Aaquí pasou o que pasou – Manuel Iglesias Corral

Publicado el martes, 2 junio 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Para Luis Martí, bueno, sabio, amigo.

Han desfilado por aquí un buen puñado de personajes y haciendo memoria hemos visto gente con buena suerte y también al contrario, o algunos simples supervivientes en tiempos difíciles. Los ha habido recientes en nuestro recuerdo y otros que nos dejaron hace siglos. Al tomar Madrid como referente geográfico el resultado ha sido, en todo caso muy variado, teniendo su origen en todos los rincones de España y finalmente, he procurado que llevasen en su zurrón un quehacer en el mundo jurídico que les haga dignos de aparecer en estas huellas de la toga.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas

Hoy toca el turno a un gallego, que siempre será una categoría, en el concepto filosófico del término, especial. Cuando en España hacemos un chiste donde queremos hacer ver que el protagonista tiene pocas luces o ninguna, contamos uno de Lepe. Igual sucede en Francia con los belgas; pero en Argentina y buena parte de Sudamérica la “china” de estos tipos de chistes está adjudicada a los gallegos. No son conscientes de lo equivocados que están. Si hay alguien que no sea precisamente torpe es, desde luego, un gallego y si además resulta que el fulano es abogado, será muy posible que nos encontremos ante uno de los mejores juristas que haya en España. Esos que por mover un mojón en la linde de una finca de cien metros cuadrados, serán capaces de meterte en un pleito, “un interdicto” dicen ellos, que te acompañará como una maldición media vida.

Soy consciente que estoy hablando de tópicos, así que nadie se me ofenda, y que, por mucho que lo pretendamos, no todos conseguiremos descifrar esa peculiar forma de ser de gentes que padecen desde una enfermedad de difícil explicación científica como es la “morriña” o ese sentido de humor tan peculiar –y de mi gusto- que es definida como “retranca”, teniendo en la figura de Mariano Rajoy un buen exponente. Por todo esto tengo mis dudas sobre si sabré entender y explicar la anécdota que da título al artículo y que contaré más adelante. Vamos a ver si hay suerte.

Manuel Iglesias CorralManuel Iglesias Corral nació con el siglo, esto es el 1 de enero de 1901, en La Coruña y era hijo de un matrimonio con dieciocho vástagos que regentaba un negocio de hostelería. Emigra a Cuba, aunque algo no le debió encajar del todo, ya que regresó pronto para ponerse a estudiar Derecho en Valladolid y terminar en Santiago. Su vida pública comienza en 1931 en que es elegido concejal y luego alcalde de La Coruña, en las elecciones que traen la segunda república, dentro de una lista de la Organización Republicana Galega Autónoma de Santiago Casares Quiroga, formación de marcado cariz regionalista. Diputado en el llamado “bienio negro”, fue nombrado Fiscal General de la República, Fiscal del Tribunal Supremo y del de Garantías Constitucionales, justo meses antes del inicio de la guerra civil.

Con ese “expediente”  en su haber y pillándole la guerra en la llamada “zona nacional”, las cosas no debieran haberle pintado muy bien que dijéramos pero, circunstancias del destino, la represión franquista se ceba con él nada más que con una multa; así que contra todo pronóstico, ni fusilamiento, ni exilio ni prisión. Parece ser que intervino a su favor un jurídico militar, José Luis Merino Salvador, que fue presidente del Deportivo de la Coruña y era hermano de un alto cargo de la Falange, además de masón, Gerardo Merino Salvador. También es verdad que siendo alcalde Iglesias, coincidió con el general Franco destinado entonces en La Coruña, con el que consigue entablar una cierta relación de  amistad, lo que no parecía ser fácil..

El caso es que Iglesias Corral cierra en 1939 el capítulo político y decide dedicarse al ejercicio de la abogacía con gran aprovechamiento y termina siendo secretario de muchos de los más importantes Consejos de administración de Galicia, desde bancos a sociedades balleneras y en 1963 es elegido Decano del Colegio de La Coruña. A partir de ese momento fue alcanzando con el transcurso de los años, otros puestos trascendentes en la Abogacía institucional española y gallega. Yo tengo un recuerdo personal de Iglesias Corral cuando tuve que colegiarme en La Coruña. Me informaron que no tendría valor la colegiación hasta que no mantuviera una entrevista personal con el Decano y así me tocó esperar hasta que me recibió en aquel año de 1984; eran, desde luego, otros tiempos de concebir la abogacía, muy alejados de los actuales. Dejó de ser Decano, porque quiso, en 1987.

Con la llegada de la democracia, decidió volver a la actividad política y es elegido senador en la denominada Candidatura Democrática Gallega, una coalición de centroizquierda apoyada por el PSOE. Repitió en 1979 como senador, pero ya dejando de lado veleidades izquierdistas, dentro de la UCD y con la posterior desintegración de este partido, decidió integrarse en la Alianza Popular de Manuel Fraga, ya como diputado autonómico y luego nuevamente senador en Madrid hasta su muerte en 1989 con casi ochenta y nueve años.

Así que toca ya contar la anécdota que da título a la semblanza y a ver si soy capaz de haberla entendido bien y segundo lugar de poder explicarla. En 1986, el único lugar donde Alianza Popular detentaba algo poder era en Galicia por tres razones. La influencia de la figura de Manuel Fraga, el prestigio de su lugarteniente allí, Gerardo Fernández Albor y el  fuerte clientelismo -similar pero a sensu contrario del andaluz- existente en la sociedad gallega. Galicia era de Fraga Iribarne como Baviera de Franz Joseph Strauss y punto, no era necesario dar mayores explicaciones.

Pero mira por donde, Fernández Albor se ve traicionado por quien había sido su vicepresidente y hombre fuerte, José Luis Barreiro que creó un pequeño partido que obtuvo los réditos suficientes para apoyar una moción de censura contra Fernández Albor y que terminó con el socialista González Laxe a la cabeza y a Barreiro volver a ser el vicepresidente todopoderoso de la Xunta de Galicia.

Cuando a Iglesias Corral le preguntaron su opinión, respondió sencillamente “aquí pasou o que pasou”.  Una respuesta tan lacónica no era frecuente en él, según cuentan los testimonios. Era una persona de verbo barroco, antiguo, donde ninguna exposición era sencilla sino que iba siempre acompañada de profundas disquisiciones, que honraban el máximo de los tópicos gallegos, ese que es conocido por todos nosotros, de no conseguir saber a ciencia cierta, si el paisano con el que te encuentras en una escalera está subiendo o bajando.

Seguramente esta explicación algo enigmática, llena de la retranca gallega y del misterio de la existencia de las “meigas”, sólo puede ser comprendida por los hijos de esa tierra. Yo la interpreto como una respuesta llena de un cierto fatalismo, como un qué le vamos a hacer, pero quizá también, como una especie de advertencia del tipo ”tranquilos, que ya volverán las aguas a su cauce”.

Con González Laxe de presidente y Barreiro de segundo, a los cuatro años llegó a Galicia Fraga Iribarne y ya nadie le pudo hacer sombra hasta que él decidió retirarse de la política gallega. Según Vázquez Montalbán se organizó «uno de los ajustes de cuentas más taimados que ha presenciado la transición española». Barreiro terminó procesado y condenado por prevaricación en una denuncia que fue promovida por sus propios ex compañeros contra actos realizados por la propia Alianza Popular cuando gobernaba, Iglesias Corral no estaba lejos de aquello, ni mucho menos. Así que otra vez “pasou o que pasou”. Hoy día nadie recuerda a Barreiro más allá de sus alumnos actuales en la Universidad.

Iglesias Corral hoy es historia, pero su respuesta figura ya en los anales de la ironía gallega. Cada vez que en Galicia ocurre algún acontecimiento político sorprendente o inesperado, alguien sonríe y dice: “Aquí pasou o que pasou”. Luego esa persona, enigmáticamente, se pondrá a subir o bajar la escalera, o no que diría Mariano Rajoy.

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