Volver a las celebraciones del 8-M es cada año un ejercicio reivindicativo y al mismo tiempo una pequeña decepción. La semana que en esta ocasión ha comenzado el lunes 6 ha venido cargada de actos. Apenas hay institución que no haya programado para el mismo día 8 o para alguno de la semana algún tipo de iniciativa con la que adherirse a la reivindicación por la igualdad real de hombres y mujeres en nuestra sociedad. En este caso, el Consejo General de la Abogacía lo ha hecho con una jornada en la que se entregaron los galardones correspondientes a la III edición de los Premios de Igualdad de la Abogacía. Las premiadas fueron la abogada feminista Ángela Cerrillos, la presidenta del Tribunal Supremo de Puerto Rico Maite Oronoz y, a título póstumo, María Alfonsa Aragón, la primera abogada que ejerció el cargo de juez en España. Durante el encuentro debatimos sobre la importancia del lenguaje inclusivo y sobre la existencia o no de nuevos tipos de feminismo, lo cual sirvió para profundizar en diferentes aspectos que pueden contribuir a conseguir la igualdad real.
Actos como éste y muchos otros contribuyen sin duda a mantener viva la reivindicación que no se limita a una semana al año, sino que está incardinada en el día a día de muchas organizaciones. Es la única forma de conseguir resultados palpables. Y es que, a pesar del consenso que existe sobre la distancia que todavía nos resta por recorrer para conseguir la verdadera igualdad, el paso de los años nos transmite una ralentización en la conquista de determinadas metas.
Avanzamos en la ruptura de techos de cristal, viendo mujeres en puestos de enorme responsabilidad; pero no podemos negar que la frecuencia con que se rompen esos techos sigue siendo mucho menor de lo que esperábamos hace tan solo unos años. Con las cifras en la mano no podemos negar que las cosas mejoran, pero existen pocas justificaciones para explicar por qué no lo hacen con mayor agilidad.
He ahí el motivo por el que comenzaba este artículo añadiendo al espíritu reivindicativo de estos actos un punto de decepción. Las sensaciones negativas proceden lógicamente de la constatación de que las numerosas iniciativas siguen siendo necesarias. Como si alguien se empeñase en reparar los techos cristal rotos apenas nos hemos acostumbrado a que algunas mujeres valientes los rompan.
Podría argumentarse y se argumenta con frecuencia que un cambio social de tantísimo calado y que arrastra una realidad social de siglos necesitará de varias décadas para asentarse en nuestra sociedad. Pero me permito en este artículo negar la inevitabilidad de que así sea. Sólo en lo que llevamos de siglo hemos asistido en cambios en nuestros hábitos de vida de muchísima mayor profundidad. Yo diría que incluso solo en los últimos tres años nuestra forma de hacer ciertas cosas se parece muy poco a cómo las hacíamos en 2019.
Los objetivos sociales -prefiero no singularizar ningún otro porque creo que no resulta sencillo compararlo con la cuestión de la igualdad- deben plantearse siempre de forma realista pero ambiciosa. Nuestro pasado inmediato nos demuestra que cuando hay una verdadera movilización en torno a un compromiso colectivo los objetivos se consiguen.
Es por eso por lo que, después de la semana de la Igualdad en la habitualmente se genera un cierto optimismo, debemos regresar a la realidad social que constata que la verdadera celebración será posible el día que no queden techos de cristal por romper.