El
pasado
fin
de
semana
hice
una
pequeña
escapada
al
bellísimo
pueblo
de
Alarcón,
tan
sólo
a
treinta
kilómetros
de
la
villa
barroca
de
Sisante,
también
de
visita
siempre
recomendada.
Llevaba
tiempo
que
no
me
acercaba
y
para
quien
no
conozca
Alarcón,
decir
que
es
una
pequeña
localidad
conquense
anidada
en
un
estratégico
peñasco
en
la
ribera
del
Júcar.
Villa
que
cuenta
con
auténticas
perlas
arquitectónicas
de
alto
valor
histórico
y
artístico
de
estilo
renacentista,
y un
bien
conservado
conjunto
amurallado.
Todo
ello
coronado
por
su
imponente
castillo,
hoy
Parador
Nacional
de
Turismo
“Marqués
de
Villena”.
Pero
la
tarde
se
estropeó
cuando
decidimos
pasar
al
Parador
a
tomarnos
un
café.
Nos
encontramos
que
donde
otrora
encontrábamos
tapices,
pendones,
armaduras
y
mobiliario
medieval
acorde
a la
sala
de
recepciones
del
señor
del
castillo,
-que
es
donde
está
emplazada
la
cafetería-,
en
cambio,
ahora
todo
rebosa
de
metacrilato,
aluminio
y un
moblaje
y
decoración
de
estilo
urbanita,
poligonero
e
industrial.
Decoración
más
propia
de
un
establecimiento
prototípico
de
una
las
muchas
cadenas
de
esa
categoría
de
impersonales
hoteles
de
negocios
que
abundan
en
nuestras
ciudades,
aeropuertos
y
carreteras,
lo
que
nos
causó
una
honda
como
desconcertante
sensación,
ahíta
de
incoherencia
y
decepción.
Y
arranco
este
post
con
esta
lamentación
porque
considero
preciso
ahondar
en
el
valor
de
la
coherencia
que
la
imagen
de
un
despacho
proyecta
con
respecto
a
las
fundadas
expectativas
del
cliente.
Hace
tiempo
que
me
pronuncié
al
respecto
sobre
la
tendencia
en
la
diafanidad
de
espacios
de
los
centros
de
trabajo
y su
relación
con
la
productividad
del
trabajador (http://www.microsoft.com/business/es-es/Content/Paginas/article.aspx?cbcid=504).
Tema
en
el
que
empieza
a
haber
cada
vez
más
estudios
al
respecto
(en
este
sentido
aconsejo
leer
los
siguientes:
http://www.ehowenespanol.com/plan-diseno-oficina-afecta-eficiencia-productividad-info_189667/
y
http://scholarworks.gsu.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1023&context=caaurj
),
cuestión
de
la
que
los
despachos
de
abogados
no
quedan
al
margen.
Resulta
difícil
concretar
y
delimitar
todos
los
aspectos,
elementos
y
actitudes
que
definen
o
contribuyen
a
forjar
la
imagen
y
cultura
de
un
despacho.
Tal
vez,
la
complicada
ecuación
-que
traigo
a
colación
citándola
en
el
título
de
este
escrito-
se
dirima
en
una
mera
cuestión
de
valores
corporativos.
Y es que en el devenir de
un
despacho,
-de
un
bufete-,
en
su
andadura,
todo
contribuye
a
conformar
su
imagen
de
marca.
Todo
suma
y
todo
resta.
Desde
la
calidad
que
atesora
de
sus
capitales
humano,
intelectual
y
relacional,
pasando
por
su
expertise,
reputación
cosechada,
su
clientela
conquistada,
su
solvencia
jurídica,
…
hasta
los
aspectos
más
formales
como
su
denominación,
ubicación,
diseño
y
decoración.
Esa imagen de marca labrada,
edificada,
es
la
que
provoca
el
engagement
del
despacho
con
el
cliente,
generando
sensaciones
y
fundando
sus
expectativas.
Por
ello,
mirando
mucho
más
allá
de
las
imposiciones
normativas
que
exige
la
normativa
urbanística
y el
Código
Técnico
de
Edificación
en
cuanto
al
diseño
arquitectónico
de
interiores,
distribución
y
organización
funcional,
realmente
el
valor
principal
-que
nos
interesa
y
nos
ha
de
preocupar-
es
el
de
la
coherencia.
No nos engañemos, el
cliente
nos
pide
coherencia.
Un
despacho
de
abogados
no
es
una
pizzería,
ni
una
sala
de
espera
de
una
estación
de
autobuses,
ni
otras
muchas
cosas.
El
cliente
busca,
exige
y
necesita
ser
depositario
de
un
trato
especial.
Siguiendo
el
ideario
del
célebre
arquitecto
norteamericano,
Frank
Lloyd
Wright,
“without
interruption”,
hacer
de
ello
algo
sólido,
coherente,
sin
interrupción.
Se trata, en definitiva,
del
trato
propio
que
se
precisa
para
una
óptima
y
productiva
gestión
de
los
conflictos
que
trae
consigo.
Por
todo
ello,
el
cliente
demanda
la
prestación
de
un
servicio
personal
atendido
con
atención,
profesionalidad
y
confidencialidad.
Exigencia
que
ha
de
tenerse
muy
presente
en
el
diseño
de
la
distribución
física
del
bufete.
Pues
resulta
inadmisible
que
en
el
bufete
un
cliente
en
espera
pueda
escuchar
lo
que
se
está
tratando
con
otro
cliente.
Como
resulta
igualmente
reprochable
(y
no
me
refiero
únicamente
desde
la
perspectiva
de
protección
de
datos
personales)
que
éste
pueda
tener
acceso
a la
documentación
de
otros
clientes
contenidas
en
carpetas,
dosieres,
escritos,…
desperdigada
por
mesas,
estantes,
y
sitios
comunes
de
tránsito
del
bufete.
Termino. Tal vez el concepto
de
oficina
abierta
y la
tendencia
de
marchar
hacia
el
modelo
de
intellicenters
o
estaciones
de
trabajo
conduzca
a un
modelo
más
productivo,
pero
de
lo
que
hoy
no
cabe
duda
es
que
lo
que
nos
sigue
pidiendo
el
cliente
es
otra
cosa.
Por ello, no escuchando y
no
dando
respuesta
a lo
que
se
nos
pide,
a
parte
de
una
incoherencia
nos
supondría
caer
en
un
grave
error.
Ya
lo
dijo
F.
Lloyd
“A
doctor
can
bury
his
mistakes,
a
lawyer
cover
them
with
papers
but
the
architect
can
only
advise
his
clients
to
plant
vines”
(Un
médico
puede
enterrar
sus
errores,
un
abogado
cubrirlas
con
papeles
pero
el
arquitecto
sólo
puede
aconsejar
a
sus
clientes
poner
plantas).
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