Sin hacer honor al apellido – Fernando Cadalso Manzano

Publicado el lunes, 14 septiembre 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Creo que ya lo tengo escrito, pero ya más de una vez se ha dado el caso por circunstancias más o menos misteriosas, o bien sea por simpatía, simbiosis o vaya usted a saber el motivo, que los personajes y la temática se van concatenando, facilitándome el trabajo de elaborar estas semblanzas. Así que procuro no resistirme a este hecho, aunque también es verdad que todo el periodo que media entre la restauración de 1870 y el final del régimen monárquico en 1930, hace que con cierta facilidad y como uno de esos garimpeiros brasileños, descubra de repente una veta de diamantes a cielo abierto. Estas gemas no son difíciles de atrapar si uno pone un poquito de interés aunque, a diferencia del afortunado minero, yo no me haga rico.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas

Así que sin ser esta mi especialidad ni mucho menos, últimamente le estamos dando vueltas al campo penal y más específicamente al penitenciario, donde hoy revisaremos la biografía de Fernando Cadalso Manzano, nacido accidentalmente en Manzanares el Real en 1859 y que falleció en Madrid el año 1939. Se colegió en 1885 asignándosele el número 7.146.

La figura de Cadalso, por supuesto personaje poco conocido y que tiene que conformarse con tener una calle dedicada en Ocaña, nos va a llevar por un camino similar al de aquellos militares que inician su servicio de armas como meritorio de banda aprendiendo a tocar la corneta y terminan de general con el pecho lleno de medallas como si de un gerifalte del ejército norcoreano se tratara.

Por ser su familia de escasos recursos y dando por sentado que debió destacar en los estudios iniciales, se trasladó a Madrid para ganarse la vida, sin por ello descuidar los estudios. En 1881 obtiene una plaza temporal en prisiones que le permite terminar el bachiller en 1882 y al año siguiente obtener la plaza de funcionario de prisiones por oposición.

Fernando Cadalso Manzano

Fernando Cadalso Manzano

El hecho de permanecer soltero le permite compaginar trabajo y estudios y doctorarse en Derecho, además de concluir los estudios de Filosofía y Letras y Ciencias Sociales. En ese devenir funcionarial termina dirigiendo las cárceles de Valladolid, Alcalá de Henares y Madrid, además de ser el comisionado para inspeccionar la Colonia penitenciaria de Ceuta y el penal de Ocaña. Su carrera recorre absolutamente todo el escalafón penitenciario español, siendo Inspector General de Prisiones desde 1902 hasta 1927 en que se jubiló. Todo un record en aquellos tiempos de alternancia y consecuente cesantía.

De sus informes y del celo que puso en defenderlos, surgieron dos iniciativas que vistas con nuestro pensamiento actual nos parecerán de menor trascendencia, pero que en su día fueron objeto de amplísimo debate. Por un lado, el cierre de los denominados “presidios de África” y luego la transformación del penal de Ocaña y los que vinieron detrás en “reformatorio de adultos”. Los términos, como se podrá imaginar el lector, no son de ninguna manera baladíes, pues de “penar” a “reformar” va un buen trecho, máxime en aquellos años, donde aún no nos habíamos apartado mucho -ni en España ni en el resto del mundo presuntamente civilizado- de un sistema penitenciario que estaba basado en los grilletes, los castigos o en pasarse una temporadita larga remando en las galeras del rey.

En su tesis doctoral sobre “Sistemas Penitenciarios”, defendida en un tribunal presidido por Gumersindo de Azcárate, Cadalso decidió dividirla en dos partes. Por un lado argumentando contra la prisión preventiva que, en su opinión, sólo debía aplicarse a los grandes criminales – ¿les suena? – rechazando el método de la “clasificación de los presos” en ese momento inicial, porque no debía hacerse con aquellos que aún no habían sido condenados y porque además la conducta que observaría ese preso preventivo será hipócrita, obediente, sumisa, con la única finalidad de mitigar su situación a la espera del juicio. Por otro lado mostraba su profundo rechazo a los sistemas penitenciarios norteamericanos y que son los que me llamaron la atención para decidirme a la redacción de este artículo.

Hasta su aparición, se seguía el método denominado “sistema comunitario”, el más antiguo de todos, donde sin diferencias de edades, sexo o condiciones, los presos vivían juntos hacinados sin ninguna restricción a la comunicación entre reclusos, de manera que esa interrelación entre seres de diversa madurez delictiva o intelectual, perjudicaba a los presos menos degradados.

Desde el sistema comunitario, se dio paso al “régimen filadélfico” o celular, donde me ha sorprendido la importancia que se le daba a la aplicación del Derecho canónico entonces vigente. El prisionero es encerrado en su celda, separándolo hasta el extremo de llegar a desconocer quienes son sus vecinos. Se le designa con el número de la celda y apenas se le permite leer o trabajar. Por supuesto no se hace distinción alguna entre el tipo de delito por el que se está allí. ¿Qué ventajas tenía este régimen carcelario? Evidentes a juicio de sus defensores. La disciplina, la reflexión y la autocrítica. Una vez en libertad, como no se conocían entre ellos, no podían reconocerse y por tanto asociarse. Fugarse era además casi imposible. Se producía un importante ahorro en guardianes y se evitaba la construcción de varios edificios para distinguir entre los diversos tipos de penados. Este sistema fue “inventado” –y claro, me ha sorprendido- por un personaje tan importante y valorado hoy día en lo moral como fue Benjamín Franklin, padre de los Estados Unidos y pensador de gran talla, que es el que construye en 1787 la primera prisión, basándose en las ideas previas de un tal Howard. No creo que proceda hacer mayores comentarios sobre este sistema, más allá de decir que tuvo un enorme éxito, exportándose a media Europa; en España no, porque “afortunadamente” aún seguíamos con el patio de Monipodio y nuestras queridas y celebradas cárceles del siglo de Oro.

Evolucionando, el siguiente eslabón en la evolución de la cadena penitenciaria es el llamado “régimen auburiano”. Tiene su origen en la ciudad de Auburn en el Estado de Nueva York. Allí se edifica una prisión siguiendo el estilo filadélfico, hasta que asume la dirección de la cárcel Eland Linds que pone en práctica sus ideas, basadas en el castigo corporal como el método más eficaz y el de menor peligro para la salud de los penados. Ese castigo corporal se lleva a cabo -además de otras formas, digamos que más personalizadas- mediante un trabajo en común durante el día y una separación absoluta durante la noche, en la que el silencio debe ser absoluto. Todo está regulado como un estricto régimen cuartelero de aquella época. Documentándome para escribir esto es cuando han venido a mi memoria vienen tantas y tantas películas, donde sin saberlo he podido apreciar las “excelencias” del sistema auburiano.

Pues bien, contra estos regímenes carcelarios, se terminó imponiendo en Europa otro sistema más racional, yo diría que mucho más humanitario, que defendió por encima de todas la Escuela Positiva Italiana, de la que Lombroso es su fundador y que tiene en Cadalso su más firme valedor en España. Los factores del delito, la clasificación de los delincuentes, los tipos de penalidad e incluso su orientación política son las claves para la determinación del sistema carcelario que debe seguirse con cada reo.

Termino ya. Don Gumersindo de Azcárate y el resto del Tribunal no debieron quedar muy impresionados por la tesis del Doctor Cadalso, pues la calificaron con un aprobado raspado. Chocante con quien sin duda debía ser un estudiante de mérito. Fernando Cadalso llegó a ser el equivalente a Ministro de Justicia durante los dos primeros meses del Directorio Militar del general Primo de Rivera y falleció en Madrid a finales de 1939. Cuando decidí hacer esta semblanza pensaba que lo sencillo sería hacer algún razonamiento simpático entre su apellido y su trabajo. No ha podido ser y me alegro, creo que lo explicado antes es mucho más interesante. Además me ha ayudado a comprender mejor algunas películas donde una cuerda de presos camina lentamente, armados de picos y azadas por un polvoriento camino, mientras cantan “I was happy when I lived in Alabama” con un cadencioso tono de blues.

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