“Hay una revolución en marcha, …que afecta a las empresas, una revolución de
cuello blanco donde
se necesita un nuevo tipo de directivos que gestionen a los profesionales del
mañana de acuerdo con las nuevas exigencias…de la Era de la Innovación… donde
las empresas tendrán que cambiar sus mecanismos antiguos de supervivencia…”
Virginio Gallardo Yebra
La revolución industrial provocó un cambio radical para los trabajadores
denominados de “cuello azul”, expresión acuñada para hacer referencia a
la vestimenta de trabajo de los obreros durante las
horas de trabajo. El origen de aquella revolución se basó en el hecho de
que la tecnología contribuyó a mecanizar los procesos productivos. Fue entonces
cuando tuvo lugar la aparición de la máquina de vapor, entre otros cambios, lo
que incidió en la forma de trabajar y directamente en los trabajadores. En 1970,
por ejemplo, el mismo barco maderero que llegaba a Londres y que requería de 108
personas trabajando durante cinco días para ser completamente descargado ( 540
hombres/día), veinte años después se descargaba en un día, con apenas 8 personas
que utilizaban controladores informatizados; reduciéndose un 98,5% la plantilla.
En 1930
Upton Sinclair,
escritor norteamericano, utilizó la terminología de "cuello blanco" para
designar a aquellos trabajadores cuya actividad no se basaba en el trabajo
manual y que requerían una preparación intelectual.
Por tanto los términos "cuello azul" y "cuello blanco" son
clasificaciones ocupacionales que distinguen a los trabajadores que hacen
trabajos profesionales de los que hacen trabajos manuales. Y es dentro de este
segundo grupo donde podemos encuadrar el trabajo de un abogado.
Hoy en día podemos entender que la irrupción de los cambios
tecnológicos está suponiendo la revolución de los trabajadores de “cuello
blanco”, y el sector de la abogacía no es ajeno a ello. Si una máquina fue capaz
de sustituir a un trabajador con un salario de 35.000 dólares al año, ahora
hablamos de como los microprocesadores de 239 dólares sustituirán el trabajo de
directivos de 150.000 dólares al año.
Es en este contexto en el que cobra sentido el denominado
“Abogado 3.0”.
La inteligencia artificial, aplicada en el ámbito profesional, es
ya una realidad. La aplicación de la tecnología más innovadora en los despachos
como
Winston & Strawn, que utiliza la revisión legal por medio de la codificación
predictiva o la adaptación del proyecto Watson, son un ejemplo de ello.
Richard Susskind habla en su libro, “The End of the lawyers”, de cómo en poco
tiempo desaparecerá o se reconfigurarán el ejercicio de la abogacía tal y como
lo entendemos hoy.
Susskind relata cómo la tecnología e Internet, la colaboración, la globalización
y otras fuerzas están cambiando las normas fundamentales por las que los
servicios jurídicos se compran y venden.
Desde mi punto de vista, la tecnología y los nuevos modelos de
negocio, como AXIOM o RADIANT LAW,
en el sector legal, no deben suponer una amenaza al modelo
tradicional, siempre que tengamos presente su evolución de la mano de la
innovación. Es
necesario entender “El Abogado 3.0” como un cambio de actitud y la
necesidad de dar un valor añadido a nuestros servicios en base a la calidad.
Este cambio tendrá lugar cuando tengamos claro que el centro de
nuestro despacho debe ser el cliente y sus preocupaciones. Será entonces cuando
entenderemos que Google y otros modelos de negocio no serán nuestros
competidores y que la tecnología debe ayudarnos a conseguirlo.
La clave para adaptarnos a este nuevo mundo será la innovación,
entendida de forma global y no sólo tecnológica, adaptando estratégicamente
nuestros servicios a las necesidades del mercado, con independencia del tamaño
de nuestro despacho.
Para que la innovación sea efectiva debe repercutir en el cliente de una forma u
otra.
Así podremos hacerlo en base a la gestión interna del despacho, a
la reorganización estructural o a la captación o fidelización de nuevos
clientes.
La innovación como proceso debe ser gestionada en los despachos,
formando parte de nuestra estrategia como respuesta al mercado y a lo que
demandan nuestros clientes. Establecer procesos nos hace orientar los servicios
al cliente, lograr los resultados planificados, incrementar la eficacia y la
eficiencia de los procesos y actividades, fomentando la mejora continua.
El fin de la innovación en el sector jurídico va íntimamente ligado al Marketing, al análisis de la competencia, a la estrategia, a la búsqueda
de la excelencia, a definir nuestros valores, al cambio... Por ello me atrevo a
decir que todos los despachos, de una forma u otra, innovan, y aquellos que no
lo hagan estarán abocados al fracaso.
Citando a Einstein: "Si buscas resultados distintos, no hagas
siempre lo mismo". Por tanto la clave debe basarse en la renovación de nuestro
despacho en base al modelo tradicional.
La revolución de los cuellos blancos da paso al “Abogado 3.0” y debe servirnos
para adaptarnos, haciendo de la tecnología nuestro mejor aliado y no nuestro
sustituto. |