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06 de NOVIEMBRE de 2015

Como hemos cambiado

LAWYERPRESS

Por Emilio Gude. Abogado, Adjunto a la Dirección de Ceca Magán

 

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Jaime Gil de Biedma

 

Emilio Gude. Abogado, Adjunto a la Dirección de Ceca MagánEstos versos pertenecen al poema “No volveré a ser joven” de Jaime Gil de Biedma, uno de los más grandes poetas. En ellos refleja perfectamente una de las características de la juventud: “llevarse la vida por delante”

Más de veinte años después, que veinte años no es nada, recuerdo cuando era un joven abogado que también pretendía llevarse la vida por delante. En aquel momento la tasa de paro era de un 24,55% y veníamos de un período sostenido de mala economía. En aquel panorama las perspectivas de encontrar un trabajo y poder desarrollar una carrera eran francamente desalentadoras. Por aquel entonces Garrigues no se había asociado aún a Arthur Andersen, Cuatrecasas con Gonçalves Pererira  y las firmas anglosajonas, salvo excepciones, llevaban poco años en España.

Al principio de los 90, a los abogados sólo nos pedían ser abogados. En líneas generales. Salíamos de una licenciatura en la que las prácticas eran una ilusión, a menos de que tuvieses la suerte de conocer a alguien. Preferiblemente un padre con despacho. Estudiábamos voluminosos libros y nos la jugábamos en un examen a final del curso. Tres preguntas, dos a veces y que Dios repartiera suerte y te cayesen aquellos temas que mejor llevabas preparados. A los que acabamos en tiempos olímpicos en España, entrar en la carrera de Derecho implicaba tener una nota aceptable en selectividad. Luego la bajaron a un cinco raspado. Debieron pensar que faltaba gente sabiendo de leyes e hicieron válido aquello de “el que vale, vale y el que no, para derecho”.

No tengo la sensación de una mala preparación. A pesar de que éramos cientos en un aula, que la clase tenía pizarras verdes de tiza y que casi nunca había borrador, por lo que usarla era una quimera. Por aquel entonces empezó a sonar lo de Erasmus y unos cuantos que sabían idiomas lo suficientemente bien, aprovecharon para irse. Unos cuantos es literal: unos pocos. Tuve la suerte de que un amigo y compañero, amigo aún hoy en día, fuera a París XI  a estudiar con lo que las visitas a París fueron unas cuantas. El contacto con alumnos de otros países me convenció de que efectivamente eso de los idiomas era algo que tenía que aprender porque a ver si no como me iba a entender yo con franceses, alemanes, escoceses e israelíes, que aún hoy andamos conectados de alguna manera.

Si el mundo era distinto en sede académica, imaginad en el trabajo. Por aquel entonces ya trabajábamos con ordenadores pero no existía internet. Las notificaciones llegaban por fax. Al principio, aquellos de papel térmico que se borraban con el tiempo, lo cual dada la proverbial celeridad de la justicia española, te enseñaban a ser cauto y fotocopiar el fax si era importante para que no fueses un buen día a ver el expediente y te encontrases una notificación en blanco. Luego llegó la tinta y el láser. El futuro.

Lo bueno de aquella época es que nadie te llamaba un domingo a las 12 de la mañana porque esa tarde hay que empezar una due diligence de 150.000 documentos que debía estar  terminada el lunes a la noche. Por supuesto en “data room”, claro está. No podía ser porque no existía el móvil. Por lo menos, la DD debía esperar al lunes a las 9 de la mañana y pasabas el domingo feliz e ignorante de lo que se te venía encima. Tampoco había correo electrónico, por lo que no estabas en la playa contestando ocurrencias de ningún cliente que el día anterior había visto “Algunos hombres buenos” y se le había ocurrido como ganar el caso. ¿Os he dicho que odio las películas y series de abogados? Cómo de aquella ya éramos modernos y acabábamos de celebrar unas Olimpiadas, oportunamente comisionadas, y una Expo Universal, que también, ya teníamos aparcados los tomos de piel con jurisprudencia y nos manejábamos con CD-Rom, que era el no va más de la tecnología jurídica. Sin complejos.

Los millenials no lo habéis tenido mejor estos últimos años pero como siempre escampa, igual que para nosotros escampó a partir de mitad los noventa, para los jóvenes abogados de hoy en día ha empezado a salir el sol y los síntomas de recuperación son más que evidentes. La mala noticia es que ya no queda nada del festín que nos dimos hasta la llegada de la crisis de finales de los dos mil. La buena noticia es que probablemente hagáis las cosas mejor y con más sedimento, que eviten burbujas que se disfrutan pocos años y se pagan duramente durante muchos.

Los tiempos están cambiando cantaba Dylan y así es, sobre todo, para vosotros. Ya no basta ser un muy buen abogado en lo técnico. Ni siquiera tener un Master de prestigio, además del de Acceso a la Abogacía. Tampoco que habléis inglés, como Shakespeare que dice el gran Javier Fernández-Lasquety, de Elzaburu. Ahora se os pide que tengáis aptitudes para poder dirigir equipos el día de mañana, que poseáis capacidad para transmitir y formar a nuevos abogados, que reunáis un buen número de habilidades sociales que os lleven a tejer una red de contactos que os proporcione trabajo. Y no se exigen estas habilidades de manera indiciaria, sino que debéis trasmitir a vuestros selectores que efectivamente, están en vosotros.

Cuando empezáis a trabajar disponéis del mayor número de herramientas y posibilidades que nunca una generación haya tenido antes. Cierto que esta afirmación se renueva de generación en generación, pero podemos afirmar que los abogados que estáis al principio de vuestra carrera vais a usar herramientas que facilitarán el trabajo de una manera notoria. Las características de movilidad, integración, predicción y  conexión van a desarrollarse exponencialmente. La asunción de conocimientos será una parte fundamental de vuestro trabajo pero lo haréis guiados por herramientas facilitadoras.

Os alcanzará, ya que mi generación no lo vivirá, conceptos como la conciliación familiar. Dejaréis de mal administrar y perder talento femenino en las firmas. Convendréis en eliminar estructuras anquilosadas. Dejaréis de organizaros obsoletamente en asignaturas de la carrera de Derecho (Procesal, Laboral, …) para hacerlo en torno a la estructura de las empresas a las que prestáis servicios: que podemos hacer por tu Consejo de Dirección, que ofrecemos al Departamento de RRHH, como facilitamos tu negocio…

Desarrollaréis un concepto del derecho más amplio e imaginativo. Las nuevas formas de economía, los nuevos nichos de mercado y las nuevas relaciones que han aparecido y aparecerán, os pedirán un esfuerzo de conocimiento del derecho y de imaginación para articular todas estas novedades escapando de la codificación.

Por último vais a gozar de una racionalización de la profesión en cuanto a número. La implantación del Master de Acceso a la Abogacía, con su período de prácticas y posterior prueba de calificación, aunque mal diseñado, va a producir un efecto tremendamente beneficioso como es el descenso exponencial del número de colegiados, lo que redundará en un mayor número de oportunidades, una mayor remuneración por nuestros servicios y un mayor prestigio al exigir, y se debe exigir, que el acceso a esta profesión no sea un coladero para aquel que no tiene que hacer sino para aquel que quiere ser abogado.

Nos separan algo más de veinte años y en poco se parece la abogacía de entonces a la de ahora y en nada se parecerá la de estos momentos a la de dentro de veinte años. Por aquel entonces Nirvana nos llevaba al grunge, Clinton era presidente, veíamos correr a Forrest Gump y el Madrid, de nuevo, era campeón de Europa. Ahora, Estados Unidos tiene un presidente negro, nos relacionamos en redes sociales, llegaremos a Marte y el Madrid ha ganado la Décima. Como dicen Presuntos Implicados: como hemos cambiado.

 

 

 

 
 
 

 

 

 
 
 
 
 
 
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