra a Bardají prócer del reino y eso le obliga a regresar a la corte. Espartero le nombra por cuarta vez Secretario de Estado, en sustitución de José María Calatrava –a él iba a dedicar yo este artículo, pero Calatrava es mucho más conocido y en realidad, fue estudiando sobre él cuando me topé con Bardají- y por una de esas maniobras palaciegas, se ve nombrado Presidente del Consejo de ministros durante un breve periodo de tiempo, que va del 18 de octubre al 16 de diciembre de 1837; tenía entonces la bonita edad de 71 años y poco o nada pudo hacer en esos pocos días, siendo sucedido por otro diplomático Narciso Heredia, todo ello dentro de la vorágine que suponía una guerra carlista en plena ebullición.

Nuevamente se retiró a Huete, donde falleció en 1842. Y esta es un poco la semblanza de don Eusebio Bardají y Azara al que tocó vivir esos tiempos difíciles que van desde la Ilustración y el Antiguo Régimen, roto en añicos en 1789, al paso a la Edad contemporánea y la llegada del liberalismo. Con todo este momento histórico, le tocó lidiar, evolucionar y adaptarse como pudo o supo. Después de tanto viaje -más que el baúl de la Piquer que dirían los castizos- tanta intriga y tanto champagne, se puede decir que el retiro lo tuvo bien ganado.

Sobre el autor
Redacción

La redacción de Lawyerpress NOTICIAS la componen periodistas de reconocido prestigio y experiencia profesional. Encabezado por Hans A. Böck como Editor y codirigido por Núria Ribas. Nos puede contactar en redaccion@lawyerpress.com y seguirnos en Twitter en @newsjuridicas

Comenta el articulo