Lo que muchos pensamos, muchas veces, demasiadas – Estanislao Figueras y Moragas

Publicado el martes, 13 octubre 2020

José Manuel Pradas – La huella de la toga.

Creo que ya he dicho que estoy recibiendo peticiones del lector que, en la medida de mis posibilidades, procuro atender. La última de un viejo amigo, catalán de Tarrasa por los cuatro costados y al que anónimamente va dedicado este artículo, que me pedía alguna semblanza de un jurista o político catalán sabio, añadiendo la coletilla “si es que alguna vez lo hubo”.

José Manuel Pradas

José Manuel Pradas

Asumido el encargo, tampoco ha sido tan complicado encontrarlo y tras descartar a varios, he elegido a Don Estanislao Figueras, el primero de los cuatro presidentes de la efímera Primera república española.

Los que vienen siguiendo estos artículos ya se habrán dado cuenta que el siglo XIX es un auténtico filón, donde no es difícil dar con personajes ilustres para mayor gloria de la nación española, con el añadido que buena parte de ellos han sido juristas y en su inmensa mayoría en algún momento han llegado a ejercer la abogacía. Luego ya resulta algo más complicado documentarme e intentar colocarlos debidamente en su posición política, tan compleja aquellos años y poder describirla, dejando para el final, por eso del suspense, el poder contar alguna anécdota o chascarrillo más o menos jugoso que pueda hacer al lector esbozar  aunque sea una ligera una sonrisa.

Estanislao Figueras nació en Barcelona en 1818, hijo de un matrimonio de profundas convicciones religiosas, que él siempre mantuvo a lo largo de su existencia. Estudió Derecho en Barcelona y finalizó la carrera en Valencia, abriendo a continuación despacho en Tarragona. De ideas liberales muy avanzadas, se afilió en 1840 al Partido Progresista y poco después contribuyó a la formación del Partido Demócrata. Cuando en 1848 los vientos de revolución sacudían Europa, se traslada a Madrid para colaborar en el movimiento revolucionario, pero a la vista de su fracaso, regresa a Tarragona, siendo elegido diputado a Cortes en 1851 y luego en 1854. Abre a la vez despacho en Madrid, conde se colegió en 1856 con el número 4757, ejerciendo en lo que entonces era considerado un honor como “abogado de pobres”.

Estanislao Figueras

Estanislao Figueras

Su nombre nos lo encontramos en todos los movimientos y conjuras republicanas, de esos años y los venideros, unidos a los de Nicolás María Rivero -del que ya hemos tratado- el marqués de Albaida, Pí y Margall y Castelar. Dentro de esta amalgama de políticos y eternos conspiradores, Figueras estaba clasificado en el grupo de los llamados “benévolos”, enfrentado a los denominados “intransigentes”, partidarios resueltos de la insurrección que trajera a la postre la república. Como tantos otros, hizo también sus pinitos en el periodismo, fundando y dirigiendo el principal periódico republicano de la época llamado “La Igualdad”, aunque su mayor prestigio derivó de su actuación parlamentaria. Roque Barcia el filósofo y político republicano, lo definía así: “Su práctica parlamentaria, su habilidad admirable para sacar partido de los más insignificantes pormenores de las sesiones y las inspiraciones del momento, que tenía siempre a mano para desconcertar a los adversarios, le hicieron uno de los más temibles adalides de la cámara”.

Y entre conspiración y conspiración, llegó su momento cumbre con la abdicación de Amadeo de Saboya. Rivero, a la sazón presidente del Congreso y que aspiraba a ser elegido Jefe del Estado, reunió en Asamblea Nacional al Congreso y al Senado y el 11 de febrero de 1873, ya de madrugada, se aceptó la abdicación del rey, se proclamó la República como forma de gobierno y se eligió a Estanislao Figueras como su primer presidente.

E inmediatamente después comenzó un tremendo galimatías que me declaro incapaz de explicar de forma medianamente coherente, por lo que procuraré ser ordenado al menos en las fechas. De un lado, monárquicos alfonsinos contra republicanos que eran minoría; de otro entre los propios republicanos que se definían unos como “federalistas” contra los partidarios de una república centralista al estilo francés. Ese primer gobierno de Figueras está lleno de nombres ilustres, a los que solo amalgamaba su convicción republicana. Castelar como ministro de Estado, Pí y Margall en Gobernación, Salmerón en Gracia y Justicia, Echegaray -el luego premio Nobel- en Hacienda, Salmerón en Ultramar. Siendo como era Figueras federalista, sus hondas convicciones democráticas le auto obligaban a permanecer neutral y eso causó que su mandato fuese tan corto, pues le atizaban, por decirlo así, por todos lados, sin que él, firme es su convicción de ser neutral, se defendiera de nada.

Las fechas se concatenan con una tremenda celeridad. Siendo Presidente el 12 de febrero, ya el 24 de ese mes tuvo que hacer una crisis de gobierno expulsando a los republicanos denominados “radicales”. El 8 de marzo, los federalistas catalanes más exaltados, liderados por Baldomero Lostau y dirigentes obreros de la Primera Internacional, proclaman el Estado catalán. Viaja a Barcelona y logra calmar los ánimos, prometiendo la retirada del ejército. Esa retirada trae consigo que los carlistas catalanes tomen Berga a finales de marzo y de rebote, Figueras consigue además la desconfianza, si no el rechazo, de toda la burguesía catalana, con intereses y aspiraciones entonces muy distintas.

En Madrid los tumultos se suceden sin parar y el 22 de marzo se disuelve la Asamblea nacional, convocando elecciones para mayo. Con las Cortes disueltas, se crea una comisión permanente en la que los radicales tienen la mayoría y que se dedica día tras día a hostigar al gobierno. Justo en ese momento fallece la esposa de Figueras y en esos días de luto, la Comisión intenta un golpe de Estado dado por los “cimbrios” que es como se denominaban los radicales opuestos a una república federal y que anhelaban una República conservadora, estando liderados por Cristino Martos, que pretendía evitar la convocatoria de unas Cortes constituyentes.

Ese intento de golpe de Estado fracasa. Figueras, muy afectado por la muerte de su esposa, presenta la dimisión a su segundo, Pi y Margall que le convence para que la retire hasta después de las elecciones. Se celebran el 10 de mayo y Figueras es elegido diputado por Madrid Centro con la friolera de 2.125 votos, lo que da una idea del nivel de abstención que existió. Figueras el 1 de junio da el discurso inaugural de las Cortes y el 7 de junio, con solo dos votos en contra, las Cortes declaran la República federal y nombran para sustituirle a Pí y Margall, que intenta formar gobierno, pero no consigue que nadie de importancia acepte cargo alguno. Se genera por tanto una crisis en la Asamblea que obliga a Figueras a seguir hasta el 10 de junio y que termina además con la amistad de siempre entre Pí y Figueras, hasta el punto de que habían sido compañeros de despacho.

Si hasta aquí ha conseguido el lector enterarse de algo, me tendré por muy honrado y didáctico. No he visto la serie, pero estoy seguro que a los guionistas de Juego de Tronos les sería de utilidad documentarse sobre todo esto. En la noche del 10 de junio, Figueras toma el tren a Francia haciendo, según sus palabras “el acto más grande de mi vida: sacrifiqué a sabiendas mi reputación al partido, arrojando a la calle mi vida pública de más de treinta años”.

Pero lo más trascendente sucedió unas horas antes, incapaces todos de llegar a ningún acuerdo, Figueras les dijo a los diversos líderes esta frase lapidaria: “señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Tomó la puerta y se fue. Cuando al día siguiente, extrañados de que no apareciera, marcharon a buscarle a su domicilio en la calle Chinchilla, una empleada dijo que el señor había partido de viaje a París.

Volvió más tarde a ocupar su escaño y allí estaba cuando el General Pavía disolvió la efímera Primera República, dando paso a la Restauración. Se retiró de la vida pública -no del todo, un conspirador es raro se jubile- y falleció en Madrid en noviembre de 1882.

En El Globo, periódico de Castelar, se hizo esta necrológica: “¡Descanse en paz! Pocos hombres habrán tenido como él tanto don de gentes, tanta delicadeza de sentimientos y una inteligencia tan viva, tan penetrante, tan clara y tan flexible. Esto unido a su cultura, le permitía tratar y cultivar el ánimo de sus conocidos, fuesen hombres de sociedad, fuesen los más díscolos y atrabiliarios demagogos. ¡Lástima que a tales dotes no hubiera acompañado una más grande amplitud de miras, una mayor solidez de ideas y sobre todo, una superior energía de carácter, para bien de la República y de la patria”.

Si alguien encuentra alguna similitud en estos momentos que vivimos con nuestra clase política, con la pandemia y con el procès, seguramente muchos coincidiremos con la frase de Don Estanislao Figueras y Moragas, “estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Yo, desde luego, también.

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