De cuando España exportaba abogados – Pedro Díaz de Valdés-Argüelles y Galán

Publicado el lunes, 23 diciembre 2019

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

(Para mi familia chilena los Tenorio Carmona con todo mi afecto)

Una buena amiga chilena, lectora de estos escritos, me tiene pedido que escriba sobre algún abogado español que hubiera dejado por aquellas tierras su huella. Y como quiera que uno es débil, cometí la imprudencia de decir que alguno habría y aunque la biografía de nuestro protagonista de hoy en sí no depara grandes logros jurídicos o políticos –que yo sepa al menos- si que me va a permitir cumplir con la palabra dada y poder hacer un par reflexiones al hilo de su persona.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas, abogado.

Cuando Colón y sus compañeros decidieron ir a buscar las Indias esquivando a los portugueses,  según se miraba en los mapas, bajando un poco y luego todo seguido a la izquierda, sucedió lo que no esperaban. Resultó que entre Finisterre y Cipango se interponían unas pequeñas islas que fueron incorporadas con carácter inmediato a la Corona de Castilla, sin tener el detalle de preguntar su parecer a los habitantes. La historia continuó con el resultado de todos conocido de que esas islas eran la antesala de todo un continente hasta entonces desconocido y finalmente, unos años después, se constató gracias a Magallanes y Elcano que la tierra no era plana como se creía, sino esférica.

El caso es que a los españoles además de conquistar, les dio por fundar ciudades, con sus ayuntamientos y catedrales y llevar a cabo hasta extremos insospechados, una política poco común entre las demás naciones europeas, como era la puesta en práctica inmediata del mestizaje. Toda esta labor de conquista y colonización trajo consigo emparejada, otra institución de gran arraigo en España, como es la burocracia y claro está, donde hay burocracia florecen los abogados, como la flor de la lavanda inunda Brihuega en determinadas épocas del año.

Y tantos debieron juristas, leguleyos y picapleitos intentaron ir a aquellas tierras, que ya en el temprano 1509 Fernando el Católico ordenó a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla que no se dejasen pasar a Indias abogados sin la especial licencia del rey. Posiblemente la orden tuvo poco éxito, pues en 1513 Núñez de Balboa, el del océano Pacífico, pedía al rey “Que ningún bachiller en leyes ni ninguno otro, si no fuera de medicina, pase a estas partes de la Tierra Firme… porque ningún bachiller para acá que no sea diablo; tienen vida de diablos e no solamente ellos son malos mas aún hacen y tienen forma por donde haya mil pleitos y maldades”. Vamos que según pensará más de uno, retrató a la profesión.

Pero bueno las aguas fueron volviendo a su cauce, de forma una de las armas para engrasar la burocracia colonial fue la exportación de abogados, sobre todo en los tiempos de la Ilustración y en los años previos a los procesos de independencia. Estos últimos abogados que coinciden en el tiempo con la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, se ven incursos sin comerlo ni beberlo, ante el dilema independentista, de manera que deben tomar partido por los “patriotas” o por los “realistas”. Y ya que he dicho esto, aprovecho para dejar sentado un pequeño matiz. En las colonias americanas se produjeron una serie de conflictos por la independencia, pero tan españoles eran los de un bando como los de otro (partiendo de la base de que sus protagonistas son siempre de raza blanca, es decir europea). España no tenía allí prácticamente ejércitos coloniales, de forma que lo que se dilucidó en los campos de batalla, fueron en realidad unas luchas fraternales entre las minorías criollas españolas partidarias de la independencia contra las minorías criollas también españolas, partidarias de seguir bajo la tutela del rey de España. Vamos, en una palabra más de lo mismo, las dichosas gu

Pedro Díaz de Valdés-Argüelles y Galán

Pedro Díaz de Valdés-Argüelles y Galán

erras civiles entre españoles. Este punto de vista de la independencia de las repúblicas americanas, realizado desde este enfoque diferente, sorprende a muchos ciudadanos de aquellas naciones, a los que nunca se les había planteado reparar en ello. Bueno aquí queda dicho para reflexión por aquel que quiera.

Y así llegamos a don Pedro Díaz de Valdés-Argüelles que con tan asturiano y rimbombante apellido deja su Gijón natal y tras acabar sus estudios en Oviedo marcha a Madrid, donde se colegia con el número 2478 para ejercer la abogacía. Pero haciendo uso de una costumbre, también muy española conocida como el enchufe –obsérvese la astucia patria que descubrió el mecanismo antes que la propia electricidad- consigue por los contactos familiares con Campomanes y Jovellanos –el terruño no nos engañemos, une mucho- ser destinado a Chile como regidor y asesor de la Capitanía General en 1799. Con 39 años se casa al año siguiente con una jovencita de 19 años llamada Javiera Carrera, primogénita de una reputada familia criolla y de alguna forma con esa unión, se metió en la boca del lobo, pues ella y sus hermanos, conocidos como la Familia Carrera constituían una de las facciones proindependentistas más activas, donde Javiera era poco menos que la líder carismática de sus tres hermanos menores.

Eso a la postre supone la caída en desgracia de Pedro Días de Valdés, que es cesado de su cargo en 1809 por el Gobernador de Chile, entablando una serie de litigios en Buenos Aires para recuperarlo, sin éxito. En esto, su cuñado José Miguel Carrera es nombrado jefe del ejército independentista y primer caudillo de Chile, pero él se mantuvo siempre leal a la causa española y siendo Contador Mayor, fue destituido ya por las autoridades chilenas en 1814. Finalmente Pedro Díaz de Argüelles, se separa de su esposa, deja América y regresa a Gijón, donde fallece en 1826.

La figura de Javiera Carrera es de las más controvertidas de la historia de Chile. Mujer culta, intrigante, dominó a sus hermanos hasta el punto que dos de ellos murieron fusilados al fracasar la llamada conspiración de 1817, por la otra facción de los independentistas capitaneada por O’Higgins y San Martín, dentro de los planes de ella de convertir a su hermano José Miguel en el Napoleón de América. Curiosas las historias de la independencia de las repúblicas de Hispanoamérica, donde muchas veces se reproducen los odios, intrigas y guerras fratricidas que durante todo el siglo XIX veremos en España, por algo somos hermanos.

Y aquí se termina esta entrega, donde he tratado de contar la exportación de abogados a las colonias americanas y de paso dedicárselo a unos buenos amigos de aquellas tierras. No hay retrato que se sepa de nuestro togado de hoy, así que lo cambiaremos por su firma que se conserva en el Archivo histórico del Colegio de Madrid y por un retrato de su esposa.

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