El 8 de marzo es una efeméride que cada año nos interpela por los logros obtenidos en la consecución de la igualdad de hombres y mujeres. Una fecha que nos impele a renovar nuestro compromiso.
El camino para alcanzarlo es exigente. Se nos muestra en el artículo 10 de la Constitución Española. Si la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás fueran realmente el fundamento de nuestra sociedad, no haría falta reivindicar la igualdad en el artículo 14 de la Constitución Española.
Volvamos los ojos a la esencia, ataquemos el mal de la desigualdad en la raíz. Hagamos a las personas conscientes de su dignidad, de su capacidad transformadora de la sociedad, de la trascendencia de sus decisiones por irrelevantes que parezcan, y de la necesidad de respetar la persona del otro. Dicho así parece grandilocuente y sencillo a la vez, pero no lo es; lograrlo exige avanzar en la educación, en sentido amplio, que no persiga exclusivamente la transmisión de conocimientos, sino que enseñe a pensar por si mismo. Es necesario dotarnos de una conciencia crítica que nos proporcione los elementos necesarios para poder decidir en libertad las metas que queramos alcanzar, en un horizonte de dignidad. Promover las condiciones sociales y legales que lo propicien es exigencia de la ciudadanía y responsabilidad de los poderes públicos.
Libertad, educación y eliminación de barreras sociales, son los arietes para acabar con cualquier techo de cristal. Sin ir a la raíz, sólo aquietaremos nuestras conciencias con medidas concretas. No hay que tener miedo al desarrollo individual, siempre que vaya unido al respeto a los derechos de los demás, en un entorno de leyes justas que no pongan límites al individuo, que no construyan techos, aunque sean de cristal.
La igualdad es un acicate a la excelencia, al propiciar que cada persona se exija a si mismo sin sentirse limitado por su entorno. Hoy asistimos a un progreso social sin precedentes, al que no le es ajeno la incorporación del talento femenino junto al masculino, suma de talento humano sin cortapisas.
No puedo terminar sin referirme a las mujeres que, en otras partes del mundo, como en Afganistán, carecen de la libertad necesaria para potenciar su talento. Sin educación, sin libertad, el techo de cristal se torna imposible de romper. España debe ser, una vez más en la historia, abanderada de la dignidad de las personas, de la igualdad.