Vida

Publicado el lunes, 26 julio 2021

Un manifestante lleva una estrella amarilla con la inscripción «no vacunado» en Nantes, el 17 de julio de 2021. Sebastien Salom-Gomis / AFP

Daniel Alonso Viña – Paris a juicio.

Dos acontecimientos han puesto patas arriba la ciudad de París este domingo 18 de julio: el Tour de Francia y las manifestaciones en contra de las nuevas restricciones.

Las nuevas restricciones que se aplicarán a partir del 1 de agosto dejan poco espacio de movimiento a los no vacunados, que desde ese día tampoco tendrán la opción de hacerse un test gratuitamente, pues el Estado dejará de pagarlos. “Estamos en la cuarta ola”, dijo el otro día Gabriel Attal, el portavoz del gobierno, “y es mucho más pronunciada que las anteriores”. Para luchar contra este nuevo repunte de los casos, el “mecanismo principal” es acelerar la campaña de vacunación. Las nuevas restricciones sobre la entrada en lugares públicos tan esenciales como bares y restaurantes y el pago obligado de los test tienen un sólo objetivo: desincentivar al máximo que la gente siga sin vacunarse.

En todo el país se manifestaron 114.000 personas, de las cuales 18.000 llenaban las calles de París. La policía les sigue con lupa, debido a que en estas manifestaciones se juntan todos aquellos que favorecen que el virus siga circulando con tanta facilidad. La mayoría de la gente que camina desde la Place de Palais Royal no está vacunada y se resiste a llevar mascarilla pese a que de ninguna forma resultaba posible respetar la distancia de seguridad. Este tipo de actos pone en contacto a todos aquellos que pueden transmitir el virus con mayor facilidad y eso ha puesto en alerta a las autoridades.

Además, de las manifestaciones trascendieron unas imágenes controvertidas; algunas personas tuvieron la idea de protestar llevando sobre la camiseta o en la pancarta una estrella de David, símbolo de la religión judía, en referencia a los años en los que los judíos debían llevar esta señal para ser fácilmente reconocibles por las autoridades nazis durante los años de represión de este colectivo. Con esta fatal idea los no vacunados querían decir que se sentían marcados, y ponían dentro de sus estrellas cosas como “non vacciné” (no vacunado). Este acto de banalización atroz de la persecución sufrida por los judíos causó una reacción inmediata. Los medios rechazaron categóricamente este exceso y la sensación general durante toda la jornada fue de que “han ido demasiado lejos”.

A pocas calles de allí, un joven de 22 años llamado Tadej Pogacar y apodado Pogi se proclamaba campeón del Tour de Francia. Pogi es un chico esloveno, simpático, imberbe y alargado como el bambú que porta con orgullo y ambición el traje amarillo para su equipo, el UAE Emirates. Es el vencedor más joven del Tour desde 1904. Detrás suyo, el arco del triunfo y detrás de este, el sol que congratula al portentoso atleta con un bello anochecer. Antes de que caiga la noche, Pogi tiene que dar su discurso de la victoria. Está en lo alto del podio, sonriente, fresco, su mano derecha sujeta una enorme copa dorada mientras la izquierda recibe de un técnico el micrófono con el que debe empezar a hablar. Sin más dilación, empieza su discurso: “Bueno, el año pasado intenté escribir un discurso, pero no supe cómo hacerlo, asique improvisé… y este año voy a hacer lo mismo y dejar que me guíe mi corazón…”

A veces, París puede ser abrumador para un chico español de provincias. Vengo de Valladolid, donde la policía patrulla las calles buscando pequeños delincuentes con la mascarilla por debajo de la nariz como si en ello les fuera el puesto de trabajo, y donde no llevar mascarilla por el centro es recibido por el resto de ciudadanos con una mirada directa, acusadora y oprimente que te obliga a bajar la cabeza y andar deprisa para no sucumbir a la paranoia. Aquí la sensación es completamente diferente, porque se puede sentir la lucha que cada uno batalla consigo mismo para superar el miedo y no dejarse llevar por el fantasma de la eterna prudencia. Estamos en un momento en el que las decisiones de los desconocidos nos afectan tan personalmente a nosotros que todo el mundo se ha convertido en policía del que tiene al lado.

En París son conscientes de su irresponsabilidad y saben que todo sería más fácil si llevarán la mascarilla en todo momento, pero después de un año de pandemia, les sigue dando igual; después de tres confinamientos y lo que vendrá, se siguen resistiendo a darle mucha importancia a esta enfermedad que ya ha acabado con la vida de más de cien mil ciudadanos. No digo que sea una buena práctica, digo que es diferente y me hace pensar. En Valladolid me siento seguro y sobreprotegido, aquí me siento libre de poder salir y ver que la gente disfruta y no vive su vida en un continuo estado de tensión paralizante que te oprime el corazón y te quita las ganas de salir de casa, siempre esperando que todo pase, siempre esperando para vivir en el futuro. Estamos en un nuevo paradigma, la vuelta a la normalidad es una fantasía irrealizable y estás son las nuevas condiciones en las que tenemos que aprender a vivir y ejercer nuestra libertad. Hay que volver a aprender; aprender a vivir, a sentir, a querer al compañero y a perdonar al desconocido por no respetar la distancia de seguridad en la cola del supermercado. Hay que aprender a bailar, a tocar, a soñar, hay que dejarse de tanto esperar, porque el tiempo que se pasa esperando no se recupera nunca. En París, la gente no se fía de aquellos que les hablan del futuro. En París la gente no espera, la gente vive y luego sufre las consecuencias de su vitalidad mientras sigue viviendo todo lo que puede. Vida, eso es París. No son los monumentos ni las catedrales, París no es la Torre Eiffel. La auténtica joya de París es su gente… pero esto no se puede explicar, hay que vivirlo, hay que hablar francés y venir aquí y sumergirse en el torrente de la existencia y dejarse llevar, hay que respirar a penas lo suficiente para seguir viviendo al máximo, hay que insistir hasta que el manto se levanta y la mirada se limpia y la verdadera ciudad, su gente, se abre a ti en una explosión de historias, experiencias y colores que creías lejanos, fantásticos e inaccesibles. Eso es todo lo que puedo decir sin temor a equivocarme. Un saludo.

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    Miguel Villalba 12 agosto, 2021 a las 22:13 - Reply

    Excelente artículo David, me ha trasladado a París, a convivir con los Parisinos.
    Un aire fresco de «libertad».
    Muchísimas Gracias.
    Una pena que la libertad de decisión de si llevar o no mascarilla, y de tomar otras medidas preventivas pueda conllevar peligro vital grave para uno mismo y para los demás.

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