José Manuel Pradas – La huella de la toga.
Hoy toca una “huella” que se sale del cauce habitual en el que tengo acostumbrados a mis sufridos lectores. Así que no leeremos sobre el jurista de elevadísimo prestigio, ni el político que hiciera o dejara de hacer esto o lo otro. Ni siquiera habrá alguna anécdota o sucedido “especial” de nuestro protagonista de hoy, porque entre otras cosas no conozco ninguna.
Cuesta encontrar mujeres que puedan formar parte de nuestra “huella de la toga”, no porque no existan, sino por mi pretensión a huir de los caminos trillados, donde poco –o mejor dicho ningún- valor voy a poder añadir. No vale la pena traer aquí a Clara Campoamor o Victoria Kent, por poner el ejemplo tópico y que seguramente, serán las mujeres que con mayor facilidad se nos vengan a la memoria si queremos rememorar los tiempos heroicos de las pioneras de la abogacía. El acceso de la mujer a nuestra profesión es reciente. Precisamente este año se ha cumplido el centenario de la Real Orden de 1920 que lo permitió hecho del que, por cierto, pocas conmemoraciones de una fecha tan importante se han hecho; Carmen López Bonilla fue la primera mujer en terminar los estudios de Derecho en 1921. Asunción Chirivella en Valencia, la primera en colegiarse en 1922, las citadas Kent y Campoamor lo hicieron más tarde, en 1925 y así comienza un goteo que ha ido calando en la sociedad hasta nuestros días en que se ha producido, yo creo que sin posibilidad alguna de marcha atrás, una feminización de la profesión –no digamos en la magistratura o la fiscalía- a la que ya nada se puede oponer y donde las nuevas incorporaciones femeninas superan ya el 60%.
El ruido, sea político, mediático o el que sea, convierte a la persona en famosa y generalmente, cuando más radicales sean sus posturas, no diré que más partidarios o detractores tendrá, pero seguro que al menos se ha garantizado la publicidad, esos cinco minutos de fama. En lo que afecta al mundo del Derecho, que es el que nos une aquí, yo personalmente me declaro profundamente partidario de la meritocracia y enemigo de ese ruido y por eso no me he sentido cómodo nunca con esas rupturas violentas –“ruidosas”- que se han hecho de unos sólidos principios jurídicos que me enseñaron en la carrera. La igualdad ante la Ley, el principio de presunción de inocencia, la creación de jurisdicciones especiales que ejerciendo una ”vis atractiva” atrapan procedimientos de familia y se los “llevan presos” al ámbito penal y otros ejemplos que no voy a citar. No se, no quiero ser anatemizado, todo el mundo tendrá su parte de razón y creo que no es este el lugar donde verter unas opiniones sobre las que el Tribunal Constitucional se pronunció en su día, pero sí reitero mi incomodidad y mis serias reservas con la llamada discriminación positiva. Me consuela que como tengo comprobado que España es un “país pendular”, en algún momento ese brazo de la báscula que representa a la Justicia, se quede quietecito y así se pueda recuperar el fiel de la balanza.
Es por eso que valoro de forma extraordinaria a aquellas mujeres que han hecho el auténtico feminismo desde el mérito y que han triunfado en el ejercicio de nuestra profesión, no a pesar de ser mujeres, sino porque precisamente porque siéndolo, han volcado en ella sus enormes aptitudes.
Hoy viene aquí una de esas mujeres, otra pionera, Carmen Conde Peñalosa, nacida en Toledo el año 1932, que estudió Derecho en la Central con otras dieciséis compañeras – Gloria Begué una de ellas- y que fue la primera, con escasos 21 años –recuérdese cuando se alcanzaba la mayoría de edad en aquellos tiempos- en colegiarse en el Colegio de Toledo. Carmen Conde consiguió romper otro techo de cristal cuando en 1982, se convirtió en la primera Decana de un Colegio de abogados. Habían pasado la friolera de 62 años desde 1920. Desde aquella fecha, había desfilado la Monarquía de la restauración, la Dictadura, la República, el franquismo y finalmente la democracia que ahora tenemos. ¡Sinceramente, qué pena y qué vergüenza tanto retraso! Madrid, de donde Carmen Conde era también colegiada con el número 18.453, tuvo que esperar más de treinta años todavía para tener su primera Decana; Barcelona algo menos y ahora mismo, al frente del Consejo General está Victoria Ortega, que también fue Decana en su momento. La feminización de la procesión es, como he dicho antes, un proceso que no tiene marcha atrás y además, que caramba, a mí me parece muy requetebién. Siempre que he estado trabajando teniendo como jefa a una mujer, lo he hecho muy a gusto.
Carmen Conde Peñalosa sigue aquí entre nosotros –esa es la gran novedad y la gran noticia de este artículo- con buena salud, según me ha contado un sobrino suyo al que pregunté. Me hace ilusión escribir estos párrafos y poder poner una foto “en color”, no un grabado o pintura de un ilustre caballero con gola, casaca o levita. Escribir sobre ella, convierte estas líneas en algo agradable. Biznieta, hija, esposa, madre y puede que abuela de abogados, nos da idea cuanto Derecho ha estado rodeándola y seguramente, de cómo lo ha debido transmitir ella a su vez. Cuenta una frase que le enseñó su padre y que hizo suya, “de la profesión se vive, pero con ella no se negocia”. No es una mala máxima.
Ha dejado también dicho que toda su vida se ha considerado un soldado del Derecho, ese que no distingue entre hombres y mujeres, ricos y pobres, creyentes y ateos. Cuando tuvo su primera vista en la Audiencia Provincial, se corrió la voz y la sala estaba a rebosar para ver a una mujer informar. Ha sido siempre una firme defensora del Turno de oficio, pero eso sí, de aquel que se ejercía de forma desinteresada y que estaba considerado como el más alto honor y la más profunda obligación de un abogado. Hoy día, desgraciadamente, y me duele escribirlo, ni es honor, ni es obligación es, para muchos abogados de a pié, una forma de redondear ingresos y poder conseguir algún cliente. Así de degradada está la profesión, con las debidas excepciones y a los que pido las más respetuosas disculpas.
Para Carmen Conde la abogacía por esa razón, no se concibe únicamente como un medio de vida, sino además como un servicio a la sociedad. Según tiene contado nuestra compañera, un día en una reunión de decanos se incidió sobre la necesidad de pasar la antorcha a los jóvenes y no seguir en los turnos. A ella no le pareció bien y dijo: «Yo soy una de las decanas que estoy en el turno de oficio, pero lo estoy haciendo sólo y exclusivamente por motivos altruistas, pero si creéis que hay que dejarlo… ». Inmediatamente tomó la decisión de darse de baja para que nadie pensase que estaba quitando el trabajo a los jóvenes. No se si tomó la decisión adecuada.
También ha dado su opinión sobre el machismo en la profesión. Consideraba que siéndolo la sociedad, la dignidad de las personas no entiende de sexo y que además los abogados están siempre acostumbrados a desentrañar la esencia de las cosas e ir más al fondo de la cuestión, de manera que afirma que jamás en su carrera profesional había encontrado un trato discriminatorio. Ahí queda la anécdota que me ha servido de título. Una vez un cliente le encomendó su defensa y cuando le dijeron: «creo que te defiende una mujer» él contestó: «No, me defiende un abogado».
Da gusto escribir sobre estas mujeres que nunca se han sentido inferiores a nada y a nadie y que precisamente por ello, jamás han pedido un solo privilegio por razón de sexo. Cabe dentro de lo posible que esta ”huella de la toga” sea leída por su protagonista. Otra vez un caso único. Si es así, aquí le dejo dicho a nuestra compañera Carmen Conde mi admiración por haber sido la última de las pioneras y la primera de las Decanas. También por como he tratado de vislumbrar como puede ser ella, sin conocerla. Necesitamos imperiosamente que afloren a la abogacía muchas personas como ella. Gracias Carmen.
Buen artículo, homenaje a esta ilustre abogada, actualmente de 90 años, sigue con deseos de aprender , actualmente matriculada en la Universidad de mayores, de la UCLM .
Muchas gracias al columnisra
Debo informarle como nieto de Carmen Conde y estudiante de derecho que la tradición efectivamente continúa
Informar al columnista y a todos los lectores que mi abuela ha fallecido esta madrugada del 11 de febrero de 2024 con casi 94 años, muy orgullosa de haber entregado su vida a la abogacía.
Descanse en paz