José Manuel Pradas – La huella de la toga.
(A Paco Naranjo Sintes, canario, abogado, amigo)
Escribo con el afán de poder transmitir algún conocimiento que muchas veces está recién adquirido -ni remotamente me considero sabio- y pretendo que con su lectura -el que logre terminarla- pase unos minutos entretenidos. Soy consciente que muchas veces me dejo llevar por una cierta ola nostálgica de tiempos ya pasados -ni mejores ni peores- que me trasladan a una infancia feliz o a mis primeros años de ejercicio profesional.
Esto me ha sucedido cuando he recordado aquellos años en que recitábamos de carrerilla las regiones y provincias de España: Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, donde entonces no existían ni Cantabria, ni La Rioja, ni la Comunidad de Madrid, o donde decíamos aquello de “Murcia dos, Albacete y Murcia”. No ha pasado tanto tiempo a mi parecer pero así, a lo tonto, la realidad me lleva a ver que han transcurrido más de cuarenta años.
Todos -o casi todos- recordaremos que la división de España en provincias y regiones, que fue la fórmula que se eligió para centralizar el Estado, se debe al esfuerzo de Cea Bermúdez y sobre todo de Javier de Burgos allá por 1833 y sigue siendo ahora el utilizado a efectos electorales, donde la provincia es, básicamente, la circunscripción. Sin embargo y para aquel que tenga curiosidad, me permito sugerir que busque el sistema nonato por el que José I quiso subdividir España, lógicamente siguiendo el método de su hermano, en prefecturas y subprefecturas. Garantizo un rato muy entretenido y más de una sorpresa.
Así que desde 1833 andamos a vueltas con las provincias, en la idea que son cincuenta, cuando en realidad, cuando se instauraron eran cuarenta y nueve y sólo desde 1927, al dividirse Canarias en dos, es cuando llegamos a esa cifra redonda. Con esta decisión se intentó dar solución a lo que se había denominado el “Pleito insular”.
Castilla conquistó primero Lanzarote y luego dio el salto a la isla de Tenerife, paradójicamente la última en ser conquistada, estando la capital histórica del archipiélago no en Santa Cruz, sino en San Cristóbal de La Laguna. Esto generaba permanentes tensiones con los habitantes de la isla de Gran Canaria y su capital, que se llamaba entonces únicamente Las Palmas, sin ningún apellido. Unamos a este hecho otros los españolísimos “piques” sobre quien debía ser la Patrona de las Islas, que si la Virgen de Candelaria o la del Pino, o la que se montó cuando se escindió de la Universidad de La Laguna la recién creada de Las Palmas de Gran Canaria y para qué queremos más, ya estaba el belén permanentemente montado entre “chicharreros” y “canariones”. Toda esta historia, a los españoles peninsulares nos resulta un tema lejano y ajeno, pero parece ser que todavía conserva cierta vigencia en las fiestas de Carnaval y en el fondo lo que me produce una pequeña tristeza es desconocer tanto de una parte de España que no por estar más alejada en kilómetros, de ninguna manera lo está en sentimientos.
Todo esto se atajó, yo diría que con éxito, cuando en 1927 de dividió Canarias administrativamente en dos provincias, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife. Pero la división trajo consigo la necesidad de crear un cierto equilibrio institucional, de manera que hoy día no existe una capitalidad de la Comunidad canaria sino dos, pues la sede del Presidente del Gobierno canario se alterna por periodos legislativos y si bien el Parlamento está en Tenerife, la Delegación del Gobierno está en Las Palmas y las Consejerías están repartidas territorialmente entre las dos islas. Es más, sin atender al volumen de población, el sistema electoral canario establece que el número de diputados autonómicos sea idéntico entre las dos islas, Tenerife y Gran Canaria, y que haya también paridad entre los diputados elegidos por las dos provincias y finalmente que el número de diputados que sumen las dos islas mayores y la sumatoria de las cinco menores sea también idéntico. Esta especie de encaje de bolillos recibe el nombre de “triple paridad” y me parece un profundo ejercicio de lealtad y responsabilidad institucional, que no se hasta que punto debería ser objeto de reflexión por todos nosotros y especialmente por nuestros políticos, y quien sabe si trasladable a otros ámbitos nacionales de decisión.
Y después de esta larga introducción, pero sobre una cuestión que como ya he dicho será desconocida para todos los peninsulares, llega la hora de hablar de nuestro personaje invitado. Antonio López Botas (Las Palmas de Gran Canaria 1818 – La Habana 1888) fue el Manuel Cortina Arenzana de las islas. Dando por sentado que todos debiéramos conocer someramente a Cortina por su indudable trascendencia, nuestro protagonista fue Decano del Colegio de Las Palmas entre 1853 y 1881, siendo reelegido la friolera de doce veces, prueba de que el compañero no lo haría mal del todo a ojos de sus colegas.
Pero me gustaría centrarme más en otros aspectos de su quehacer, pues en aquellas épocas, por lo general, no sólo se ejercía la abogacía, sino que a menudo se añadía el ser hombre público, literato, periodista o mecenas. Todo ello lo fue López Botas.
Fundador del Partido Canario, tenía entre sus fines declarados el pleito insular que antes he contado y que aglutinaba tanto a moderados como a progresistas. Él consiguió que su partido cambiase de propugnar que Las Palmas fuese la capital de Canarias a conseguir la división en dos provincias como finalmente sucedería, aunque él no llegaría a vivirlo.
En sus diversos periodos como concejal o alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, luchó contra una epidemia de cólera, apoyó la creación del primer Instituto de Enseñanza en la ciudad, creó el hospital de San Lázaro, derribó las murallas de la ciudad, para propiciar su crecimiento y amplió el puerto para incentivar el comercio. Desplegó el alumbrado público con lámparas de petróleo, creó los lavaderos públicos, el nuevo mercado, la pescadería, el nuevo edificio consistorial… una serie de actuaciones sin fin que lo convierten en uno de los grandes gestores de la ciudad. Apoyó la revolución de 1868 y en aquellos años fundó el Partido Bombero o Partido Monárquico Democrático de Las Palmas, con el que fue diputado a Cortes en 1969. No debo dejar de citar tampoco su dedicación a la literatura como creador del Gabinete Literario de Las Palmas y en lo que nos atañe con más cercanía, la fundación de la Revista del Foro Canario que durante muchísimos años y acogida por su Colegio, fue su principal órgano de difusión y enseñanza.
Bien está este pequeño homenaje a su recuerdo hecho por un humilde abogado peninsular. El que haya leído hasta aquí pensará, bueno, bien por López Botas, no está nada mal, pero como éste habrá muchos y Pradas lo habrá traído de los pelos para ilustrarnos sobre el Pleito insular. Es verdad, pero solo a medias.
Lo que hace grande a López Botas es que todas esas obras se hicieron en buena medida al financiarlas él mismo, regalándolas por así decirlo a su ciudad. Tras estos ejercicios de filantropía, López Botas arruinado, presentó el cese como Decano y marchó a La Habana como Fiscal del Tribunal de Cuentas, fruto de una gestión con Fernando de León y Castillo, exalumno suyo y entonces Ministro de Ultramar. Ya no pudo rehacer su economía y falleció abandonado, olvidado y pobre en La Habana en 1888.
Uno de nuestros “vicios nacionales” es negar y criticar cualquier mérito en vida, para luego deshacernos en elogios con el fallecido que ya no puede agradecer, ni lo que hagamos servirá de reparación efectiva para lo que haya podido sufrir antes. Al año de morir López Botas, su Colegio celebró una Junta General extraordinaria donde se quiso dejar constancia en acta de “el venerable respeto que merece y merecerá siempre la memoria del que fue ejemplar modelo de virtudes cívicas y uno de los más distinguidos letrados de este Ilustre Colegio”. También el que fuera su Ayuntamiento se hizo cargo en 1904 de sus restos y los trasladó y enterró en Las Palmas de Gran Canaria.
En fin, ha sido un placer poder aprender un aspecto concreto y desconocido de la intríngulis canaria y constatar una vez más, a través de López Botas, lo ingratos que podemos llegar a ser en ocasiones. Venga aquí este pequeño recuerdo en su homenaje.
Capitalidad compartida un derroche de dinero, debería haber una sola capital en canarias y podría ser San Cristóbal de La Laguna igual que en Galicia es Santiago.