La paradoja del “Rivera Court”

Publicado el viernes, 10 julio 2020

Natalia Velilla Antolín – Arte Puñetero.

El hombre ha trabajado siempre para subsistir, cazando, cultivando y fabricando útiles de supervivencia. Pero el “trabajo” como tal, no ha sido regulado hasta bien entrada la edad contemporánea.

Los pueblos de la antigüedad basaron la producción humana en la esclavitud, ideando una sociedad de castas radicalmente diferenciadas. En Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma existió esclavitud, pero también en las civilizaciones Maya, Azteca, China e India, disponían de esclavos para las ocupaciones más duras. A menudo, los vencidos en el campo de batalla se vendían como siervos a cambio de mantenerlos con vida. Esta sumisión era concebida como una forma de pena tras la comisión de un delito o como una alternativa para saldar deudas económicas impagadas. Esta forma de explotación humana duró hasta finales del siglo XIX.

El trabajo ha estado unido a la diferenciación entre quienes desarrollaban actividades manuales y quienes poseían los medios de producción. El poder económico de la nobleza, la iglesia y los grandes terratenientes se contraponía a la utilización abusiva de los campesinos, pastores y artesanos. A medida que la sociedad fue evolucionando, comenzó a desarrollarse de forma rudimentaria la organización por gremios de oficios.

Hay que destacar que la burguesía –nueva clase social que poseía poder económico, pero no títulos nobiliarios- fue el germen de los primitivos sindicatos. En España, la primera institución obrera constituida como tal fue la “Sociedad de tejedores de algodón de Barcelona”, fundada en 1840. Los tejedores habían conseguido extender su agrupación por todas las poblaciones fabriles de Cataluña y federarse en un sindicato de oficio. Actualmente, el artículo 28 de la Constitución reconoce el derecho a la libre sindicación de los trabajadores y el derecho de huelga.

No fue hasta la aparición de la forma de producción capitalista a finales del siglo XIX cuando empezó a tomar importancia el movimiento obrero, origen de nuestra actual regulación laboral. Los primeros derechos en esta materia surgieron a raíz de las teorías de Marx y Engels.

Los artistas han utilizado su talento para denunciar, a través de sus obras, las injusticias sociales derivadas de un mal reparto de la riqueza, así como para crear retratos costumbristas de situaciones sociales y laborales de la época. Sorolla  es el autor del magnífico cuadro «¡Aún dicen que el pescado es caro!», incluido en el realismo social, que se encuentra en el Museo del Prado. Muestra a un pescador inconsciente, desnudo de torso para arriba, recostado sobre el regazo de un compañero, mientras es atendido por un tercero tras un accidente laboral. El título de la obra está tomado de la frase de un personaje de la obra Flor de Mayo de Vicente Blasco Ibáñez, proferida tras la muerte de un marinero. El valenciano no fue el único que denunció la precariedad de los trabajadores del mar. También podemos contemplar en el museo madrileño «¡Víctimas del mar!» de Primitivo Álvarez Armesto, o «Náufragos» de Joaquín Bárbara y Balza.

En la misma pinacoteca se encuentra la obra «Una huelga de obreros de Vizcaya» pintada por Vicente Cutanda y Toraya, de grandes dimensiones, y que exhibe a un grupo de obreros aglutinados en torno a un personaje central que arenga a la masa.

Francisco de Goya, Ventura Álvarez Sala o José Uría y Uría, entre otros, también han dedicado algunas de sus obras a denunciar la situación de pobreza de determinados sectores sociales.

Más allá de nuestras fronteras, hay que destacar a otros autores que han utilizado sus pinceles para dar voz a los más desfavorecidos. Es el caso del conocidísimo cuadro «El cuarto estado» del italiano Giuiseppe Pellizza da Volpedo, que refleja a un grupo de proletarios en un paro. El cuadro representa a unos campesinos en huelga, símbolo de las tensiones sociales de quienes tuvieron que abandonar el campo para buscar nuevas oportunidades en las nacientes industrias urbanas. La obra derrocha elegancia y calidez, con tonos ocres y terracota, y con unos personajes centrales que aúnan la humildad de su condición con una actitud de dignidad y determinación en un claro mensaje de fuerza.

Con la Gran Depresión norteamericana vino una época de gran precariedad laboral, en la que la gente estaba dispuesta a aceptar cualquier trabajo sin importar las condiciones ofrecidas. Así lo reflejó la Agencia Corbis en la famosísima fotografía «Lunch atop a Skyscraper», que expone a once obreros comiendo su almuerzo en lo alto de una viga a 260 metros de altura sobre Manhattan en la construcción del Rockefeller Center de Nueva York. La instantánea fue publicada por primera vez en el New York Herald Tribune y denuncia la falta de seguridad de los albañiles y su exposición a los accidentes, al carecer todos ellos de las más mínimas medidas de protección individual.

El mismo año, Diego Rivera (1886-1957) firmó un contrato para decorar las paredes del patio interior del Instituto de las Artes de Detroit por 20.000 dólares. Curiosamente, pese a la ideología comunista del pintor, el encargo fue financiado por Edsel Ford como poderoso mecenas.  Rivera tuvo que fijar su residencia durante nueve meses en Detroit, a donde se desplazó con su mujer, Frida Kalho, quien odiaba profundamente la ciudad, al acusar la soledad a la que le sometía el artista, enfrascado en la producción de la que él mismo consideraba su obra maestra. Lo alegórico del proyecto es que se trata de un mural de alma comunista insertado en el corazón del capitalismo.

Los murales representan al proceso de fabricación de los automóviles -extracción de la materia prima, fundido de los metales, montaje de los motores, electricidad y ensamblaje final- y la salida de los flamantes nuevos vehículos de la industria automotriz de Detroit. El conjunto se compone de cuatro frescos, distribuidos en dos enormes muros (“Norte” y “Sur”) y en las partes superiores de las paredes (“Este” y “Oeste”), dentro del Instituto de Artes de Detroit, actualmente denominado “Rivera Court”.

Los murales del “Rivera Court” son el resultado de meses de dura dedicación del artista, quien entrevistó a operarios, administrativos y demás empleados de la industria, para captar sus inquietudes, sus problemas y sus anhelos. La documentación le sirvió para realizar un sinfín de esquemas y dibujos como base para la ejecución final del proyecto. Rivera empleó la técnica de emplaste de yeso fresco en la pared y la posterior pintura al agua antes del completo secado del enfoscado, pericia copiada de Miguel Ángel en la elaboración de los frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano. Las pinturas usadas eran orgánicas, elaboradas por él mismo, con métodos de los indígenas mexicanos, cuya influencia ha estado siempre muy presente en su obra.

Es imposible describir la obra de Rivera en Detroit en un artículo. Los colores, la simbología, el mensaje oculto, la belleza de los volúmenes y la combinación cromática, hacen de estos frescos un trabajo único y excéntrico del arte contemporáneo, tanto por las características de los murales en sí como por la temática: el inicio y el fin de la producción industrial en cuatro enormes muros. En los frescos, Rivera representa a una clase trabajadora que domina los medios de producción, trabajando acompasadamente bajo la vigilancia del patrón, para fabricar lo que tradicionalmente se considera el emblema del capitalismo.

Los murales de Detroit fueron una reivindicación de la clase obrera y, como tal, fue acogida por los empleados del sector, finalidad que era la realmente perseguida por Rivera: un trabajo que dignifica a los trabajadores pagado por la patronal.

El derecho laboral también ha ido evolucionando a lo largo de la historia. Aunque ahora disponemos de una regulación completa sobre derechos laborales, cobertura social, prevención de riesgos y derecho prestacional, las crisis económicas siempre ponen a prueba nuestro sistema legal con la profusión de demandas y conflictos laborales. No obstante, nuestro régimen legal es garantista y, a menudo, han sido los tribunales los que, a través de la interpretación de las leyes, han conseguido equilibrar las injusticias derivadas de la aplicación estricta de la norma. En eso consiste, en definitiva, el Estado Social y Democrático de Derecho.

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