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“Señor Urdangarin, lo siento”
MADRID, 26 de DICIEMBRE de 2012 - LAWYERPRESS
 

Nunca pude pensar, ni siquiera como fantasía de mi republicana adolescencia, que un duque príncipe consorte de la monarquía de España tuviera que salir en las letras de molde de las crónicas de sucesos del orden criminal-jurisdiccional por desvaríos, cuando no desvíos, de tipo socioeconómico. digo socioeconómico, porque el dinero que por ahora no ha aparecido y difícil será que aparezca, si no se actúa con inteligencia, se dice proviene, en gran medida, del bolsillo del arruinado y esquilmado pueblo español, metido de lleno, como víctima protagonista de una crisis económica disparatada y de dimensiones todavía hoy desconocidas. Cinco millones de parados son muchos desempleados para un país de las dimensiones de España.
Guardo en mi mente, a modo de letra impresa, el insistente consejo de mi madre, que había nacido en el siglo XIX, y que como una cantinela me repetía: “Hijo, ten mucho cuidado con las malas compañías, pues te pueden llevar al desastre más absoluto”. A la edad que tenía apenas si podía entender la profundidad y el calaje del consejo de mi madre y lo tomaba como una monserga más con la que los padres de entonces nos insistían con sus razonadas cantinelas. La verdad es que no le hice mucho caso y actué desde la niñez con bastante osada autosuficiencia y abusé y usé de mi libertad y buena suerte, tanto en diferentes regiones españolas como después en Alemania e Italia. Tuve suerte. y, cuando ésta me abandonó, ya en edad provecta, pude comprobar la veracidad, 70 años más tarde, del cariño que mi madre me profesaba. Cuando después de jubilarme y entrar en plena senectud, colgado de las secuelas de un malvado ictus, pude ver y sufrir la nula bonhomía de quienes me debieron haber protegido aunque sólo fuera por la soldada que recibían, que no era desdeñable, en absoluto. Un fenómeno similar se produce en determinadas aves de corral: las gallinas, que como vean un punto de sangre en una compañera o compañero, incluso aunque sea el gallo. Los vacían a picotazos. Pero, en la edad ya adulta, pensé en la maldad de las gallinas pero nunca en tanta maldad o superior del género humano. Pues sí, son peores que las enloquecidas gallinas. La codicia es inhumana y cruel.
Lamento enormemente aludir a sucesos deleznables para referirme, más literaria que jurídicamente, al señor Urdangarín, Duque de Palma y príncipe consorte de España, con el que no he tenido ni media palabra en mi vida, ya bastante larga. Pero, aquí ha fallado algo, y ha fallado, a mi juicio, la figura clave, sin duda, denominada desde antiguo, “el preceptor”, un buen hombre mayor que hubiera cuidado del señor duque en su juventud, antes de contraer matrimonio con una princesa de España. Por que se necesita una preparación y aptitud, además de la protocolaria para ser príncipe consorte, y tiempo lo hubo desde luego. Era sabido, con bastante anterioridad. El currículum vitae del Sr. Urdangarin está abierto a toda suerte de conjeturas. Me refiero a su historial estudiantil, apenas incipiente, por no mencionar su trayectoria militar (exención total del servicio militar, a la sazón obligatorio -como hice yo y tantísimos españoles- por una no total sordera).
Escoger los caminos más fáciles, en principio, es más cómodo, pero conducen siempre al desastre o a sitios que terminan siendo indeseables, como es comparecer ante un juez de lo criminal como imputado por unos supuestos delitos cuyo eje común es el presunto enriquecimiento personal ilícito con fondos públicos. Esto se tenía que haber evitado a toda costa y de cualquier forma licita, por razones que se me presentan como evidentes. Mucho antes de su publicidad, este asunto se podría haber resuelto, incluso jurisdiccionalmente. La firmeza de la mano seria, madura e inteligente de un preceptor se ha echado de menos.
El general Franco, hombre precavido y cauto, donde los haya, tuvo extraños presentimientos con el a la sazón Príncipe de Asturias y hoy Rey de España, y siempre tenía muy en cuenta qué amistades le rodeaban en esa edad a nuestro Rey Don Juan Carlos. Urdangarin quiso volar solo, y solo voló, pero fue a tropezar en sus altos vuelos con personas que ejercieron sobre él una influencia que se nos presenta hoy en día como nefasta y, ahora, con muy mal arreglo. Ver a un duque príncipe consorte de España corriendo en mangas de camisa que se las pela en Washington, porque había avistado las cámaras de una televisión española, me produjo auténtico sonrojo. Porque es que no le prepararon para que no se metiera en camisas de once varas, es que además tampoco le prepararon sobre cómo comportarse cuando ya estaba metido en las camisas.
Ahora pasará, como un justiciable especialmente privilegiado, pero siempre justiciable, y se me presenta como escasamente remediable. En el mundo de la jurisdicción criminal que deja tanto que desear en nuestro país, incluso cuando parece independiente. En el mejor de los casos la duda atenazará ya siempre al ciudadano español, que tiene verdadera simpatía, como poco, por la Casa Real y por sus miembros, aunque sea condenado. Porque tampoco el señor Marichalar ha sido como para echar las campanas al vuelo, en otro orden de cosas en las que no vamos a entrar.
Creo que un exceso de bondad y de tolerancia, cuando no liberalidad por parte de la Casa Real, ha conducido a unas situaciones de muy difícil comprensión, incluso para quienes les tenemos la máxima simpatía, expresada en público y en privado. Yo, desde estas líneas, le deseo la mejor de las suertes con toda afabilidad y, sobre todo, pensando en sus hijos, en la infanta y, en suma, en la Casa Real que desempeña la jefatura del estado de mi país, España.
Que haya mucha suerte, señor Urdangarín y que su letrado y sus asesores tengan la inteligencia procesal que necesitan.

Manuel Cobo del Rosal, Catedrático de Derecho Penal y Abogado.

 


 





 


 

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